Caminando por las montañas de Albania, Kosovo y Montenegro
2. De ciencia, obispos, abadesas
y un cardenal disidente

Grebaje Valley es un lugar idílico escondido detrás de un macizo coronado por agujas de rocas calizas. El campamento, a 1.200 metros de altitud, nos recibe con cielo nublado, un aire gélido y lluvia. Las cabañas de madera, coquetas, individuales o para una pareja, tienen buena pinta. ¿Los baños? De lo mejor que habríamos de encontrarnos durante la travesía.

            Como parece que escampa, decidimos salir a “hacer piernas” y acercarnos hasta las escarpadas laderas que se ven no demasiado lejos. ¡Cuánta belleza! Entre las curiosidades que reúne este parque nacional de Montenegro observamos, mirando hacia arriba, dos gatos besándose. La composición, en la distancia, se ve tan perfecta que las autoridades han decidido colocar varios bancos-tumbona, estratégicamente situados, para que quien lo desee pueda observar, recostándose en ellos, a los felinos de piedra.

Dos gatos besándose en el parque nacional de Gjregay Valley, en Montenegro./ Foto JM
Dos “gatos” besándose en las cumbres el parque nacional de Grebage Valley, en Montenegro./ Foto JM

            La amenaza de una nueva tromba de agua nos obliga a regresar enseguida. Nos refugiamos en el cobertizo que el dueño de las cabañas ha habilitado con dos grandes mesas y bancos corridos. Un refugio que para los días de verano podría estar bien, pero que, con un tiempo tan desapacible, resulta tan gélido que uno sería más feliz en una cámara frigorífica. Menos mal que hay un gran horno encendido en un rincón y algo calienta la estancia; en él se está cociendo nuestra cena, nos explica David, el guía.

            El calor nos reconforta y el montenegrino, el dueño del “complejo vacacional”, nos observa. Nos escudriña con su mirada vidriosa… Repara en cómo nos restregamos las manos heladas; nos ve “retorcernos”, encogidos. Entonces enciende otro fuego en el bidón de hojalata que tiene a su lado. Si la llama cede, se levanta y atiza con los troncos de haya que tiene apilados allí mismo, en un rincón; el fuego revive al instante y el humo nos envuelve. Tosemos. Él vuelve a sentarse, prende otro cigarro y se echa la enésima copa de raki al coleto; ese aguardiente que le endulza la vida a los hombres de los países balcánicos.

            Nos ofrece una copa que le aceptamos con gusto, sonriendo. Sigue mirándonos… Él, inexpresivo, como ido, sigue observándonos… Como si acabase de volver de un sueño. Imagino que no entiende nada, ni una palabra, de la acalorada discusión que acabamos de empezar otra vez. No nos quita ojo… Su mirada, enrojecida, busca al que habla; como si las palabras fuesen caramelos y sus ojos dos moscas.

Quizá el mejor lugar en el que pernoctamos a lo largo de la travesía. Cabañas de Grebaje Valley, en Montenegro./ Foto JM
Quizá fuera este el mejor lugar en el que pernoctamos en toda la travesía. Cabañas de Grebaje Valley, en Montenegro./ Foto JM

            La discusión ¡como no! la monopoliza Manolo, El Meteorito Que Viene, que, una vez más, un día más, por enésima vez, defiende apasionado y vehemente, que “sin ciencia no hay salvación”. Su propuesta radical es que la ciencia alcance la categoría de religión y, de esta forma, “someta”, “destruya”, “ridiculice”, “anule”, “elimine para siempre” en definitiva, a todas las demás religiones, incluido cualquier otro planteamiento filosófico, teoría o postulados que tengan que ver con las palabras, las lenguas y “la farfulla” –puntualiza– que defienda el humanismo. “¡Abajo la retórica!”, exclama. Solo su invento, la Iglesia Cientifista Grande, Grande, Grande (BBBSCh, en su acrónimo inglés) podrá conseguir que la humanidad mejorase en el futuro. Según él, “su Iglesia” propiciará, cuando se implante, que la riqueza se reparta más justamente. “Porque, desde el punto de vista científico, es un error que los ricos sean tan ricos”, asegura. “Sería mejor, incluso para ellos, que fuesen menos ricos”, añade. “Y esto solo puede conseguirse con la ciencia”, reitera, rotundo.

            Y no hace falta, según El Meteorito Que Viene, que haya guerras para alcanzar tal estado, ni revoluciones, ni ningún tipo de violencia. Basta con que se cumplan a rajatabla los 30 derechos recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH)  del año 1948 y se aplique la ciencia de verdad, “¡pero de verdad!”, insiste. Es decir, que los conocimientos científicos actuales o los que estén por venir caigan como un maná sobre toda la humanidad

            A este torrente de “extrañas locuras” Adolfo, El Discreto Impasible, responde, siempre muy comedido, que, según él lo ve, el mundo sigue progresando razonablemente por lo que no es necesario enfrascarse en nuevos experimentos, al tiempo que concluye que no acaba de entender lo que El Meteorito nos propone. Entonces, éste, El Meteorito, reacciona y le nombra, sin más, obispo de la BBBSCh y El Discreto Impasible sonríe otra vez, ríe un poco más… –algo poco habitual en él– al tiempo que el anfitrión montenegrino celebra la risa con un nuevo trago de raki y otro cigarro. Mientras tanto, Alfonso, El Explorador del Far West, y moderado contrapunto de su amigo Manolo, se ha quedado dormido.

El valle de Theth (Albania) visto desde el collado de ./ Foto JM
El valle de Theth (Albania) visto desde el collado de Peje./ Foto JM

            El debate se alarga por horas; hasta que nos avisa la dueña que ya está la cena. Algunos, aburridos, han desertado mucho antes, pero otros, enredados en la telaraña de la BBBSCh con la que el iluminado trata de captar adeptos, han pataleado hasta el final ante un Meteorito irreductible. En su afán de dar verisimilitud a su farragoso discurso y a su Iglesia, nuestro amigo, además de nombrar a dedo, como se ha dicho, con rango de obispo, a El Discreto Impasible, le otorga a la enfermera Esperanza, La Mujer Que Manda Mucho, la responsabilidad, con categoría de Superiora y Abadesa, de organizar la División Monjil de su Iglesia. Y no contento con esto, propone a Pepe, El Azogue, que cree una Cofradía –actividad que, como todo el mundo sabe, prolifera en Sevilla más que ninguna otra cosa y, por tanto, va a serle fácil postular–, incitándolo a que se autoproclame Hermano Mayor, Capataz de todas las procesiones en las que salgan tirinenes y, si le queda algún día libre, le sugiere, también, que sea el Cacique de todos los gremios y oficios a fin de conseguir que las masas se afilien a la BBBSCh para hacerla grande, grande, grande.

            Mientras tanto, yo, atacado por los celos, le pido que me otorgue el rango y honor de ser Cardenal de su Iglesia. Pero me mira como un áspid y, sonriendo condescendiente, me suelta: “Tu eres un humanista y no tienes cabida en mi Iglesia. Me conviene más que estés en la oposición, como disidente, pues así daremos más que hablar pues tú, y los que son como tú –la gran mayoría del género humano– nos engrandeceréis con vuestra propaganda y retórica, mientras vivís de la farfulla de juntar palabras y postular falsos argumentos pues… siempre os basaréis en las creencias o tiraréis de verborrea. Y esto, lo que tú y los que son como tú representan, reitero, no caben en mi BBBSCh. ¡Sois anatema! La ciencia es la ciencia; y es la que nos salvará. Se trata de que todo lo establecido hasta ahora sea pervertido y apabullado con ciencia. ¡Ciencia!, ¡Ciencia!, ¡Ciencia! –Proclama el iluminado–. Ya sabéis que el dato mata el relato –resume mirando fijamente a la concurrencia; o sea, a los cuatro “devotos” que por lástima seguimos escuchándole–. Y el meteorito está por venir… ¡Pero vendrá!” –concluye, resuelto, su perorata de enajenado convencido.

            Así hasta que nos levantamos para ir a cenar.

Descenso hacia Theth casi en vertical. La lluvia, la nieve y el viento juegan con los árboles hasta agotarlos./ Foto JM
Descenso en vertical hacia Theth. / Foto JM

            El Montenegrino, además del raki, nos ha ofrecido té, que en realidad es una infusión de tomillo. Le preguntamos si tiene galletas. Y devoramos las que nos ofrece, incluso las migas, tal es la lentitud con la que las horas se consumen en la espera. Mientras, la humareda nos atonta, la borrachera va in crescendo y el agotamiento en el que nos sumerge la charla nos deja en estado de shock, como atontados, en una especie de limbo. Son las horas muertas, la inanición… Pero el piscolabis nos salva… Hasta que por fin llega la cena.

            La que pensábamos que era la hija de El Montenegrino resulta que es su esposa; y es la que nos avisa de que la mesa está servida en la barraca que hace el oficio de cocina-comedor.

            Como en la noche precedente, también en esta disfrutamos de sabrosos y abundantes manjares. Sopa, ensalada, un asado excelente, queso casero y, como postre, unas ciruelas gigantes de campo que saben a gloria. Todo ello regado con cerveza y vino del país.

            Entre tanto, el temporal va perdiendo fuerza. La noche se serena poco a poco y solo alguna ráfaga aislada de viento o una fugaz cortina de lluvia, que apenas dura unos minutos, rasgan la oscuridad y el silencio que hay afuera.

El árbol nace en la roca, crece, resiste decenas de años y un día la nieve, la lluvia y el viento acaban con él./ Foto JM
El árbol nace en la roca, crece, resiste decenas de años y lentamente la nieve, la lluvia y el viento acaban con él./ Foto JM

            Celebramos la bonanza; el optimismo crece. ¡Bebemos, brindamos! Aunque la cerveza es ligera, su poca graduación no va impedir que más de uno tenga que salir varias veces a mear al relente, a la luz de las estrellas.

            A las ocho, el desayuno; y, hale, hale, ¡que nos vamos! Es el momento de iniciar la travesía; el objetivo se acerca… Llegan tres coches 4×4, cargamos nuestras cosas y, durante casi una hora, recorremos una pista intransitable, siempre picando hacia arriba, hasta llegar al destino, el valle de Vuzaj. Por el camino adelantamos a varios mochileros, chicas y chicos jóvenes, cargados de equipaje y entusiasmo. Por un momento, se abre un pequeño claro y aparece una loma despejada donde nos espera la recua de mulas que transportará las mochilas. Se nota la altura. Hace frío. El cielo sigue sucio, cubierto, aunque la previsión es que hará sol.

            Emprendemos la marcha… ¡Por fin!

            Como no dispongo de móvil ni de mapas, ni he querido preguntar, no tengo la menor idea de dónde nos encontramos. Solo sé que desde que salimos de Tirana hace dos días, y hasta llegar a este lugar, hemos dado más vuelta que un burro en una semana alrededor de una noria. Sin embargo, ahora –cuando escribo esta crónica– sé que la distancia de esa primera travesía hasta Theth iba a ser de algo más de 19 kilómetros, y tendríamos que salvar un desnivel acumulado positivo de 1.200 metros y otro tanto de bajada.

            En el grupo hay varios miembros que sí están al tanto del recorrido que haremos; tienen en el móvil los mapas y el track de por dónde hemos de pasar. A él recurren con frecuencia y comprueban la distancia superada y lo que falta, el desnivel que estamos subiendo, el tiempo que llevamos haciendo camino, la altitud a la que nos encontramos en un momento determinado… Les miro y, como no dispondré de ese chisme por unos días, se me ocurre pensar que tener a mano el móvil es cómo no haber salido, en cierto modo, de casa; no hay posibilidad de huir de la realidad… ¡El infernal artilugio te impide huir de ella! Porque, en esta ocasión, por ejemplo, no sería tan necesario… El guía puede conducirnos hasta con los ojos cerrados; lleva más de una década transitando por aquí.

            Tras atravesar una planicie, el sendero se adentra, enseguida, en un hayedo que, en zigzag, nos empuja hacia arriba. La humedad es alta y el aire espeso. Comenzamos a sudar. Hacemos una pausa. El bosque se acaba pero seguimos subiendo, ahora por una zona cárstica, hasta llegar a una pradera deforestada en la que se observan claramente los agujeros que han dejado los pinos arrancados. Estamos rodeados de ovejas; sus pastores nos contemplan al tiempo que nos ofrecen té y otras bebidas que, supongo, comercializan con los montañeros que se acercan por aquí. En lo alto se abre el cielo y las crestas de caliza, blanquecinas, desnudas, invitan a subir hasta las cumbres. Pero hoy vamos de paso; tenemos un destino: Theth, el valle que hay al otro lado del macizo.

El juego del viento con la luz y las nubes, saltando por las cumbres, nos hacen soñar./ Foto JM
El juego del viento con la luz y las nubes, saltando por las cumbres, nos hacen soñar./ Foto JM

            Cuando termina la pradera encadenamos tres tramos de subida; luego lomeamos un buen rato (andamos ya muy cerca de las cumbres) hasta que decidimos hacer un descanso. Durante la parada constatamos que Eva, nuestra querida Pipi Calzaslargas, que normalmente vuela sobre cualquier cresta o ladera, se ha puesto enferma. “Algo he comido que me ha sentado mal”, explica. Se encoge y se aprieta el estómago con las dos manos. “¡Qué dolor!” “Quizá fue aquel plato raro con una especie de queso líquido…”, especula. El sol se asoma por una rendija entre las nubes y nos alivia del frío. El grupo rodea a Eva, la anima y la libera del peso. Uno coge su mochila, otro la cantimplora; uno más, su paraguas. Ella, aunque se siente débil, insiste en reanudar la marcha… Aparece ante nosotros un valle en forma de embudo y, en su centro, un pequeño lago ¡Hasta allí hay que bajar y después subir! ¡Uf! Pero este es nuestro juego; el juego que nos gusta, ¡subir y bajar siempre! Menos cuando uno está enfermo o cuando, por lo que sea, el cuerpo se queda sin fuerzas como le está ocurriendo hoy a Eva.

            La altura máxima del día la alcanzamos cuando remontamos desde el lago hasta el collado de Peje. ¡Al fondo se ve Theth! Sí, sí, se ve… Aunque más bien se imagina. Allá, entre un mar de verde… Como en una miniatura de aquellos incunables que guardan las misteriosas bibliotecas que quedan del medievo, así aparecen los hilos dorados sobre el verde (los caminos), los hilos blanco (cauces de arroyos y ríos) y varios puntos grises… ¡Las casas de Theth!

            Nueva pausa; es el momento de hacer un recuento. ¡Primera travesía! Visualizo todo lo que hemos subido hasta ahora. ¡Y lo que tendremos todavía que bajar! Pienso en lo poderosa que es la mente y me digo que el ser humano carece de límites. Porque aunque el cuerpo se niegue a subir más o se queje, la mente tira de él, invitándole a que siga, a que dé un paso y otro, y uno más, y otro… Y así hasta llegar a lo más alto, cerca del cielo, después de seis horas trepando.

            Reflexiono sobre cómo interviene o cómo nos empuja la voluntad… “¡Qué hago yo aquí!”, me digo “¡Con lo bien que estaría en mi casa!” “La capacidad del cuerpo para resistir es asombrosa”, me repito. Aunque la preocupación está ahí. Siempre ese miedo… Porque cuando se camina o se trepa durante horas, es normal que surjan alarmas: un pinchazo en un muslo, una rodilla que se queja, el roce en un pie… Pero no, no ocurre nada; el músculo se acomoda otra vez, la rodilla se adapta, y el pie vuelve a encontrar su equilibrio.  Siempre a paso lento, a “paso montañero”. ¡Y se llega!

            Y cuando llegas te emocionas; ves cómo los compañeros que están esperándote celebran el verte; te animan, sonríen… Hasta que un impertinente gracioso dice “venga vámonos, que ya está aquí el último”. Y tú sigues ahogado, a punto de derrumbarte, sin fuerzas, pero no te quejas, porque sabes que el dolor durará solo unos instantes. Recuperas la respiración enseguida, el pulso vuelve a su sitio y celebras la hazaña conseguida mientras miras hacia abajo, a la pendiente de medio kilómetro que acabas de salvar, o trazas una panorámica sobre las crestas que están tocando el cielo y sonríes satisfecho. Luego te pones en marcha; les sigues… “Ahora, todo es para abajo”, viene a animarme David. Pero a mí bajar me divierte. “¡Que vais muy despacio!”, les digo. ¡Y me pongo el primero! O el segundo…, que el que vuela de verdad hacia abajo o para arriba, da lo mismo, es El Azogue, el mago Pepe.

Uno de tantos caminos... siempre hacia arriba, en los que la mente era más poderosa que el cuerpo./ Foto JM
Cuando la mente es poderosa y el cuerpo obedece… se llega siempre. / Foto JM

            El descenso hasta Theth dura varias horas y hay algunos tramos que se hacen casi en vertical. También se cansa uno bajando, eh. Al principio descendemos entre rocas y luego por un bosque de pinos centenarios. Al final, durante los últimos metros seguimos las huellas de viejas torrenteras y ríos secos. Pipi Calzaslargas ha bajado bien y todos lo celebramos. Igual que todos disfrutamos de los últimos kilómetros caminando por una pista que discurre en pendiente hasta llegar al hotel. Bueno, ¿hotel, hotel…?  Ahora os cuento.

            Comparto habitación con Alfonso, Manolo­ –incansables habladores y mayores polemistas del reino– y Esperanza. No hay problema. Cada uno se acomoda donde le parece sin ruidos ni quejas. Otra cosa es la odisea a la hora de ducharse. ¡Ay, ay, la alcachofa de la ducha salpica como si fuera un sistema de riego por aspersión. No hay rincón en el cuarto de baño que se salve. El sumidero no traga… ¡Peligro, puede haber inundaciones!

            Superado el tiempo de aseo y lavatorio pertinente, llega siempre el de la colada. El Explorador y El Meteorito son grandes expertos y muy hábiles. Da gloria verlos como se afanaban cada día, como dos amos de casa experimentados, en frotar y sacar brillo a las ropas más delicadas e íntimas. Luego buscan un lugar para tender, que nunca es cosa fácil; sacan la cuerda que cada uno (previsores, ellos) guarda en su mochila, y valiéndose de los más inverosímiles artilugios, montan el tenderete donde sea y ponen la ropa se secarse. Antes, nosotros les observamos… Y cuando ya han conseguido organizar el istalache nos acercamos el ingenio como parásitos vampiros y  La Mujer Que Manda Mucho y un servidor, tendemos primero.

             El Meteorito nos recuerda que esa noche juegan España y Francia la final de la Copa de Europa de Baloncesto. Le gustaría verlo. Pero aquí va a ser difícil; no hay televisión.

            Al final, yo no sé como, alguien encuentra la solución para ver el partido en el móvil… ¡Ay, el móvil! El móvil otra vez. Esa especie de cordón umbilical que, imagino, ya no cortaremos jamás, ni siquiera cuando la vida nos dé el finiquito. El móvil nos ata con gruesas cadenas a la cruda realidad… Incluso, aunque, como la noche que pasamos en Theth, nos hurte la posibilidad de vivir una aventura en el limbo de unas montañas perdidas, lejos de todo, en los confines de algún paraíso en el que todavía caben los sueños.

                                                                                                           (Continuará)

 

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Nota del autor.- La crónica de este viaje consta de ocho capítulos que se publican dejando uno o dos días por medio. En cuanto a las fotografías, además de las que ilustren cada capítulo, publicaré, al final, una “galería fotográfica” con una amplia recopilación de nuestras andanzas por los Alpes Dináricos.

 

 

 

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