Instantánea de una España enferma… aún

Vista general de Ubrique./ Foto Joaquín Mayordomo
Vista general de Ubrique./ Foto Joaquín Mayordomo

El domingo pasado, 12 de mayo de 2019, entré caminando en Ubrique (Cádiz) por el sendero que baja desde Benaocaz, el viejo camino que une a este pueblo gaditano con Villaluenga del Rosario. Era la primera vez en mi vida que lo visitaba; un pueblo “famoso”, como se sabe, gracias al “im-presionante torero Jesulín” y por la industria de la piel. Las manufacturas de este material –bolsos, guantes, cinturones, faldas, chaquetas, pantalones, cazadoras y una infinidad de complementos– son mundialmente conocidas; muchas de ellas adornan los escaparates de las más prestigiosas marcas del mundo.

Ubrique, según el Instituo Nacional de Estadística (INE), tenía 16.615 habitantes en 2018; es decir, puede considerarse una pequeña ciudad en la que el viajero observa que hay vida y cierta chispa de modernidad. Por eso me ha sorprendido más lo ocurrido: Apenas he recorrido unas decenas de metros por algunas de sus calles, levanto la vista y descubro una placa: “Calle Queipo de Llano”. Y entonces siento como una bofetada que llega del aire; una especie de náusea me asalta y activa en mi cerebro el recuerdo de lo que acabo de leer, tan solo hace unos días. En uno de los últimos libros que han caído en mis manos, El país de la desmemoria, escrito por Juan Miguel Baquero y prologado por Baltasar Garzón, el autor escribe:

“Queipo, máximo responsable de la despiadada represión que asola el sur de la Península ––narra Baquero–– confirma la condición genocida con aterradores sermones difundidos a través de los micrófonos de Radio Sevilla, desde donde predica a favor del asesinato y la violación, entendiendo el cuerpo de la mujer como campo de batalla”.

Y cita textualmente un párrafo extraído de alguna de las arengas que a diario difundía por la radio el citado militar represor:

Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen. Fin de la cita.

Después de cuarenta años de democracia y otros tantos de gobierno socialista en Andalucía, además de haber ostentado el gobierno de España casi otras dos, que estas placas permanezcan aún en las calles, rindiéndole honores a esos siniestros individuos, no tiene otra explicación que la de que “ellos” siguen mandando. O, dicho de otro modo: España sigue enferma y atrapada en la telaraña que tejió aquel terror.

Y ahora la pregunta, que es bien sencilla: ¿para cuándo la asunción de los hechos y el sentarse unos y frente a otros para trabajar por la reconciliación?

Posdata.– Pero si los herederos de los que ganaron la Guerra Civil siguen creyendo que tienen razón y que Franco, por ejemplo, es un puñado de huesos que deben permanecer dónde están, entiendo que ni siquiera se plantean la posibilidad de comenzar a hablar. Una pena. ¡Qué país!

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