Llama una señora a la radio y dice que “nadie se acuerda de los empleados de banca. ¡Con lo que está trabajando esa gente!” Y otra: “Y mi niña, ahí, tras el mostrador. Pido un aplauso para los que están en las tiendas”. Una más: “los repartidores, pobrecitos. ¿Qué hay de los repartidores, es que no se merecen también un aplauso?”
Nadie aplaude a los barrenderos –añado yo– a los hortelanos, a los ganaderos, al fontanero que acude a salvar a los abuelos, a los que les llega el agua hasta el cuello después de habérsele reventado el manguito del lavabo…
Y añado más: un aplauso también para los camioneros, para las familias de 4, 5 o más miembros que viven hacinadas en un pisito de 50 metros. Un aplauso, asimismo, para las profesoras y profesores… Es verdad, de esta gente nadie se acuerda, y tengo entendido que están todo el día enganchados al ordenador atendiendo a sus díscolos educandos, que, si no hacían vida de ellos cuando los atendían presenciales, no sé cómo se las apañarán ahora viéndoles bostezar o soltando sandeces, impertinencias o burradas –ahora que no les ve la profe– por la pantalla del ordenador.
Ah, aplausos ¡por supuesto! para los curas y monaguillos que cada día, a las doce del mediodía, repican las campanas con pasión, en una orgía de sonidos, despertando a todos los sanitarios que han estado de guardia esa noche y acaban de coger el sueño. ¡Eso sí que es colaborar!
En fin, mimos para toda la humanidad que es maravillosa y, mientras aplaude, se siente feliz de haber nacido.
Pero creo que, mientras aplaudimos tanto, podríamos pensar… Pensar a ver cómo cambiamos este mundo podrido que hemos levantado con nuestro egoísmo, con la especulación, el odio al que es diferente, la rapiña, la explotación infantil, la explotación sexual de las mujeres, la violencia de género…
Podríamos pensar que los humanos somos tan estúpidos que ahora, para ponernos una simple mascarilla, tenemos que esperar que nos la manden de China porque hemos desmontado el sistema industrial de nuestros (ricos) países. Hemos consentido que nuestros líderes (políticos y económicos) nos metieran en esta ratonera, ¿no? Pues a ver si mientras aplaudimos cada tarde nos concentramos un poco y tomamos conciencia, ¡conciencia!, de que esto no debe ni puede seguir así…
Y si no…
¡Anda, que nos zurzan!
Nota.- La foto está hecha por Alberto, mi vecino, en una tarde de esas que el Colvid-19 nos ha llevado a descubrir que en las casas viven personas -no ombras fugaces- con las que se puede compartir tiempo y palabras.
Muy bueno Joaquín. ¿Te ha pillado esto en tu palacete de Sevilla?¡Para un año que te libras de procesiones y te pilla encerrado! 😀 Un abrazo!