Cuando el viajero deja la A-62 en la Fuente de San Esteban y se adentra por la carretera provincial SA-325 en su habitual viaje al Oeste, siempre tiene la sensación de haber llegado al país del olvido, un lugar en el que la naturaleza ha recuperado la armonía primigenia -aquella que tuvo cuando el origen del mundo- mientras la vida, que late muy lentamente por aquí, apenas se deja sentir, pues, quienes viven en esta Tierra de Nadie (más bien sobreviven) lo hacen con la aceptación del cilicio que supone el eterno abandono al que el Estado y la política ¡siempre tan lejos! les somete.
Solo esos charlatanes, especuladores con recursos mineros y vendedores de humo, esos individuos sin escrúpulos a los que no les importa la tierra, ¡ninguna tierra!, que únicamente desean robarle su riqueza, aunque para ello tengan que destruirla, convirtiéndola en un desierto después de arrancarle sus bosques, capaces de envenenarnos el aire, solo ellos, insisto (seres despreciables), han conseguido despertar las conciencias y, hoy, la gente de este mundo perdido ha encontrado un motivo para vivir: ¡Echarles! ¡Echarles de aquí!
Los habitantes de los pueblos de Villavieja de Yeltes, Retortillo, Boada, Bogajo, El Cubo de don Sancho, Villares de Yeltes, Yecla, Escuernavacas y tantos otros, hasta sumar varias decenas, se han puesto en pie, protestan y denuncian la injusticia a la que el Poder les somete. Y si bien llevan años soportando su oscuro destino (podría decirse que siglos) esto no significa que ahora vayan a conformarse.
Por eso organizan manifestaciones; claman contra el olvido secular que padecen y denuncian con proclamas y manifiestos, volcando su rabia, la inanición institucional en la que viven; una situación que les aboca a desaparecer.
Y así, cuando el viajero conversa con ellos (con estos agricultores y ganaderos que lo son desde que los primeros pobladores se asentaron aquí) no da crédito a lo que escucha que les sucede. Porque mientras el Gobierno de turno, cíclicamente, da la voz de alarma sobre “la inadmisible despoblación rural” que sufre media España, e incluso se atreve a proponer medidas para corregirla, la realidad es otra.
En la cotidianidad de sus vidas, la incomprensión y el desprecio a su forma de vivir son la moneda de cambio habitual. Por ejemplo, la Junta de Castilla y León dicta “sentencia” de Impacto Ambiental Favorable a favor de los especuladores mineros saltándose la legislación europea mientras a los agricultores y ganaderos les exige atenerse a un riguroso reglamento en el cuidado de bosques y animales, tan estricto, que les resulta imposible cumplir. El conocimiento del medio que tienen las gentes del campo, aquilatado con la experiencia de siglos, es menospreciado y, con frecuencia, constatan que han de soportar normas ridículas, pero que los burócratas, desde la ciudad, les imponen.
La gente de estos pueblos cuenta y no acaba…
Si quieres arreglarte la casa, tienes que llevar los escombros a más de 30 kilómetros, con el consiguiente encarecimiento del coste de la obra para alguien que, normalmente, tiene escasos recursos o carece de ellos. Es cierto que lo correcto es llevarlos a un vertedero controlado, pero eso si se tratase de una ciudad o de un pueblo grande… Pero en un pequeño enclave rural, con apenas algunas decenas de casas y menos de un centenar de habitantes, esta medida carece de sentido. Es como si la Administración propusiera matar moscas a cañonazos. Solo es añadirle más problemas a quienes ya les cuesta resolver los muchos que les surgen a diario. En estos pequeños pueblos (casi vacíos) “enterrados” literalmente en la naturaleza, abundan los espacios adecuados para depositar los escasos escombros que generan sin que por ello se cause daño alguno al medio ambiente. Y no estoy hablando de la basura orgánica, papel, vidrio, plásticos… que se genera, que para esta ya hay una empresa que la recoge a diario. Estoy hablando de escombros; básicamente de piedras y barro.
¿Y qué decir de la Administración y su omnipresencia, que, desde que cartografiara el mapa de España con precisión, gracias a las nuevas tecnologías, no deja títere con cabeza y allí donde descubre la ruina de un antiguo corral, de un pajar, de la que fuera una casa… pero que hoy solo es una montonera de piedras, incoa un expediente y a sus propietarios (personas mayores, casi siempre, con pensiones escasas, de poco más de 600 € al mes) les fríe con impuestos. La gente llora de impotencia, y asegura que aquellas piedras no tienen ya utilidad y que nadie las quiere ni regaladas. Pero la Administración –esa a la que se le llena la boca anunciando que va a promover medidas para que no se despueble el mundo rural– hace caso omiso de sus quejas y les ahoga lentamente con pagos que la gente mayor no entiende, sobre todo por lo elevado de la cuantía.
¿Y del cuidado de los montes que puede decirse? Los agricultores han cuidado de sus árboles siempre como si fueran sus hijos, pero hoy no pueden tocarlos porque si les ve un forestal… “Nos mete un paquete que no te quedan ganas de volver a arrimarte a una encina. ¡A una encina que es tuya! A una encina a la que mimas y cuidas como a tu propia vida porque ella es la que te da alimento y cobijo para el ganado, leña para el fuego, majada para el invierno y sombra fresca en verano…”, se desahoga un labrador. Pero el forestal dice saber de qué habla: ha hecho un curso específico, viene de la ciudad donde saben de todo y les da lecciones… Mientras, el agricultor, al que le salieron los dientes subido a sus árboles, calla sin otra opción que asentir. El forestal se pasea por el monte con un manual, quizá elaborado en Alemania, en el que se explica con detalle cómo han de cuidarse los bosques… aunque estos bosques sean mediterráneos y nada tengan que ver con aquellos, los extensos pinares del centro de Europa.
“Vivir en el campo y del campo se ha puesto imposible”, afirman los resistentes que quedan. “Sí, sería posible, tal vez, si el Estado nos comprendiese primero y después ayudase. Pero hasta ahora sólo legisla, exige, sanciona…”, se quejan en los pueblos. Lo cierto es que la relación entre quienes viven en el medio rural y la Administración no es fluida ni eficaz; por eso no hay persona joven que quiera quedarse en los pueblos.
“Mire, aquí lo dice bien claro. Aunque su parcela está catalogada como ‘de pastos’, resulta que hay que restarle equis metros por cada árbol”, explica con sorna la empleada de una oficina dedicada a asesorar a los agricultores para el acceso a las ayudas europeas. “Resulta que el reglamento ha sido redactado en Alemania, donde la mayoría de los árboles son pinos y, efectivamente, bajo sus ramas no crece la hierba, pero no ocurre así aquí, con las encinas, que el pasto sí crece alrededor de su tronco”. “Y es que nada tiene que ver la morfología del pino con la de la encina”, concluye otro empleado de la oficina. Pero la Administración española no tiene en cuenta estos detalles y aplica el mismo reglamento en el campo salmantino, por ejemplo, que el que rige para alemanes, belgas o polacos.
Extraños en su tierra
Es por cuestiones como estas que el agricultor-ganadero se siente un extraño en su tierra; incluso le hacen creer que es un ignorante. “Puede llegar a pensar que no sabe de árboles ni de tierras…”, matizan en la asesoría.
“Ahora” –te cuenta la gente del campo reunida en un corro, entre carcajadas y aspavientos, teatralizando el relato de la caricatura– “el ganadero, para tener un perro, necesita construir una caseta con refrigeración”. Y otro va y dice: “Para ser propietario de media docena de gallinas en tu corral deberás habilitar tantos metros por cada una, con un gallinero bien ventilados y con salida y retorno de aire purificado”. Un tercero añade: “¡De tener un par de cerdos para consumo propio, olvídate! Has de cambiarle cada día el colchón de paja y para eso necesita construir antes un pajar donde guardar esas pacas ignífugas que se importan de no sé sabe dónde”. Y así, entre chanzas y risas, se consuelan unos a otros… “Por no llorar”, dicen al fin. “Porque hay que vivir, ¿qué remedio nos queda?” La realidad es que la vida se ha vuelto extraña en el mundo rural para los que siguen queriendo vivir de este medio; las exigencias rozan, con frecuencia, el esperpento.
Mientras tanto, el otoño ha llegado a esta Tierra de Nadie transformándola en luminaria de colores y luz. Aunque las huertas, en otro tiempo feraces, siguen abandonadas y oscuras; ahí están enterradas en zarzales como ruinas gloriosas de un tiempo próspero. Los hermosos muros de piedra que las rodean, con una mampostería casi perfecta aunque ya abiertos a jirones, resisten; resisten como vigías y testigos de la grandeza de un pasado cercano, pero que no volverá.
En cambio, a los cementerios de estos pueblos les está yendo bien. No hace tanto que las sepulturas se sucedían alineadas y austeras como costales tumbados al sol, unas al lado de las otras, iguales y al mismo nivel, con una pequeña cruz o una lápida modesta… Pero hoy, los cementerios se han llenado de cemento y la ostentación en panteones y monumentos funerarios los ha convertido en extraños recintos sin alma. Los ayuntamientos, sin recursos, venden parte del campo santo para que aquellos que tienen dinero lo entierren allí –nunca mejor dicho– junto a sus seres queridos.
Las escuelas en cambio han desaparecido. Y antes desaparecieron las niñas y niños; también dejaron de practicarse los juegos al aire libre; el bullicio diario en las calles es una reliquia… La Vida, con mayúsculas, se agostó hace tiempo, quizás para siempre. Como la alegre juventud… que ahora no se ve por ninguna parte. Los mozos y mozas de por aquí se asoman al abismo que suma siete décadas.
Solo el cartero, cuando llega cada día con las cartas de la Administración reclamando “lo suyo” perturba la paz de estos pueblos. Bueno, y los charlatanes vendedores de humo que de vez en cuando aparecen prometiendo la gloria a cambio de unas monedas por permitirles enredar con ese sueño perverso del uranio…
Ellos sí que consiguen los permisos que quieren. En cambio, los moradores de estos pueblos tienen que luchar a brazo partido para que se les reconozcan sus derechos frente a malandrines y trileros.
Gran artículo. Todo lo que comentas es totalmente contrastable. Solo lo entienden quien lo sufre, o la gente de la comarca. Desgraciadamente no es el caso de los políticos que están muy muy lejos de la realidad.. Gracias a ti y gente como tú al menos nos sitúan el el mapa..
Joaquín, tu bien sabes que aunque pocos, siempre quedaremos hijos de estas dehesas que las defenderemos con todas nuestras fuerzas y vida, si fuera necesario.
Querido, muy bueno, como todos, los de las encinas es horrible ¿tiene remedio? tal vez deberías lanzar una iniciativa en change.org. por si sirve de algo, en cuanto a estos que describes como «extraños en su tierra», bueno, qué decir, todos los somos, abrazos, T
Precioso y certero artículo. Gracias.
El articulo describe una situación real. Si permite la sociedad que los «tecnócratas» la «gobiernen»?, entre otros bienes acabarán destruyendo los pueblos. Después las grandes urbes, que van configurando, ya inhabitables, nos destruirán a todos.
Gran artículo, Joaquín. Sugiere urgentes comentarios. Al mencionar la «Declaración de Impacto Ambiental Favorable», una vez más ha despertado negativamente mi sentido jurídico: es una de las declaraciones que, en mi larga experiencia jurídica, ha desperta mayor escándalo y vergüenza. ¿Corregirá la Junta de Castilla y León?
Se me ocurre que igual esas gentes que quieren permanecer en sus pueblos, en esas tierras olvidadas, deberían hacer algo y no solo esperar la ayuda del Padre-Estado.Esas casas casi en ruinas,corrales,pajares,por qué no las ofrecen gratis a cambio de ,por ejmplo ,hacer frente a los gastos d mantenimiento,impuestos…¿ Tú crees que nadie las querría ni regaladas?No estoy tan segura.Hay mucha gente,y no solo inmigrantes,que estarían encantados de tener un lugar donde poder trabajar,por ejemplo esas huertas invadidas ahora por las zarzas,de aprender la buena poda…es decir de ganarse la vida a la vez que revitalizan esos antiguos y abandonados refugios que ahora solo se hunden y convertirlos en su hogat. Quizás pueda parecer algo extremo,pero es que ante grandes males ,grandes remedios