Cuando los perros
eran más listos que sus amos

Hace muchos años, cuando los perros solo eran perros, me contó un amigo que, estando a la barra del bar de su pueblo tres parroquianos dándole al vino, salió el tema de los perros.

            El perro, en el mundo rural, todos lo saben, fue siempre una ayuda, un peón más en la familia. Se cuidaba y trataba con cariño, pero nunca se le elevó a la categoría de “un igual” y, de puertas para dentro, el acceso a la casa le estaba vedado. El tenía a la entrada su caseta o su rincón en el corral.

            El asunto es que los tres labradores hablaban de perros. Era el tema del día. La perra de Cósimo, Tomasa, había encontrado la navaja de su amo, perdida en la besana, el día anterior, mientras  Cósimo echaba la jera.

            Atropellándose y quitándose la palabra de la boca, los tres amigos se contaban que cuando llegó a casa Cósimo después de apajar, y se sentó a la mesa de tres patas que tenía pegada a la lumbre, reclamó la cena a Emerenciana, su mujer, y fue a echar mano de la faca para rebanar el pan de dos kilos que ésta le había puesto delante, la navaja no estaba donde tenía que estar: en el bolsillo con solapa y botonera del chaleco.

            –¡Me cago en sandios, ya perdí la navaja! –balbuceó, rabioso, Cósimo, consiguiendo que le rechinaran los dientes de la ira que le entró–. ¡Tomasa, ven aquí! –gritó.

Herrumbre provocado por los orines de los perros en una calle de Sevilla./ Foto JM
Herrumbre provocada por el orín de los perros en una calle de Sevilla./ Foto JM

            Pero Tomasa estaba en el portalillo, al otro lado de la puerta, también esperando su cena, y lo único que pudo hacer por su amo fue mover el rabo y ladrar. ¡Guau!, ¡guau! ¡Guau!, ¡guau!

            Cósimo se dio cuenta entonces de que la perra no podía entrar, se levantó y salió decidido a hablar con Tomasa, su compañera de fatigas en el campo.

            –Mira, Tomasa, hoy, este mediodía, ¿me entiendes?, donde estuvimos comiendo, ¿te acuerdas? Sí, mujer, sí, en el Pedregal, bajo la encina que hay al lado del guijo… ¿Te acuerdas, verdad? Pues creo que ha sido allí donde se me ha caído la navaja… Debió ser cuando nos echamos la siesta. Anda, ve a ver si la encuentras.

            Tomasa le miraba con cara de asombro y ansiosa. Ella lo que quería era cenar. Meneaba el rabo en un molto vivace sostenido y no hacía más que ladrar, rezongar, ladrar…

            –Anda, mujer, ve, antes que se haga de noche… Que seguro que tú la olfateas y la encuentras… ¡Si vas y me la traes cenamos esta noche jamón!

            Tomasa salió disparada, como una bala, y hora y media después, Cósimo tenía su navaja otra vez en la mesa.

 

            –¡Es que hay perros que son la leche…! –exclamó, una vez recreada la hazaña de Tomasa, por lo menos cien veces, un Sisinio achispado, casi beodo.

            –¡Joder, y tanto que lo son…! ¡Listos como ellos solos! Mira Tomasa… –dijo, pensativo, Telesforo–. ¡Si os digo yo que hay perros más listos que sus amos…! –concluyó, sorprendentemente tranquilo, mientras alzaba el tercer vaso con su medio litro de morapio, dispuesto echárselo al coleto.

            –¡Coño, claro, el mío mismo! –soltó Firmo sin pensárselo, provocando la risa y el añusgue de Telesforo, que regó de vino medio bar, y por supuesto a sus amigos, poniéndoles perdidos.

 

Alguien se hartó y subió esta foto a las redes sociales.
Alguien se hartó y subió esta foto a las redes sociales.

Efectivamente. Los canes son mucho más inteligentes que sus amos. En la ciudad empieza a ser un problema tanta asquerosidad y negrura. Algunos rincones recuerdan ya a aquellas callejas insalubres que retraen al medievo. Uno va por la calle y ve esos orines (ahora mezclados con agua, lejía, amoniaco o lo que le echen) ennegreciendo los zócalos, los postes de señales y semáforos, el mobiliario urbano, los marcos de las puertas, la entrada a los portales… Los muros, en su unión con las aceras, están empezando a adquirir un aspecto negruzco y mugriento, que, quién sabe si pasando algún tiempo, no empezará a florecer en esa ponzoña algún ente viral que muerda en las piernas a los viandantes, incluso a los perros.

Ejemplo de desconsideración con las personas que viven en esta casa./ Foto JM
Evidente falta de respeto con quienes viven aquí./ Foto JM

            ¡Pobrecitos perros!

            Pero no se confundan ustedes, no son los canes los culpables de esta degradación del mobiliario y las vías urbanas, sino esos dueños que egoístas y obtusos los ponen a mear en cualquier parte cuando estoy seguro que todos tienen en su casa al menos un inodoro, pileta de ducha, cacerola y marcos lustrosos en las puertas de las habitaciones… para que hagan allí sus necesidades los angelitos (los perros) sin necesidad de salir a la calle ¡pobres animales! a pasar frío y penurias, susceptibles de cogerse una pulmonía al cambio de temperatura o que le estalle la vejiga de tanto contenerse hasta que pueden aliviarse en donde sus dueños les indican.

            Porque el perro es inteligente, no lo duden. Y ya que finalmente goza de un alto estatus social y de los mismos beneficios que el resto de la familia en el hogar, no se entiende cómo le obligan a hacer sus necesidades en la calle como si fuera un proscrito, un paria o un marginado social.

Una muestra más de incivismo./ Foto JM
Una muestra más de incivismo./ Foto JM

            Las autoridades deberían tomar nota de lo que está ocurriendo e igual que nos obligan a separar las clases de basura, deberían obligarnos a tener un aseo en casa para que los canes hagan sus necesidades. Que ¡pobres! lo “traumaos” que deben de estar por ese maltrato diario, psicológico y físico, que unos dueños desaprensivos ejercen sistemáticamente sobre ellos al obligarles a defecar delante de todo el mundo, a mear en donde no quieren… En definitiva, a exhibirse impúdicamente ante sus pares.

            Porque ellos lo saben. Los perros saben que es una falta grave cagar y mear en la calle, y más delante de la puerta del vecino. Sin duda, son más listos que sus amos.

 

 

6 comentarios Añade el tuyo
  1. Estupenda reflexión 🙂 y mejor defensa de la integridad emocional de los canes … pobrecitos arrojados a la calle, ahí, a exponer sus intimidades … ¡¡ momento vital humano !! Que parece que estuviera confundiendo estructuras.
    (Las fotos muy ilustrativas) 😉

  2. Algo no va bien en esta sociedad cuando ves a la gente hablando a sus perros como si fueran personas. Y cierto es que con sus canes tienen un comportamiento en casa y otro en la calle.
    Otra vez más Joaquín has vuelto a poner puntos sobre las íes

  3. Como dueña que he sido siempre de perros y amante que sigo siendo de ellos, me irrita enormemente cuando veo esas esquinas y las cacas por la calle.
    Nos falta mucha concienciación social.
    Buenas fotos y buen artículo para la reflexión, Joaquín…

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