Ahora cualquier individuo puede subirse al púlpito de Internet y soltar por su boquita de fragua el fuego de sus palabras como si fuera el oráculo y no hubiese otra verdad que la suya, aunque lo que diga sean memeces, el mayor de los despropósitos o vómitos verborreicos. Y sus seguidores, por miles, no solo escuchan a estos charlatanes de mala uva, sin sustancia, cansinos e inanes, sino que les jalean y aplauden. Los hay por todas partes. En todos los rincones. Florecen como las margaritas en la España profunda y rural; pero también en el altar de los rascacielos, en esa “milla de oro” que toda ciudad tiene. Los hay que van con el porro de fresno de arrear el ganado en la mano y mordiendo el chorizo y la morcilla mientras se les engancha en el belfo la grasa, y los hay que se atusan la perilla o el pelo con potingues de luxe y visten milrayas, mientras se restriegan la boquita de piñón con la corbata pintada con colores patrios. Son una plaga que, al contrario que las lombrices en el estiércol, producen un humus malsano y pestilente que algún día puede que este país lo lamente.
Pero ahí les tienen, ¡tan panchos!, sin que nadie les ponga coto a sus desmanes. Triunfan en las redes sociales mientras graban hasta lo que mean mientras emboban a la gente como si fueran curas de púlpito. Se han hecho adictos al exhibicionismo y, como pavos reales, despliegan sus plumas haciendo las mayores tonterías porque la calderilla que les da la multinacional de turno les tiene omnubilados. Los dioses del dinero bien lo saben. Saben que estos andrajos del sentir, desertores del respeto a los otros, del compromiso moral, de la ética y la honradez, son ahora las huestes mercenarias de su proyecto más sucios para el embrutecimiento de la población.
Es la vida. Es la sociedad que tenemos. Quizá este mundo no dé más de sí… Es, en definitiva, la realidad que hoy toca vivir; una realidad que, como si se tratara de un magma pestilente, ha ido penetrando por todos los resquicios del comportamiento social y del sentir de la gente hasta hacernos creer que el último mono puede decir lo que quiera porque lo que dice es la verdad del oráculo.
Esto no no sería grave si fuera una sola la persona la que estuviese todo el día aventando disparates; no, no lo sería. Pero es que son miles, decenas de miles tal vez, repartidos por el mundo, los que están envenenando y confundiendo la vida de millones de personas que a lo único que aspiran es a gestionar la realidad que les ha tocdo vivir lo mejor posible al tiempo que intentan ser felices. Por eso es tan grave lo que está ocurriendo. Y por eso los principales responsables de esta deriva charlatana son los políticos.
Porque son ellos y los representantes de las más altas instancias del Estado, el modelo que imitan estos voceros. Son los propios políticos, con su comportamiento reprobable, con su verborrea barriobajera y sin sustancia, con sus insultos y ofensas, con sus mentiras, los que alimentan y engordan la morralla ideológica y verbal que estos iluminados esparcen por las redes sociales. El resulta ya se ve. El tonto de turno se erige en obispo y se pone a opinar y a dar charlas como si supiese de todo; pasa el día entregado a su canal de Youtube o a cualquier otro de Internet, no diciendo más que sandeces y, a veces, burradas. O soltando graves ofensas para instituciones y personas decentes. Y están los que le siguen y jalean, que son multitud, y que cómo él, si algún día tuviesen la oportunidad de empuñar una horca, el hacha o el garrote… pobre de aquel que tenga la desgracia de cruzarse en su camino.
Insisto, los políticos, en general, son el espejo en el que se miran estos bobalicones que chapotean en Internet. A estos necios les basta con repetir las palabras que pillan de aquí, las frases de allí, el insulto de más allá… Escúchenles y verán que son cómo loros repitiendo el invento, el engaño, la mentira… que han escuchado en la televisión.
Estos días estamos viviendo en España una situación delicada, que pensábamos que ya nunca volvería a suceder: la posibilidad de un golpe de Estado perpetrado, en esta ocasión, por un grupo de señores togados. Y es que allá, en los palacios de invierno de los Tres Poderes (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) hacen con la ley, a veces, de su capa un sayo. Entre los desmanes, uno de los más graves es el que ha ocurrido estos días, ese intento de un grupo de togados que, apelando a algo tan genérico como que «hay que salvar España», pretende hacer callar al Parlamento, lugar en el que reside, no se olvide, la soberanía popular. ¿Pero a qué España quieren salvar? A la suya, por supuesto; es lo que piensan. Porque piensan que si gobiernan los que no son de los suyos se les fastidia el negocio. Así que conspiran, regatean y retuercen al estado de Derecho hasta ahogarlo con tal de que la vida, el mundo, sea a su medida, no cómo decide el pueblo soberano cuando vota.
Bien, dejémoslo aquí. Yo solo quería contar que ayer, viendo el vídeo que enlazo aquí, sentí tal desazón y vergüenza, que no pude menos de ponerme a escribir estas líneas. Escuchen lo que dice este señor a partir del minuto 5’10” de la grabación. A ver si alguien es capaz de decir más sandeces en menos tiempo…
Un señor que tiene miles de seguidores que le jalean.