El placer de caminar por las piedras

En la cumbre del Fardalejo, 1.407 metros, en el Parque Natural de Grazalema./ Foto J. Mayordomo

Nada más bajar de los coches en el área recreativa de la Covezuela, en Villaluenga del Rosario, provincia de Cádiz, algunos correkas desaparecieron. Cuando la mayoría del grupo se puso en camino –esa veintena de habituales que suele acudir cada sábado–, la mole caliza que teníamos enfrente ya los había engullido. Como los nuevos no daban crédito a lo que estaba ocurriendo, alguien se puso a explicarles que eran los elfos o un ente maléfico los culpables. Ellos son los que gobiernan el club e intentan confundirlo en cuanto pueden; todo, con el fin de agrandar su leyenda.

Sorteando las piedras... hacia el Fardalejo./ Foto J.M.
Sorteando piedras… hacia el Fardalejo./ Foto J.M.

Los nuevos rieron. Luego, superada ya la experiencia del incomprensible “abandono”, cogimos la cuerda que pintaba el sendero hacia arriba y allá que nos fuimos en busca del pico Fardalejo que, aunque no es muy elevado (1.407 metros), ofrece unas vistas espectaculares cuando, ya en la cumbre, la mirada se pierde a lo lejos, oteando hacia el sur. Además, el acceso, difícil, suponía otro estímulo.

Buscando el camino./ Foto J.M.
Buscando el camino./ Foto J.M.

Pronto la cuerda de correkas empezó a perder elementos. “Yo sí subo, pero no a este ritmo”, le oí decir a la segunda persona que decidió rezagarse y esperar a Antonio Albert que sube a su ritmo y que, aunque acumula más vida, experiencias e hidalguía que don Quijote, trepa con el ánimo intacto todavía, irreductible y dispuesto a incrementar las hazañas que engordan el libro del club deportivo Correcaminos.

Antes, aprovechando un cruce de senderos, el comando desaparecido se reunió con el grupo otra vez. Desde allí, todos juntos, emprendimos campo a través ¡cómo no! el ascenso sorteando los obstáculos que surgían en el intrincado paisaje kárstico, y en el que, en la medida en que cogíamos altura, nos enredábamos más y más… Ora entre retamas gigantes, ora con carrascas y espinos… O más tarde sorteando agujeros y espiornos…

El grupo avanzaba lentamente, igual que esas aves que, rotas las alas, palmotean sin descanso para mantener el equilibrio.

Sophie, asomada a las nubes./ Foto J.M.
Sophie asomada a las nubes./ Foto J.M.

Mas, igual que hay quien baila sin esfuerzo saltando por las rocas, los hay que se complican la vida innecesariamente… También este sábado ocurrió así. Elle etait déshabillée, presque… Porque ella iba más propia para acercarse a la gala de los Oscars que tendría lugar esa noche, que para caminar por el monte. Menos mal que el entusiasmo folklórico le duró lo que se tarda en asimilar los primeros arañazos de las zarzas y esas caricias que sueltan los espinosos arbustos. Pero una vez “revestida” como corresponde a quien ha de trepar entre broza, es decir, como las circunstancias exigen siempre que se va a la montaña, la inconsciente se transformó en montañera, y fue tan aguerrida que estuvo con el grupo de cabeza hasta el final de la tarde. ¡Hurra por ella!

Cuando tocó detenerse para el descanso de rigor y el refrigerio de la fruta, todos habíamos comprendido por qué estábamos allí, en ese lugar, este sábado. ¡A los correcaminos les enloquecen las piedras! Les fascinan las rocas cortantes, aguzadas como cuchillos de matar, sobre las que les gusta hacer piruetas.

Fue en ese momento cuando algunos decidieron no subir más y acordaron con el grupo reunirse de nuevo a la hora del almuerzo…

El Navazo Hondo./ Foto J.M.
El Navazo Hondo; al fondo, a la derecha, el pico Fardalejo./ Foto J.M.

El camino a la cumbre del Fardalejo no existe… Hay que inventárselo. Reptamos, esquivamos grietas y pinchos y alcanzamos al fin el objetivo con esa sensación de sorpresa que siempre tiene el rebaño de cabras cuando se le acaba la montaña por la que trepar. Miren si no las fotos testigos del suceso, y comprueben ustedes mismos cómo cada cual está ensimismado, a los suyo, husmeando… Todo el mundo entregado… ya sea haciéndose selfis, saludando a ese amigo que aguarda noticias en el bar… o mandándole un ósculo a ese amor al que se desea impresionar con hazañas como estas…

Buscando el camino./ Foto J.M.
El sueño infinito./ Foto J.M.

El descenso fue rápido y feliz por el objetivo cumplido y, zigzagueando, nos encaminamos al encuentro de los que nos habían abandonado. Sube, baja, vuelve a subir y no te quejes; este es el lema. Al fondo un valle increíble y en la ladera la Casa del Caos. ¡Qué miedo!

Por la suave pradera surcan riachuelos que rompen la alfombra de verde mientras nos rodean farallones de centenares de metros. Durante algo más de un kilómetro caminamos sin tener que mirar al suelo porque todo era alfombra, llanura, paz… El valle vuelve a reunirnos y juntos remontamos el Puerto de los Navazos, donde nos detenemos a almorzar en amor y campaña, que suele decirse, aunque dormir la siesta en esta ocasión fue cosa imposible. Un grupo de seguidores de esos programas (me pareció a mí) en los que el lenguaje es arrancarse los pelos y gritar se puso a hacer bisección del noticiario más reciente, impidiendo que el bueno de Morfeo reinase entre nosotros.

La canal de los Tajos, 400 metros de desnivel./ Foto J.M.
Canal de los Tajos, 400 metros de desnivel./ Foto J.M.

Aun así, algunos dimos una cabezada y, tras un arribalbo condensado en un breve suspiro, levantamos el vuelo otra vez. Los más comedidos descendieron ya a Villaluenga; pero los que todavía seguían atrapados en el vicio de saltar por las piedras afrontaron la subida al Navazo Alto (1.395 metros). El descenso lo hicimos virando al oeste, por la canal de Los Tajos, posiblemente, una de las bajadas andando más espectaculares por su verticalidad (400 metros de desnivel) que puede ofrecernos el Parque Natural de Grazalema.

A estas horas el sol ya anunciaba su vuelta al refugio y nosotros, los supervivientes a tamaña aventura, cansados ¡muy cansados algunos! cada uno a su ritmo, inició el vertiginoso descenso que completaría un recorrido de 7 horas pateando por el eterno pedregal y casi 14 kilómetros recorridos.

Haciendo camino./ Foto J.M.
El regreso es siempre más dulce./ Foto J.M.

Fue divertido observar como, de vez en cuando, alguien desaparecía del plano visual para aparecer segundos después palmeando algunos metros más abajo. ¿Caídas? No, no; simplemente reptábamos o nos dejábamos llevar por la inercia para celebrar tan gran día… Así durante más de una hora, hasta que los primeros llegaron a la carretera A-2302 y los más rezagados encontramos un sendero de cabras que nos condujo gozosos a la ermita del Calvario, y de ahí al centro del pueblo.

Por entonces el día perdía ya su brillo y la noche se estaba echando encima. Los montañeros caminando hacia donde habían dejado los coches se prometían una opípara cena en El Cortijo o en alguna otra venta en la que al pie de la chimenea rememorarían una vez más las anécdotas…

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