El arroz con bogavante les dejó así de contentos./ Foto Joaquín Mayordomo
Ese infante que ven ahí, en la foto, recostado en la pared, mirando al fotógrafo con cara de no entender nada, lo sabe todo sobre arroces, cocidos, potajes y otras pitanzas que, al más puro estilo hurdano, sirve el dueño (y padre de la criatura) a los asiduos parroquianos que una vez que entran en La Taberna de Isma, no salen. O en el peor de los casos, si se van, vuelven.
El gordico de las Hurdes, como llaman cariñosamente al mentor de este negocio Jorge y Carlos cuando van con sus amigos parranderos a degustar de los manjares, rebosa por sus poros agasajos, palabritas dulces de amistad que se deshacen como un caramelo en la boca y un contento natural que quita el hipo. Eso, sin contar con el derroche de simpatía que regala a todas horas el insigne anfitrión, dueño y patrón del chiringuito.
Y en lo que se refiere al yantar, los platos que prepara la cocinera y esposa son sabrosos; y tan abundantes que casi siempre hay que ir a los chinos corriendo a comprar un paquete de tápers para evitar que se malogren, llevándolos a casa, los restos de tan excelentes manjares.
Dicho esto, y siendo único el lugar, el trato, y contando con el aval de la presencia contundente de su dueño, un grupo de amigos se reunió el pasado fin de año a celebrar un almuerzo de hermandad, entre los que se encontraban parte de la saga heredera del recordado profesor de Geografía en la Universidad de Salamanca, Ángel Cabo Alonso.
El plato principal era un arroz con bogavante que le salió a la cocinera para chuparse los dedos. Sobre todo aquel perol que, en honor a uno de los comensales, tuvo la delicadeza de preparar a parte, sin ajo ni cebolla. Es decir, que la imaginación hizo su trabajo y los novedosos ingredientes su efecto. Y así el arroz, sin esos condimentos que todo lo pervierten y a los aromas perturban, resultó ser tan sabroso y especial, con un sabor tan único…
Tan bueno estaba que el resto de comensales se abalanzó con tanto ahínco sobre el citado recipiente, especialmente cocinado para este humilde servidor, que a punto estuvo el beneficiado de quedarse in albis; o sea, a dos velas de hartarse de arroz.
Quiero recalcar, pues entiendo que alguien piense que estas maravillas que describo es imposible que ocurran en lugar tan castellano y tan alejado del mar, que lo dicho hasta ahora es cierto. La pura verdad. Pues, aunque el arroz no es un cultivo que se dé en las Hurdes, Isma y su santa lo manejan como si lo conocieran de toda la vida. E igual les ocurre con los bogavantes –tan celebrados con su arroz– a los que tratan desde niño con mucha familiaridad, aunque sabido es que estos crustáceos también tienen su hábitat lejos del agreste territorio en donde el matrimonio de insignes hurdanos viera la luz.
Aún así, me veo en la obligación de dar fe de que el tándem cacereño, afincado en Salamanca, maneja ambos productos con astucia culinaria y fina sabiduría. La delicadeza es su arma principal para conseguir ese equilibrio de sabores que llevan a los comensales al éxtasis.
En fin, pásense ustedes por allí y podrán comprobarlo. “En la calle Dimas Madariaga, 36-38, tienen su casa”, dice Ismael Marcos, El Gordico de las Hurdes, para sus queridos amigos parroquianos. El Gran Agasajador para todos.
Muy interesante reseña … tomo nota para mis escapadas castellanas 😉