Desencuentro en la Sierra de Líjar

“Que ya no te ajunto”, le dijo una tarde Mafalda a Manolito, cuando acudió este a su encuentro para compartir juegos. Pero él no quiso creerla; sabía que era broma. Porque si la hubiese creído, es decir, si su amiga se lo hubiese dicho en serio, Manolito, orgulloso, con suficiente autoestima a pesar de su edad, inteligente sin duda, la hubiese mandado a paseo después de hacerle un sonoro corte de mangas y una pedorreta. ¡Faltaría más!

Pero Mafalda y Manolito forman parte de la literatura. Y por tanto, no es Mafalda la que, en su desbordante imaginación, nos cuenta la historia del desencuentro que desde hace algún tiempo se ha fraguado en  el club Correcaminos; quien nos cuenta esta historia real es la vida. Porque vivir es disentir, separarse o juntarse según pasa el tiempo; seguir caminando… Y no pasa nada… La vida es así.
Ocurrió el sábado en el entorno de la Sierra de Lijar (Algodonales, Cádiz). Un grupo de veinte montañeros, como si se tratase de un thriller al más puro estilo americano, intentaron despistar durante casi una hora a un par de personas con las que no deseaban compartir el día de montaña. Cuando, al final, lo consiguieron, el grupo dio la impresión de sentirse aliviado…

Camino por Sierra de Líjar./ Foto J. Mayordomo
Caminando por Sierra de Líjar./ Foto J. Mayordomo

Y entonces ya sí, ya todo fue celebración y montaña. Se empezó a subir. Confiados y dispuestos, los correkas atacaron las primeras estribaciones de Líjar desde Algodonales. En el reloj de la  iglesia  del pueblo cantaron las 12. ¡Mediodía!

La raíz, cual mano de acero se adhiere a la roca. Extraño equilibrio./ Foto J.M.
Como si fuesen de acero, las raíces sostienen al roble en sorpendente equilibrio./ Foto J.M.
El color de la retama. / Foto J.M.
El color de la retama. / Foto J.M.
Mientras llega el almuerzo./ Foto J.M.
Mientras llega el almuerzo./ Foto J.M.

Como ocurre siempre que llueve, y es primavera, el campo resulta ser una alfombra tejida con los múltiples hilos que conforman un arco iris. Hasta las rocas se visten con sus mejores galas. La luz, los colores, las flores en todas las tonalidades imaginables brotan, aquí y allá, en los lugares más inverosímiles.
El sábado fue uno de esos días en el que el sendero nos llevó serpenteando por un paraíso de verdor, entre lentiscos y madroños, retamas, encinas y robles. Abajo, los pueblos (Zahara, La Muela, Olvera…), como luminarias encendidas, le daban vida al paisaje. En lo alto, los buitres planeaban esperando el momento para bajar a comer. Nosotros también hicimos nuestras reglamentarias paradas para “la fruta” y después “el almuerzo”. Fernando leyó un poema (maravillosamente) de Manuel Machado que nos emocionó. Manolo encendió su hornillo, como es su costumbre, para calentar la manduca. Luego practicó uno de esos hábitos que tanto le gustan: el de la urraca. Ora toma de aquí, ora suelta por allá. Y a continuación, para variar, pidió chocolate. “Si puede ser con almendras, mejor”, precisa, siempre, este pájaro, del que celebramos que vuele con nosotros.
No hubo tiempo para más; ni siquiera para echar una siesta; aunque hubiera sido breve, el tiempo apremiaba. La aventura de la persecución mañanera nos había retrasado demasiado y debíamos apurar. El camino era largo aún…
Y ahora sí, la hermandad se dividió en dos grupos. Mientras trece seguíamos, correcaminos, en pos de nuevas experiencias y emociones, dándonos vida en un sube y baja constante, otros decidieron descender hasta Algodonales a atender sus quehaceres y emociones (¡era día de derby en Sevilla!) o, simplemente, para descansar del trasiego mañanero.

Después de casi ocho horas de marcha, 18,5 kilómetros y 1.250 metros de desnivel acumulado, regresamos con los últimos rayos de sol al punto de partida. La celebración posterior, como siempre, debió ser gloriosa y muy comentada. Un pequeño grupo retornamos sin detenernos a casa, imposibilitándome, una vez más, de poder daros cuenta y detalle de ese añadido placer –tapa y cerveza– que supone ponerle la guinda a un extraordinario día de montaña. El día que me quede a esa fiesta de yantar y hermandad, ya os contaré, ya.

Algodonales (Cádiz) al atardecer./ Foto J.M.
Algodonales (Cádiz) al atardecer./ Foto J.M.
4 comentarios Añade el tuyo
  1. Gracias Joaquín: me admira tu capacidad para describir tan infantil y amablemente lo que empezó como un soberano incordio e impertinencia. Me alegro de que el día terminara para todos mucho mejor de lo que empezó. Yo también disfruté de Natura – Cómo decía Polo- No así de vuestra compañía. Los años mandan. Un abrazo

  2. Periodista poeta y montañero que más puede pedir quinceañero gracias por hacernos vivir vuestras andanzas y aventuras en la sierra besos

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