Se despertó la ínclita madrileña a las tres de la madrugada (un poco cargado el cerebro por el exceso de terrazas que se había bebido la tarde anterior con tanta promoción anticovid como había hecho) y se puso a rumiar qué podría decir ella, el domingo, en la Plaza del Emigrante (antes de Colón), para que la gente le aplaudiese a rabiar la originalidad y la gracia.
Y así fue como llegó a la conclusión de que el Borbón era Dios y solo ÉL y nada más que ÉL podría librar a esta España medieval, Una, Grande y Boba, de las hordas separatistas. Ya saben lo que dijo.
Pero, por su culpa (metedura de pata de niña malcriada), ahora, su partido se muerde la lengua y las uñas para decir por lo bajo “¡Esta tía es boba!”. “¿Qué necesidad teníamos de meter al Borbón en este charco?”
Por eso mañana, pasado o cuando sea… cuando se produzcan los indultos de los separatistas catalanes, el Borbón se acordará de Ayuso en el momento de firmar y le echará una maldición que irá apagando su fuego de estrella creadora de terrazas y misas.
Y la llama votiva de la presidenta madrileña por los miles de muertos que ha habido en la pandemia a costa de que ella brillase, se pondrá mortecina y empezará a apagarse.
Porque una cosa es mear y otra muy distinta es hacerlo fuera del tiesto.