Jesús Quintero no ha muerto, se ha venido a casa

Javier Rioyo, Alex Fidalgo (en el centro) y Jesús Melgar./ Foto JM
Javier Rioyo, Alex Fidalgo (en el centro) y Jesús Melgar./ Foto JM

Subo la escalera y percibo su presencia. Seguro que anda por ahí, entre los libros, buscando un poema con el que romper los silencios. Tengo la impresión de que ha venido a averiguar por qué, el pasado sábado, le zumbaron tanto los oídos. Y si no, ¿a santo de qué se ha ido tan pronto al Paraíso, tan solo cuarenta y ocho horas después de que sus amigo lo loasen en mi casa? Ay, el Paraíso, ese lugar a donde llegan los hijos de la acracia, los que se inventan la vida, los que no cumplen horarios, los que, teniéndolo todo, se enredan cada día con un misterio nuevo para perder lo que tenían. Y otra vez a renacer. Así era Quintero, he oído decir.

             Indago en los estantes de mi biblioteca; sé que antes de irse ayer, al mediodía, desde Ubrique, ha pasado por Sevilla. Ha venido a casa, a mi casa, para escuchar a los amigos que -¡oh venturas del destino!– se dieron cita en ella, cuarenta y ocho horas antes, como digo, para rememorar los avatares de su vida. ¡Dos horas! Dos horas de charla recordando sus pausas silentes ante el micro, sus disimulos atrevidos, sus poses en los bailes con la cámara, sus potingues y fulares, su estética de dandy o de Lord Byron, su pasión depredadora por el sexo femenino, su ambigüedad y amaneramiento calculado, sus desplantes, sus ocupaciones caritativas, su depresión, su debilidad por los más débiles, por los desheredados de la tierra… Su magia y sus pasiones en un tiempo que él siempre se inventaba.

            ¡Que se corra el telón, pues, y entre Quintero buscando el más difícil todavía en en ese circo que es la lidia con un entrevistado!

            Ahora me siento en el sofá rodeado de mis libros e intento descifrar cualquier sonido que me llegue. A ver si sorprendo al gran comunicador enredando con alguno, leyendo un poema que luego destilará con las pausas calculadas y silencios del programa radiofónico que hará en esa radio que emite la eternidad.

            Un baile de sedas me avisa de que está atusándose el fular; algo propio de él. Jesús siempre coqueto. Sin duda está rumiando lo mucho que “largaron” (con respeto y profundo cariño, eso sí) los periodistas Jesús Melgar y Javier Rioyo; el primero jubilado, y el segundo director, en estos días, del Instituto Cervantes de Tánger.

            La convocatoria en mi casa –insisto: lo quiso así el azar– la había hecho Alex Fidalgo, autor de un podcast exitoso, Lo que tú digas, para hablar del hombre aquel, El loco de la colina, que revolucionó la forma de hacer radio, en particular la parrilla de la noche, con silencios controlados y una forma audaz de preguntar. Fidalgo, me ha contado que llevaba mucho tiempo intentando hablar con él, con el Loco, para enriquecer su podcast pero el mito le rehuía. Así que cambió de idea y convocó a sus amigos, a los que quisieran “retratarle”. Acudieron dos a la cita; los citados periodistas Melgar y Rioyo. Y la conversación tuvo su jugo, ciertamente.

            Llegados a este punto, ¿quién era Quintero? Un tipo especial; un poco suyo, sí, vinieron a decir. Con sus luces y sus sombras, con sus miedos; con su angustia y sus euforias; con sus muchas fantasías; con su ira; con sus muchas dudas y (siempre) miles de proyectos. Que le encantaban las mujeres (ya se ha dicho) y “en ningún caso”, proclamaron Rioyo y Melgar, adornándose de una risa pícara, “no es cierto, en absoluto, que fuese homosexual, ni siquiera que tuviese esa ambigüedad sexual que muchos le atribuyen”. “¡Pero si era un depredador de mujeres!”, aseguran.

            Por lo demás, los periodistas contaron también, que, como todo ser humano, Quintero transitó por la vida acumulando éxitos y fracasos… Vamos, como todos. Dejó tierra quemada y grandes luminarias. El programa El loco de la colina, El perro verde, fueron algunos de sus éxitos. De otros temas, de los de tinte empresarial sobre todo, muchos de los que le trataron no guardan tan buen recuerdo.

            El sábado, reitero, tuve el privilegio de asistir a una larga e intensa conversación entre Melgar y Rioyo en la que se desmenuzó la personalidad y actividad profesional de Jesús Quintero. En el podcast Lo que tú digas de Alex Fidalgo puede escucharse el resultado.

            Solo me falta añadir, por mi parte, que si el azar me ha traído a casa el regalo de la “visita misteriosa” del espíritu del mago de la voz y los silencios, es decir, la magia de Quintero, yo, en agradecimiento, y para dar fe de este extraño encuentro sensorial, no puedo ser menos y aquí os dejo la foto que rubrica lo acontecido y, en cierto modo, sirve de epílogo gráfico a una época, por ser la última vez que antes de su muerte se habló largo y tendido de él, del Gran Quintero.

 

5 comentarios Añade el tuyo
  1. Una forma muy especial de homenajear Quintero, con una conversación de personas que lo trataron y lo conocieron
    Se ha ido un gran comunicador. Que pena que su forma de hacer periodismo, sobre todo, entrevistas, haya caído en el olvido

  2. Le oí comentar una vez que en radio Nacional no sabían qué hacer con él y lo escondían tras labores no demasiado visibles. En un momento le pusieron a dar las horas, suponiendo que allí no había peligro de que organizase la tercera guerra mundial; pues Quintero se las compuso para organizarla: se inventaba la hora y metía morcillas; tardaron en pillar la gracia.

    1. Este comentario me ha traído el recuerdo de cuando trabajaba en la radio y la dirección me puso ha hacer el boletín de noticias de madrugada (desde el de la 1,00 h. al de las 6,00 h) y tuve la ocurrencia (como yo hacía y deshacía a mi antojo) de dar solo noticias buenas o curiosas… No recuerdo cuanto tiempo duré allí, pero el recuerdo ¡es tan fugaz! Supongo que fueron días, quizá un par de semanas.

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