Caminando por las montañas de Albania, Kosovo y Montenegro
4. La mujer que manda mucho y habla lenguas

El ritual siempre es el mismo. Acostarse temprano tiene la ventaja de que a las seis de la mañana ya está uno harto de dormir. Luego viene el aseo (rápido, que el frío paraliza), el desayuno, recoger otra vez el equipaje, preparar la mochila con el agua, el chubasquero, la comida del “picnic” para el camino y disponerse a partir.

            Salimos a las nueve y enseguida tomamos un sendero que gatea, casi en vertical, entre rocas y pinos… Un descanso breve, una hondonada, y otros trescientos metros más de desnivel apuntando hacia las nubes. Zigzagueamos por una ladera desnuda. Abajo, ya lejos, queda la sombra de los árboles. Transitamos ahora por una zona cárstica que no se acaba nunca; hay que seguir subiendo. El paisaje se antoja inhóspito, lunar. Cuesta imaginar que aquí haya vida, pero, justo un poco más arriba, aparece una choza de pastores. Y a la puerta una mujer sentada, contemplando la nada. En cuanto nos ve se esconde.

            El último collado nos lleva a Montenegro otra vez. La bajada entre calizas es muy complicada; hay que esquivar sumideros, saltar o deslizarse para salvar desniveles que aparecen por sorpresa. El terreno nos exige gran concentración; tanto que, cuando por fin llegamos a una pradera y nos detenemos a almorzar, yo prefiero meditar y echarme a dormir para “reabsorber” la adrenalina.

El descenso a Çerem lo hacemos por un bosque de hayas gigantes./ Foto JM
El descenso a Çerem lo hacemos por un bosque de hayas gigantes./ Foto JM

            A partir de aquí la jornada es más dulce. Subimos de nuevo unos cien metros y abandonamos Montenegro. Nos encaminamos a Çerem, el nuevo destino. La sorpresa nos asalta al llegar: en la ducha hay overbooking. Coincidimos con un numeroso grupo de alemanes y esto multiplica los problemas de intendencia; el alojamiento en la línea… ¡Precario, precario!

            Además, el frío arrecia; hay varios grados bajo cero. Comparto con el Explorador y el Meteorito (que, inasequibles al desaliento, siguen departiendo) habitación en un segundo piso de una cabaña de madera estrenada no hace mucho, pero carente de todo. Por no tener no tiene ni un mísero clavo en la pared en el que colgar la toalla. Nada. Y si te surge una urgencia por la noche, has de bajar la escalera, salir afuera, salvar una pasarela flotante sin baranda y recorrer, campo a través, una cincuentena de metros hasta llegar a ese escusado que es almacén, lavandería, ducha… Y en el que puede que al llegar a la puerta te des cuenta de que, en ese momento, está ocupado por alguien que, como tú, está resolviendo los más urgentes conflictos.

            Entonces te asaltan las dudas –¡son las cuatro de la mañana!– y no sabes qué hacer, si morirte allí mismo y pasar a la historia convertido en estatua congelada, o aventurarte a explorar los alrededores hasta encontrar un rincón en el que depositar el testigo de tus males. O, tal vez volver a la cama, acostarte otra vez, e intentarlo de nuevo más tarde, a eso de las cuatro y media o las cinco… con el riesgo y la angustia que con lleva no llegar a tiempo. ¡Horror!

            El aviso de que te estás congelando a la puerta del retrete mientras piensas qué hacer es la tiritona que te recorre por el cuerpo… ¡Pero la puerta se abre! Y una sombra huye en la noche como un refugiado clandestino al amparo de la oscuridad. ¡Estás salvado! Mañana podrás seguir caminando.

Los hongos asaltan los troncos que mueren y, poco a poco, los devoran./ Foto JM
Los hongos asaltan los troncos que mueren y, poco a poco, los devoran./ Foto JM

            Por lo demás, la estancia en Çerem la sobrellevamos con alegría al calor de la estufa que atiza una abuela octogenaria, con la que Esperanza, La Mujer que manda mucho, departió largamente en varias idiomas y lenguas; principalmente en la de signos y señas.

            Tomamos té, que no era té como ya he señalado anteriormente, sino una infusión de tomillo. Y así fuimos capeando las horas de esa tarde congelada hasta que, concluida la cena en el concurrido comedor, que compartimos con la peña de alemanes, a eso de las nueve, tiró cada uno por su lado, corriendo, a meterse en la piltra. Según salíamos del chamizo-comedor parecíamos una de esas bandadas de pájaros que, posadas en un árbol, huyen en todas las direcciones cuando se les espanta.

            El despertar fue tranquilo y después más de lo mismo. A las ocho y media estábamos otra vez en camino.

                                                                                                                              (Continuará)

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Nota del autor.- La crónica de este viaje consta de ocho capítulos. En cuanto a las fotografías, además de las que ilustren cada capítulo, publicaré, al final, una “galería fotográfica” con una amplia recopilación de nuestras andanzas por los Alpes Dináricos.

Un comentario Añade el tuyo
  1. Hola Joaquin: lo divertido de tanta tribulación y disconfor es que es voluntario y además pagando. En espera del siguiente capítulo. Un abrazo

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