La deserción del presidente

Cuando desperté, el Simancón estaba allí. Eran las dos de la mañana y me acordé de Monterroso y su dinosaurio. A las siete tendría que estar en pie y temí no volver a dormirme. ¡Qué sería de mí! ¿Podría alcanzar la cumbre? Dos años hacía que no iba por esos montes en los que tanto gozan los correkas. Intenté contar ovejas… O las piedras una a una por las que tendría que trepar. Respiré… Conté del cien al uno como marchan los cangrejos, es decir, yendo hacia atrás: noventa y nueve, noventa y ocho, noventa y siete… Recorrí mi piel palmo a palmo, de los pies a la cabeza, concentrando el pensamiento. Nada. El Simancón seguía allí.

            La mente era una olla a punto de estallar, un caldero hirviendo de recuerdos, un pozo cenagoso anunciando mil peligros. El torcal de calizas danzaba ante mí con sus cortes a cuchillo y sus filos puntiagudos. Las cárcavas hundían su negrura en el abismo, en lo profundo del parque natural de Grazalema. El sol refulgía sobre el blanco lechoso de las rocas en tanto el mediodía se derretía, inexorable, por el calor… ¡Ni una sombra bajo la que refugiarse! Apenas unos pinos enanos atrapados entre grietas que invitaban más a huir que a cobijarse. Matas de retamas añosas, retorciéndose entre piedras, rodeadas de hierbajos y embuelzas de musgo seco. Pero yo no desistía; solo pensaba en trepar. Trepaba retorciéndome igual que esas arañas a las que les han amputado pata y media. Asía el aire con gusto, anhelante, abriendo bien la boca para no desperdiciar ni gota, como le ocurre a esos peces que boquea en las charcas sin oxígeno. Suplicaba –no sé a quién– que pasase pronto aquello. La fatiga me vencía. Pero allá se veía la cumbre en el perfil del horizonte; lejos, sí, pero no iba a renunciar a alcanzarla.

            Unos metros más abajo, gateaba el presidente. Visto desde la distancia parecía muy cansado y confundido. Su septuagenaria experiencia apenas le alcanzaba, en esta ocasión, para salvar un par de escollos y pararse. Se doblaba como un junco, clavaba la mirada en el suelo para luego enjugarse la frente. Daba la impresión de no dar más de sí. Cuando se erguía ensanchaba los pulmones como hacen las aves rapaces; esas aves libres que antes de echarse a volar extienden en todo su esplendor las alas. Pero enseguida se detenía otra vez. Hacía una pausa breve e intentaba avanzar unos pasos. Resbalaba y se retorcía para salvar un escalón de unos centímetros… Y así hasta que lo vi aparecer en lo alto, otear el horizonte y desaparecer… Nuestra meta todavía quedaba lejos.

            Caí y me levanté. Clavé por enésima vez las yemas de los dedos en lo roca. Me así a los perfiles aguzados que son como de acero, y seguí tortoleando por carriles imposibles entre caprichosos vericuetos, en medio del hermoso laberinto. Avanzaba metro a metro.

            Observé, entre dos picachos, que el presidente trataba de seguirme. Yo le buscaba con la vista; no quería abandonarle. Pero estaba cada vez más lejos. Sumido en un extraño duermevela, el sueño iba y venía por mi cabeza sembrando agotamiento y desesperación. En uno de estos impasses dejé de verlo. ¡Perdí al presidente! Entonces estalló la realidad y me caía por un agujero… El sobresalto fue tan grande que desperté. ¡Desperté! Me di cuenta que el Simancón llevaba más de dos horas jugando conmigo. La senda que en el sueño me estrujaba, me estaban volviendo loco. Miré otra vez al reloj. ¡Las cuatro y media! Me palpé; estaba empapado en sudor.

Sonó el despertador y pegué un salto. ¡La ley de los correkas no admite la demora! Marché a encontrarme con ellos como si fuera un renacido: cargado de ilusión y dispuesto a lo que fuese. Evitaría, eso sí, el camino difícil, aquel que me había torturado varias horas durante el sueño. Después de tantos días, de tantos sufrimientos… De tantos proyectos rotos; de tanto, tanto dolor… ¡El sol salía de nuevo!

            Y el Simancón seguía estando allí. Sus 1.566 metros me esperaban. La cumbre y el anhelo de alcanzarla eran la meta. “Hay hambre de piedras”, había anunciado Pepe, con cierto regodeo, al proponer esta excursión (a la que, luego, él no vino).

Seguía visualizando el recorrido y me consolaba pensando que iría por el camino más corto. Si no alcanzaba la cumbre, no pasaría nada. En la montaña, ya se sabe, los héroes llegan cerca.

            La cita era, como siempre, en Santa Justa a las 8,45. ¡Aparecimos 16! Casi todos veteranos. Dos años sin ver a mis viejos compañeros de fatigas montañeras suponía un encuentro extra de abrazos y emociones. Nos repartimos en los coches. Paramos en Las Piedras (Montellano) para el ritual del desayuno y comenzamos a caminar pasadas las once… Vamos, lo habitual. Y es que los correkas no le temen a nada; ni siquiera al rachisol.

            Comenzamos a trepar desde el camping Tajo Rodillo, a las afueras de Grazalema. El sendero serpentea desde el principio en escalera entre los pinos. Pero, a medida que remonta, lo hace ya solo entre rocas; culebrea y gana altura como si nos llevase a un campanario. En el llano del Endrinal se hace una pausa y se reponen fuerzas; y, si se elige la vía fácil, se gira hacia la izquierda para bordear el Navazo hasta vislumbrar el objetivo que se persigue, el Simancón, y encaminarse a su cumbre. Pero si la elección es “el camino largo” (una tentación que los correkas aceptamos fácilmente), tras pasar junto al pozo de las Nieves se sube tendido hasta el puerto de las Presillas (1.254 m.) por un sendero bien trazado para, en el collado, girar a la izquierda y “gatear” por una pared de casi 500 metros de caliza desnuda, y caer, cuando parece que se ha tocado el cielo, a un falso llano plagado de “tormentos” y de trampas, habitado por esculturas de rocas puntiagudas y cortantes, sembrado de agujeros y de simas. Es la vaguada conocida como sima del Endrinal, por tomar de la sierra a la que pertenece el nombre.

            ¡Ay, la travesía qué tortuosa! ¡Cuántas trampas tiene! Pero, con mejor o peor suerte, cada uno por su lado como suele suceder con los correkas, todos logramos salvar el laberinto y los peligros con sus verticales desniveles, y al fin salir airosos del torcal a campo abierto –es un decir– donde comienza la ladera despejada, en su cara oeste, del siempre presente Simancón. Aquello es ruta “fácil” y tendida ya, lisa y asequible, que se afronta con gozo como si fuera una autopista; eso sí, siempre mirando hacia arriba.

            Mas el presidente se perdió. O se dio la vuelta. ¡Vete tú a saber! Tal ve se escondió en alguna cárcava a pensar o resbaló y cayó al abismo. Fuera lo que fuese, lo cierto es que desapareció y no volvimos a verlo en todo el día, con la consiguiente preocupación del grupo. Todo eran dudas para nosotros y un continuo escudriñar el horizonte… Entonces comenzaron las conjeturas: “¿Habrá huido, el muy cobarde?” “¿Tendrá un amor secreto en esos pagos, en los que abundan las ninfas de montaña y las sirenas de los pozos”?  “¿Lo habrá raptado el monstruo de las nieves de Grazalema? (Que también por aquí hay alguno) “¿O se lo habrá llevado un águila ciega creyéndole un cordero recental?” “¡Seguro que se ha dado la vuelta, el muy cobarde, para hacernos rabiar…!”, opinó, a risa tendida, la mayoría.

            Alcanzamos por fin la cumbre y, desde allí, quince pares de ojos inquietos comenzaron a explorar aquel queso gruyer del Endrinal hasta donde alcanzaba la vista. ¡Ni rastro de Fernando! Parecíamos una bandada de buitres acechando, buscando a aquella presa desvalida, fácil de cazar. Pero no descubríamos señal ni huella que indicasen que había dado un mal paso; tampoco su camiseta amarilla. ¡Nada! ¡Nada de nada! Tampoco nos inquietamos demasiado, en honor a la verdad. Porque el presidente es un avezado montañero, además de experto superviviente, curtido en mil batallas. Pero aún así había las lógicas dudas.

            Se decidió seguir el plan de ruta y bajar por la cara este del pico hacia la vaguada que conduce a la senda lleva a la cumbre del Reloj (1.535 m). Otros optaron por irse directamente a la charca Verde donde estaba previsto el almuerzo y gozar de una buena siesta.

            No me explico cómo ni por qué, pero lo cierto es que un grupo de cinco decidimos darnos la vuelta y desandar el recorrido para buscar al presidente. No las teníamos todas consigo, supongo. Apenas llevábamos unos pasos recorridos cuando ya estábamos pensando, casi convencidos, que el presidente había desertado y, como perro viejo que es en estas lides montañeras, harto de trepar por tan indómitos andurriales, decidió disfrutar a su manera del día, y olvidarse de nosotros.

            No obstante, nuestra intención era encontrarle; para eso nos habíamos dado la vuelta ¡¿Y si por esas cosas del azar o del destino, el presi había metido la pata en una grita, como a veces le sucede a los animales, y no podía salir?! Voceamos. Silbamos. Le llamamos a gritos. Exploramos desde el cielo, palmo a palmo, el torcal del Endrinal con el dron que, amablemente, nos prestó un joven viajero que pasaba por allí… Nada. Ni rastro del presidente.

            Agotados de tanto subir y bajar, hartos literalmente de la autoridad a la que buscábamos, acordamos que era obvio que había desertado para tomarnos el pelo.

            Tras un breve refrigerio al abrigo de un pino enano, emprendimos el regreso por el mismo camino de ida. Estábamos seguros ya (¿?) que el presidente nos recibiría riéndose en el lugar donde habíamos dejado los coches. Y así fue. Cayendo ya la tarde recibimos una llamada suya anunciándonos que había sido rescatado por un pastor que le confundió con una cabra…

            Y, efectivamente, allí estaba el ínclito presidente, en el petril del aparcamiento de los coches, rodeado de amigos, contando sus hazañas de zorro y avezado montañero.

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10 comentarios Añade el tuyo
  1. Dios!! Cómo nos llevas a la zozobra y a la incertidumbre.

    El encuentro me lo imagino. Aju Joaquín.
    Las fotos impresionantes.

    Un abrazo.

  2. ¡Qué bueno, Joaquín! Me perdí las piedras y tu compañía.
    Yo también llevo en dique seco un tiempo y desando volver.
    Las circunstancias mandan y espero que pronto, éstas me manden de excursión con los correcas.
    Un abrazo.

  3. Hola Joaquín.
    Percibo que me has censurado mi comentario.
    Pensaba que eras una persona de izquierda pero veo que me confundí jejeje.
    Soy Rafa, el hijo putativo de Fernando Tejada, el presi de los Correkas.
    Bueno, espero que todo te vaya muy bien.
    Salud siempre!

    Pd: mi comentario no iba dirigido a nadie con inquina, solo con tono jocoso.

    1. Querido amigo. Me temo que se ha columpiado usted. Y, por lo menos, un par de veces.
      Yo no he le censurado. Simplemente no había abierto el correo y su comentario “estaba pendiente de aprobación”. Acabo de abrirlo, he visto su texto, y lo he aprobado. No veo en él nada ofensivo. Sí un error de apreciación por su parte… Al presidente no le dejamos en la estacada. Él tomó la decisión que le pareció más correcta. Se dio la vuelta y punto. ¡Él si que nos dejó en la estacada a nosotros! Que se nos secaron los ojos buscándolo. De hecho, cinco de nosotros nos volvimos por dónde habíamos venido en su busca… ¡Hasta con un dron anduvimos tras él! Pero se nos escurrió como un reptil avieso…
      Pero al margen de todo este asunto, que, efectivamente, hemos de tomárnoslo a guasa y en clave de fiesta y divertimento, sepa usted, amigo mío, que la Filosofía que gobierna a este Club es la de la acracia, expresada en el sentido más solidario que existe. ¡No se abandona jamás a nadie! Se le deja que actúe en total libertad! Como usted comprenderá, el club no va a renegar de lo que durante décadas ha sido su santo y seña, además de su identidad. O sea, que ni le he censurado a Usted, ni hemos dejado al ínclito y preclaro presidente (santo al que todos veneran por sus múltiples contradicciones y desvaríos) en “la cuneta”, como usted se atreve a afirmar.
      Ah, y no tome en serio, usted, tampoco mi extenso y “serio” alegato. Soy castellano y hago honor a esa tierra seca y distante… De hecho, una buena amiga gallega me dijo una vez: “es que los salmantinos cuando habláis parece que nos estáis riñendo”. Y yo le respondí: “Por lo menos nosotros hablamos… Vosotros, las palabras, las expresáis solo con gestos”.
      En fin, lo dicho: tenga usted paz y le esperamos gozosos en las aventuras futuras que a buen seguro seguiremos disfrutando este grupo de “impresentables” de montañeros.
      Salud!

      1. Jajaja. Como siempre enriquecedoras palabras que suelta usted por ese pico de oro salmantino querido amigo, que además enriquecen el alma. Y si, ya me hubiese gustado reptar, con su compañía y su conversación, por esas maravillosas Genista scorpius, aunque el paso lo llevemos bastante cambiado usted y yo. Ya repte bastante con mi querido Polo y buenas carreras, como galgos, que nos dábamos bajando esas maravillosas cumbres, algunas veces acompañados por el incombustible A. Barros jeje.
        Muchas ganas de coincidir con usted de nuevo en la montaña.
        Abrazo y como siempre, Salud y forza al c…t.

  4. Sois unos valientes. ¡Menudo pedregal! Y ¡cuanto me identifico con ese deseo loco, con esos desafíos que tanto disfruté hasta que mis rodillas dijeron basta! Ahora, en el otoño y si finalmente llueve, me quedan las setas pero de suaves colinas o mansas llanuras.

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