Sevilla y las tetas de Las Vegas

No sé por qué, paseando por la Puerta de Jerez, Avenida de la Constitución, aledaños de la Catedral, calle Placentines, Francos, cuesta del Rosario y etcétera, me he acordado de cuando estuve en Las Vegas hace años y, como es de rigor, asistí a un espectáculo en uno de sus teatros… Ya sabéis, ese show con sus números, tan recurrentes en el cine musical americano, en el que veinte, treinta, cuarenta chicas bailan luciendo palmito, lentejuelas y plumas, generalmente escasas de ropa.

            No recuerdo mucho de aquella experiencia, salvo que un ruso que estaba sentado detrás de nosotros tuvo un infarto, lo que obligó a interrumpir la función durante más de media hora. También recuerdo que las chicas bailaban… Y todas, ¡sí, creo que todas!, tenían el mismo par de tetas. Llamaba la atención. Era como si, justo en ese momento en el que salen a escena en hilera, un artilugio específico –un robot ponetetas, un suponer– se las se las hubiesen colocado… ¡Perfectas! Ni grandes ni pequeñas, tan neutras que parecían de plástico. Como si respondiesen a un molde diseñado al efecto, algo estándar y “universal”. Imagino que el formato respondía, en su forma y volumen, para que mantuviesen en todo momento la forma, absorbiendo los pasos de baile y aquellos giros “eléctricos” que las chicas realizaban.

            Ya digo que no me acuerdo del show, que debió de ser bastante aburrido, anodino y sin alma ni gracia; tampoco soy capaz de explicar por qué transitando por el centro de Sevilla me ha asaltado esa imagen de golpe de un tiempo ya olvidado. Pero así es la mente, un cuarto oscuro en el que se cruzan extraños pensamientos y experiencias.

            La cuestión es que, en mi opinión, Sevilla es ahora un parque temático; desde luego no muy distinto en su aspecto del que presentan otras muchas ciudades de Europa y del mundo. Sus calles han perdido la gracia y la originalidad. Y el comportamiento de esas ingentes masas de turistas es como el de esas manadas de ñus que aparecen en los documentales. Marchan sin rumbo, llegan, miran y, a veces, se quedan esperando una hora a que abra un restaurante que alguien, hábilmente, ha promocionado en una guía, o a que un museo casero, del que hasta hace bien poco no se sabía que existía, les muestre los recuerdos que dejó en el trastero la abuela.

            ¡Ay!, debe de ser por esto que mi mente voló a  Las Vegas. Aquel espectáculo de las chicas clonadas mostrando su busto “de plástico” estaba, también, demasiado aliñado, y el espectáculo era insoportablemente simple. En realidad, solo servía, como el ambiente callejero que hoy se vive por aquí, para que los despistados turistas pasen el rato.

            Y es que no hay más que pasear por la plaza del Pan, la Alfalfa u otras cien calles del centro, para darse cuenta de cómo el espacio público ha desaparecido en favor del negocio hostelero que se ocupa de darle manduca al que se deja embaucar sin saber qué come, ni por qué, ni cómo le han preparado lo que engulle. Esta es una especie, la del turismo de masas, que acepta lo que le den. Sin embargo, aquí, como allí, en Las Vegas, las entradas se “agotan” todos los días. Y lo entiendo, no piensen que soy refractario a este juego con el que los gurús del negocio manipulan la realidad. No, no, lo comprendo perfectamente. Acepto, además, que es muy difícil escapar de esa telaraña que los Señores del Dinero tejen con la aquiescencia del Poder político para que caigamos, con escasas posibilidades de escapar, en sus redes. ¡Hay que aprovechar el tirón del turismo, como sea!, se oye decir por ahí, aunque sea a costa de destruir la ciudad y dejarla sin alma.

            Mas dicho lo dicho… ¡Qué aburrimiento, verdad! Todo en todas partes igual. Ahora Sevilla… que podría ser única, como lo fueron antaño otras ciudades tanto o más afamadas que ella, se está convirtiendo en algo anodino. En el paisaje de sus calles se descubre lo mismo que si caminas por París, Roma, Barcelona o Madrid. La marabunta humana, cual plaga de termitas, devora el paisaje y los que se ocupan de ella arrasan con todo lo que hacía de la capital andaluza una ciudad singular. Ahora, mires para donde mires, solo ves franquicias en las que “agasajan” con comida basura a consumidores eclécticos… o aburridos. Qué triste que Sevilla haya perdido su hábitat único, sus tiendas más castizas, sus tascas y bares de toda la vida, sus colmados, sus rincones imposibles en los que te vendía lo más inesperado o un ramo de flores, sus mercerías en las que, además del palique que le daba la dueña a su clientela, les colocaba un puñado de botones y un ramillete de agujas e hilos. Qué triste que no queden ni siquiera los carteles, aunque fuera como simple recuerdo, de sus coloniales y ultramarinos, de sus abacerías… Aquellas tiendas en los que estaban los sacos de legumbres abiertos y remangados con la pala espetada en el grano, siempre dispuesta para introducir en el saquito de estraza un kilo de garbanzos, alubias, lentejas o arroz.

            Sí, hoy Sevilla es como las tetas que vi en aquel show de Las Vegas. Insulsa y sin gracia. Simple y superflua. Vulgar. Sin alma. Invadida por turbas de seres extraños que se echan a la calle a la salida del sol y hacen colas interminables durante horas para ver un monumento que, bueno, tampoco morirían si no lo visitasen, o para tomarse una tapa en un bar que tiene el prurito de ser el más antiguo de la ciudad, pero que en realidad es un bar como todos. Sí, el otro día pasé por delante y había más de cincuenta personas esperando a que abriese sus puertas El Rinconcillo. ¡Ah, es que es leyenda, la tradición…! ¿Y por qué no la confirmación de que los seres humanos nos parecemos bastante a la especie ovejuna? Apelando a la sensatez: ¿no es esto un disparate, no es esperpéntico? Sí, la especie humana es genial y muere por su fe. Miren, si no, lo que ocurre en el Rocío, o en las Fallas valencianas, o en los Sanfermines de Pamplona. O en la fiesta esa que consiste en revolcarse entre toneladas de tomate en el pueblo valenciano de Buñol. Y si vas a Madrid, siempre podrás contarle a tus nietos, por ejemplo, que hay allí un bar, en el que estuviste, que es el más grande del mundo: entraste por Barcelona (la calle de) y saliste por Cádiz (la calle de, también). Porque lo importante es el hecho, la tradición, insisto, no que el bar sea en este caso un habitáculo mugrosito, de apenas un puñado de metros cuadrados.

            Sí, necesitamos los mitos, vivimos de ellos; nos nutrimos con las tradiciones. Y frente a esto no hay razón que valga. Puede mucho más la emoción que se ampara en los recuerdos y en la repetición de los hechos, que cualquier argumento por razonable que sea. Hoy está en pleno apogeo el no pensar. Conducidos por los gurús que nos regalan los oídos, nos echamos a la calle para ir de acá para allá pegados al móvil, aunque nos dé lo mismo dónde estamos.

            Por último, ¿qué hay del vecindario en el casco antiguo de Sevilla? ¿Qué fue del espacio público fagocitado por los negocios privados? Sevilla, definitivamente, es un parque temático en el que solo se ven forasteros. Las gentes que vivían en el centro han tenido que levantar el campamento y huir… ¡O les han echado! Ahora las casas son guaridas de quita y pon, nichos en los que anidan por dos o tres noches rapaces de paso. Al centro de esta ciudad le han robado el alma. Y aunque un día sí y otro también lo más castizo y resistente de la “Sevilla eterna” programe excursiones con sus santas y santos… tampoco mejorarán las cosas así. Porque en realidad lo hacen para darle alimento a su ego, además de para provocar alucinaciones en esa turba de aves extrañan que viene a curiosear por aquí. No para dignificar la ciudad.

            La gente corriente, los que improvisaban no hace tanto una charla en la acera, a la puerta del bar o en el colmado, esos… o han muerto o han emigrado a las periferias. ¡Por el centro ya no queda ni Dios! Bueno sí, el Dios del turismo con sus negociantes. ¿Pero será suficiente? ¿Sevilla podrá resistirlo y sobrevivir a esta ola de abusos? A ver si va a ocurrirle como a las chicas de Las Vegas que de tanto simplificar y vulgarizar el asunto se han hecho invisibles; yo, al menos, no tengo la certeza de que existan. Puede que mi recuerdo sea solo el fruto de un sueño.

            Lo que no es un sueño es que a Sevilla las están convirtiendo en un gigantesco mercado; un mercado que muge como aquel que se organizaba, años ha, por la Feria de Abril.

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La foto.– El Proyecto Metropol Parasol, popularmente conocido como Las Setas, es obra del arquitecto alemán Jürgen Mayer. Se halla ubicado en la plaza de la Encarnación, ahora rebautizado parte de este espacio como Plaza Mayor. Fue inaugurado en 2011 y hubo de superar numerosos problemas técnicos y  controversias de toda índole, algunas sociológicas (eran muchos los que “no veían” que en el centro de la vieja ciudad se construyese un “esperpento” tan moderno), además de un exagerado incremento en el coste hasta alcanzar los 100 millones de euros. Hoy, sin embargo, es uno de los reclamos turísticos más importantes de Sevilla, casi a la altura de los Reales Alcázares o la Giralda.

Sin embargo, esta original obra, de arriesgado diseño y estética extraña, no pudo, a la postre, plasmar plenamente el sueño y la idea original del arquitecto alemán, que la concibió con veinte metros más de altura con el fin de que fuese un mirador flotante sobre la ciudad; una genialidad a la que se opusieron los gobernantes de entonces, alegando que rompía el skyline que tenía en “exclusiva” la Giralda. En definitiva, unas mentes pacatas nos han privado de la grandiosidad de una obra que siempre que paso por delante me recuerda la mezquindad y el conservadurismo de aquí frente a la “grandeur” de la ciudad de París que se atrevió a construir el Poupou (Centro Pimpidou) en el barrio más genuino, Les Halles. Finalmente, creo que quien visite Las Setas debería imaginarse cómo hubiera sido este espacio si estas tuvieran veinte metros más de altura. ¿No las ve encajonadas, casi incrustadas, en los edificios que las rodean? ¿Se las imaginan veinte metros más altas? ¿Ven como flotan? Sería una obra única y universal. Así solo es un hermoso y original sueño encerrado en una plaza.

6 comentarios Añade el tuyo
  1. Uy, Joaquin !!! … tengo la misma sensación y percepción de en lo que se ha convertido Sevilla.
    De vez en cuando la transito con la esperanza de que no se haya deteriorado más todavía, pero lamentablemente la deriva va in creccendo, llegará a convertirse en otra cosa diferente a la que nos atrajo.
    Una delicia leerte 😉

  2. Cuánto me suena esta historia, ayy Joaquín que creo que las chicas de las Vegas van pasando por Sevilla, Madrid….. Y cuál brujas con varitas encantadas van igualando todo

  3. Gracias Joaquín por diseccionar de modo tan bello y preciso la realidad de muchas ciudades españolas o foráneas víctimas del turismo. Vivo en Madrid al lado de la Plaza Mayor y todo lo que dices de Sevilla se puede aplicar a la capital.
    Ese Madrid castizo en Fondo y forma ha sido devorado por un turismo impersonal y depredador. Ya no tengo vecinos tengo extraños
    Mayordomo sigue iluminando las zonas oscuras de nuestra sociedad: lo necesitamos

  4. Ay, Joaquín, te veo tan triste y pesimista como yo. No te preocupes, es cosa de mayores y el mundo va por donde va… ya no volverán las oscuras golondrinas.

    Te enviaré un artículo sobre lo mismo que escribí en la prepandemia.

    Arturo

  5. Real y exacto con la misma idea que me sale cuando por algo tengo que pasar por ahí, agachó cabeza por el daño ocasionado. No lo entiendo, no entiendo a estos políticos que se les suponen » estudiados » den esos pasos. Gracias Joaquín.

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