Cuando la mosca cae en la telaraña

He estado hablando –discutiendo, más bien– media hora con Cayetana; una comercial sudamericana de voz melosa, que me ha contado que trabaja para Movistar.

            Me ha sorprendido su llamada, pero, como en ese momento estaba pendiente de resolver un par de asuntos con la multinacional, he pensado que “era la llamada que esperaba”. Así que no he caído en la cuenta de que no me llamaban “por lo mío”, sino para un enredo que narraré a continuación.

            No he dudado de su sinceridad, por supuesto; ni le he puesto peros. Cosas de la mente, supongo, que ve lo que quiere ver o se inventa circunstancias que nada tienen que ver con la realidad. Cierto es que andaba a esa hora levantándome de la siesta y sumido en ensoñaciones. Pero, fuera como fuese, Cayetana me atrapó en su red.

            Sí, la garota, suave como una mariposa, me ha soltado de golpe que la empresa –de la que hace 20 años soy cliente– iba a cancelar mi contrato ipso facto porque “como nos han llegado muchas quejas de la zona en la que vive usted por la deficiente conexión a Internet” –me ha relatado, melosa– “la compañía ha decidido mejorar el servicio y pasarle del 4G actual al 5G, además de poner a su disposición un mantenimiento permanente”. “Esto supone” –añade, sibilina, Cayetana– “que pasaría usted a pagar 89,50 € cada mes”.

            [Cabe reseñar, abundando en el azar y en el enredo, que hace un par de meses, tuve que llamar a Movistar, porque, efectivamente, Internet no funcionaba. En apenas unas horas me enviaron a un técnico  que, tras contarle mi problema, me pidió una escalera, salió a la calle y volvió a los diez minutos diciendo que “estaba todo arreglado”. ¿Qué pasa? le dije. “Nada, que a veces la competencia manipula una conexión para poner la suya…” ¡Hostia, tú!, le solté]

            –O sea, que 89,50 €, Cayetana… Pero si mi contrato es de 71 € al mes. ¡Esto es un abuso, un robo, una tropelía! –solté, enfadado–. Además, tengo una oferta hasta septiembre por la que sólo me cobran 38,42 €.

            –La oferta la perdería usted también, claro. Porque le haríamos un nuevo contrato al ampliarle la cobertura y darle mejor servicio.

            –¡Inaudito! ¡Ladrones! –exclamé, ya dominado por la cólera.

            Solté sapos y culebras contra las multinacionales en general, y contra Movistar en particular, y le dije (y, ahora que lo pienso… A ella… ¡Qué coños le importaba!) que las multinacionales han conseguido atemorizar a la población, convertirnos en muñecos y cosificar a las personas, disponiendo a su antojo de nuestras vidas como si fuésemos cajas registradoras de las que sacan dinero a su antojo.

            Le dije… ¡De todo! “Aunque usted no tiene culpa, por supuesto”, traté de limar asperezas.

            Más calmado, argumenté que una oferta que es pública, firmada por ambas partes, no puede ser suprimida arbitrariamente. Denunciaré el atropello donde haga falta.

            Pero Cayetana parecía tener prisa y se puso a explicarme las tres opciones que me daba Movistar: una, aceptar el nuevo contrato con las nuevas condiciones; dos, darme de baja y quedarme sin teléfono; y tres, escuchar ofertas de otras multinacionales del sector, eso sí, “canalizadas”, matizó, a través de la OCU (Organización de Consumidores y Usuarios) que sería la garante de la seriedad de las propuestas que me llegasen. Esto, sólo en el caso de que me acogiese a la tercera opción.

            Pero yo no quería cambiar de compañía. Así que acepté inmolarme.

            –Acepto que soy una mosca atrapada en una telaraña… ¡Que Movistar haga conmigo lo que quiera! –le expresé, derrotado.

            –Perfecto –dijo la arpía Cayetana–. ¡Le paso con mi compañera para el nuevo contrato! –cantó como un cisne emocionado tras una soirée amorosa.

            Y me pasó a Sofía –también sudamericana– que, más suave que un guante, me espetó:

            –Así que usted acepta el nuevo contrato que le ofrecemos, verdad.

            –Qué remedio.

            –Pues entonces le informo que va a pagar 10 € más al mes por cada una de las dos líneas que tiene contratadas, y otros 10 € de mantenimiento. Y, por supuesto, ya le habrá dicho mi compañera que pierde usted la oferta de la que ahora disfruta.

            –Ah, no, no… Espera, espera… ¡Tu compañera no me ha dicho nada de esos 10 € multiplicados por dos! Ni del coste del mantenimiento… ¡Que sería multiplicar 10 por tres! ¡Esto es un abuso! ¡Un abuso! ¡Sinvergüenzas!

            Y monté en cólera otra vez… Ahora ya si que no entendía nada…  El disparate era tal y el abuso tan palpable que no podía aceptarlo. Así que le dije a la tal Sofía que me pasara otra vez con Cayetana; que quería valorar otras posibilidades… ¡Lo de Movistar no tiene nombre!, le grité.

            En ese momento estaba dispuesto a borrarme de todas las compañías.

            Cayetana me recibió sorprendida. Parecía confundida. ¿Cómo, no acepta usted el nuevo contrato?” Le pedí que me repitiera las tres posibilidades de contrato que tenía y le advertí de que no  cambiaría de operadora. “Pero sí quiero escuchar las ofertas que me hagan”. “¡A ver qué coños me venden!”, le espeté. “Pero, que sepas”, insistí, “que no pienso cambiarme”.

            Entonces Cayetana se enfadó y alegó que por qué quería hacerle perder el tiempo a sus compañeras si estaba seguro de no querer dejar Movistar. Yo le inquirí si no miraba ella las ofertas cuando iba de compras, pues por qué no podía yo escuchar lo que me ofreciesen sus colegas. “Ya, pero si usted no va a cambiar de empresa… No tiene sentido que le llamen”, insistió, Persistió. “Bueno, tú diles que llamen, y ya veremos”, concluí.

            Fue colgar y empezar a sonar el teléfono.

            –Hola, mi nombre es Virginia –sudamericana también–. Le llamo de Orange y quiero hacerle una buena oferta… Y bla, bla, bla…

            Escuché a la convincente Virginia y al final le dije que me lo pensaría.

            Ella colgó como si tuviese mucha prisa y al minuto sonó otra vez el teléfono.

            –¡Hola, cariño, soy Lucía! Te llamo de Vodafone… Tengo una oferta para ti, cariño, que no vas a poder rechazar… Te va a encantar, cariño. Veo que, por el contrato que tienes, puedo ofrecerte para los primeros tres meses un precio de 50 € al mes y en lo sucesivo, si permaneces con nosotros, 61,81 €, cariño.

            Pensé de prisa y, no cabía duda, me suponía un buen ahorro. ¡Qué tentación! Pero lo único que tenía claro en aquel momento era que no quería cambiar de operadora. Quizá porque el enredo se estaba enredando y empezaba a oler mal. Así que seguí con el juego.

            Lucía tenía desparpajo y ¡no era sudamericana! Tampoco esto me chocó. Me doró tanto la píldora y me soltó tantos “cariños” que le pedí, por favor, que me repitiese la oferta. Ella, siempre entusiasta, muy profesional, lo hizo sin perder un ápice de energía y adornándose, convencida de que “me tenía en el bote”, pienso ahora. Al final me dijo que me mandaba el contacto profesional por WhatsApp, para que la llamara si decidía aceptar su oferta. Contacto que un minuto más tarde tenía ya en mi móvil.

            Aún tuve una tercera llamada. Un tal Jorge, que dijo ser de Yoigo; Jorge era de allende los mares, también. Este fue rápido y escueto; apenas me explicó su oferta en un minuto. Le dije lo mismo que al resto. Que me lo pensaría.

            Apenas un minuto después el teléfono sonó de nuevo…

            –Hola, soy Camila, de Movistar.

           Camila se muestra seria y centrada en su papel.

           –Así que has decidido aceptar al fin el nuevo contrato de Movistar.

            –Sí claro, qué remedio me queda. Ya le he dicho a tu compañera –no sé a cual porque tú eres la cuarta que creo que me llama– que soy como la mosca atrapada en la telaraña. No hay manera de librarse de la trampa. Podéis devorarme lentamente sin posibilidad de defensa; nadie se ocupará de mí. Aunque quiero que sepas que iré a los tribunales. Considero esta propuesta totalmente fuera de lugar y un abuso manifiesto.

            –Vale, vale… No se ponga usted así.

            –¡¿Cómo quieres que me ponga, entonces!? Sencillamente considero este cambio de contrato un robo en toda regla.

            –Bueno, en fin, si usted acepta el nuevo contrato –hizo oído sordo a mis quejas–  le tengo que informar que le vamos a cambiar el router y también le daremos dos nuevas líneas de teléfono con números nuevos…

            –¡¡¡Si yo sólo quiero una!!! ¿¡Números nuevos!?

            –Tendrá que ir un técnico a instalarle todo… Eso son 60 € que se lo cargaremos en la próxima factura… Que con el IVA y los nuevos recargos, el próximo recibo será de 189 €.

            –¡¡¡Pues sabes qué te digo, Camila, que os vayáis a la mierda!!! Haz lo que te dé la gana… No pienso firmar nada. Adiós.

            Y colgué.

Conclusión y moraleja

Como la mayoría de los cuentos, también éste tiene una moraleja y un final.

            Conozco a una persona que trabaja en Movistar desde hace años; nada más recibir la llamada de Cayetana, empecé a escribirle un WhatsApp contándole lo que me está ocurriendo, por considerarlo inadmisible. Pero el enredo de unas y otras vendedoras, y la rápida sucesión de llamadas, me impedían terminar el texto de una vez. Hasta que mandé “a la mierda” a Camila y le colgué.

            Envío el WhatsApp a mi conocido y recibo su respuesta inmediata:

            –¡Jajaja! ¡Te han tomado el pelo!

            Entonces repaso mentalmente el sainete del que he sido víctima, además de arte y parte, y, ¡ahora sí! descubro incongruencias, absurdos, ofertas inviables o la anormalidad que supone que apenas me han dejado respirar ni pensar entre llamada y llamada; llamadas todas, supongo, efectuadas por comerciales fantasma que se atribuyen la representación de una determinada operadora.

            Mas ¿con qué objeto? Supongo que pretendían que me enfadase con Movistar y cambiase de empresa telefónica. ¿Y esto les compensa el tiempo que nos hemos pasado discutiendo o enfadándonos… ellos conmigo y yo con ellos? Supongo que sí, si no lo harían. Intuyo (sólo lo intuyo) que, en este caso, era con Vodafone –Lucía fue la única que me facilitó por WhatsApp su contacto profesional– con la que pretendían que me diese de alta.

            Indago en Internet y está perfectamente documentado este intento de estafa sufrido por miles de personas. O sea, nada nuevo bajo el sol.

            Da que pensar. Y aún resulta más interesante constatar cómo la mente humana, dependiendo de qué circunstancias, es permeable, sea cual sea el disparate. Aseguro que uno puede recibir decenas de llamadas y negarse a coger el teléfono porque las considera sospechosas. O descuelga el auricular y corta de inmediato porque se ha dado cuenta de que hay “algo” raro en ellas. Pero, sin embargo, en un momento dado, por la razón que sea, uno acepta y cae en la trampa.

            La vida es puro juego y a veces un cuento. Acepar los cuentos sin más tiene sus riesgos; sí, se corre el riesgo de quedarse atrapado… Como la mosca en la telaraña.

 

3 comentarios Añade el tuyo
  1. Esa historia que voy cuentas me resulta muy cercana. Yo tambien llevo tree meses peleandome con Movistar. Tengo un contractor que estipula que no pagare mas de 100 euros al mes, y llevan desde febrero pasandome simple en torno a 150 euros. Las reclamaciones me suponen cerca de una hora al telefono. Las ostia, vamos.
    Gran cronica Joaquin

  2. Muy buena crónica, como nos tienes acostumbrados, Joaquín. Sólo espero que llegue a oídos del Sr Ministro de Consumo y haga algo

  3. En Francia no tienen estos monopolios y tienen tarifas estupendas. Cuando les dices las nuestras se echan las manos a la cabeza horrorizados. Saludos Joaquín.

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