Y el sol se paró en Tentudía

Nosotros no paramos el sol, pero lo hubiéramos hecho si lo hubiésemos considerado necesario como le ocurrió al capitán Pelay Pérez Correa, de la Orden de Santiago. Él así lo creyó y no tuvo reparo en dirigirse a la madre de Dios –que casualmente ese día andaba por allí– para pedirle que detuviese al astro rey unos minutos, unas horas, lo que hiciese falta… –¡como así ocurrió!– y perpetrar de esta forma, antes de que se hiciese de noche, la escabechina de sarracenos que tenía planeada. Sarracenos a los que había acorralado pero que temía, una vez a oscuras, huyesen como conejos.
Esta es la leyenda que arranca del siglo XIII, ¡vive Dios! ¡Y a fe que lo consiguió! Porque desde entonces todo fue coser y cantar para las huestes del rey Fernando III de Castilla.  Cuando el capitán gritó “¡Santa María, detén tu día!” ésta, la Señora, que estaba distraída en el bosque recogiendo madroños para fabricar ese ponche que tanto pirraba a los ángeles de entonces, al escuchar el deseo expresado con tan inusitada vehemencia, levantó la cabeza y vio que, efectivamente, el sol estaba escurriéndose tras la sierra. Sin apenas tiempo que perder preparó un sortilegio de urgencia y allí mismo se acabó todo. La madre de Dios cambió el curso de la historia para siempre: los caballeros de Santiago pudieron concluir su trabajo, el citado Pérez Correa alcanzó la gloria y la Señora se hizo con un monasterio más para su colección en un monte. Tanto la leyenda como el monasterio crecieron, crecieron y crecieron, llegando así hasta nuestros días.

Monassterio de Sta. María de Tentudía./ Foto J. Mayordomo
Monasterio de Sta. María de Tentudía./ Foto J. Mayordomo

Hoy, este monasterio, Bien de Interés Cultural (BIC) desde 1931, con forma de fortaleza medieval, claustro mudéjar, iglesia con retablo renacentista del famoso maestro azulejero, Francisco Nicoluso Pisano, italiano afincado por entonces en Sevilla, y alguna otra curiosidad más, es referente para la práctica del senderismo y otras actividades turísticas que se desarrollan por la zona, en torno a esa frontera que separa Andalucía de Extremadura.
Pero no quisiera este cronista distraer la atención del lector arrastrándole a ensoñaciones que tienen su origen en el siglo XIII, no. El afán es contaros la última aventura correka en un día tranquilo, vísperas de Navidad.

Por las noticias que tenía de otros años, a este club de impenitentes caminantes le gusta este enclave para darse un garbeo al final del otoño, y de paso regalarse ese homenaje navideño (de hermandad y gastronómico), que tanto se celebra en la Tierra, sobre todo por estos pagos.

Frente al infinito, en Tentudía./ Foto J.M.
Correkas frente al infinito, en Tentudía./ Foto J.M.

Desde luego no es moco de pavo, pienso yo, poder sentarse a almorzar en el restaurante que hay al lado del monasterio, sabiendo que al sol puede parársele en el momento en que se necesite. Supongo que solo es cuestión de creer, encontrar la palabra justa y tener la fortuna de que la Señora Santa María esté disponible. Ahora se me ocurre que mientras almorzábamos tirados al sol como los lagartos en la pradera que rodea al monasterio, podíamos haber pensado en ello e invocado al maestre Pérez Correa para que nos explicase cómo se consigue tal hazaña y, una vez informados, hacer tabla rasa de algunos de los asuntos capitales que tanto desasosiego traen últimamente al corazón de los españoles.

En el camino de Tentudía./ Foto J.M.
En el camino hacia el monasterio./ Foto J.M.

Mas tampoco se escribe esta crónica para darle soluciones al Gobierno de turno, no, sino para contaros que, sin poderes ni milagros que valgan, el sábado pasado, día 23 de diciembre, los 22 que partimos de Arroyomolinos de León, provincia de Huelva, hicimos por montes y valles más de 25 kilómetros en viaje de ida y vuelta hasta el Monasterio de Santa María de Tentudía.
La caminata se anunciaba perfecta para conversar pues las subidas eran breves y las bajadas, más. Los caminos magníficos… Pero con este mejunje de amigos que reúne este club siempre ocurre igual: unos se pierden, otro decide husmear “por allí, a ver que esconde aquella garganta”; los hay que no quieren recorrer dos veces el mismo sendero, y están, luego, aquellos que, nada más arrancar, van pensando en darse la vuelta con la disculpa de que les duele un juanete o, simple y llanamente, no quieren ir más lejos. De modo que cualquier aventura de estos esforzados montañeros termina por tener sus anécdotas con la guinda correspondiente aunque el día y el camino se hayan presentado muy fáciles.
Y así ocurrió que uno de los cuatro coches en los que partimos se perdió ipso facto (o hizo que se perdía, vete tú a saber) para ponerle algo de salsa al viaje. A algunos miembros de ese grupo este cronista no volvió a verlos en todo el día. A otros sí, que llegaron con sonrisa de pillos y con la lengua fuera justo a los rezos de Nona en el monasterio. Hasta entonces, la ida había sido muy agradable entre dehesas y cortijos, recorriendo un paisaje de robles desnudos y de alcornoques solitarios y tristes. Como colofón, y antes de alcanzar la meta del monasterio, subimos al pico Bonales (1.055 metros), el más alto de la provincia de Huelva. Enfrete, Tentudía (1.115 metros), también la cumbre más alta, en este caso de Badajoz, sobre la que se asienta el viejo convento-castillo monacal.

Miguel y Antonio, el Coleta restaurando la cerca./ Foto J.M.
Miguel y Antonio, el Coleta, este de frente, arreglando la cerca./ Foto J.M.

Del almuerzo, qué contar. Si acaso, ese empacho de dulces que unos y otros repartían por doquier. Bueno, también estaban los que solo pedían, que de todo tiene que haber en esta vida. Con amistad y con risas celebramos una breve siesta interrumpida por un drón dominguero, ese «gran moscardón» que últimamente zumba por todas partes, pervirtiéndolo todo y creando mil problemas, hasta el punto de tener que cerrar algún aeropuerto como recientemente ha ocurrido allende los mares.
En fin, que reemprendimos el camino de vuelta y, nada más bajar de la cumbre, Antonio, el Coleta, y Miguel se empeñaron, como se muestra en la foto, en el difícil oficio de volver a clavar el poste caído que algún desaprensivo había arrancado.
De repente, una aguerrida montañera sufrió el mal de altura… Bueno, no fue exactamente eso. Pero como acababa de volver de Nepal, por dónde había estado trotando a 5.000 metros, pensamos que podrían ser las secuelas de aquella aventura. Probablemente no fue esta la causa, como digo, sino un corte de digestión o una simple protesta de su estómago. En cualquier caso se sintió afortunada, y por supuesto aliviada, cuando supo que la acompañaban en el lecho del dolor (tumbada en el suelo) dos médicos y una enfermera.
Pero la inevitable parada sirvió para que el grupo se partiese en dos, optando uno de ellos por hacer el camino más largo en forma de círculo, mientras el otro, con la enferma ya repuesta, volvía por el mismo sendero.

El roble en el camino./ Foto J.M.
El roble araña ocupando el camino./ Foto J.M.

El nuevo recorrido nos llevó a sentir el agradable sabor que al caminante le deja descubrir nuevas sendas, alguna trocha oculta, un manantial, un arroyo serpenteando entre olivos, sauces o por una barranca enterrada en un bosques de alcornoques, un viejo robledal… Sí, fue interesante.
Y ya felices, cuando la noche se encerraba en si misma, llegamos a Arroyomolinos de León, punto de partida, después de 7 horas de marcha, habiendo salvado, además, un desnivel acumulado de más de mil metros.
La despedida fue breve porque el frío atraído por la noche empezó a rodearnos. Hubo abrazos y deseos para que el año que viene, el 2019, nos haga mejores y nos permita seguir como estamos o… mejor aún… Porque, por ahora, como dice un buen amigo, “todo va bien si no entramos en detalles”. Y con esto nos conformamos. ¡Salud!

Paisaje a la puesta del sol./ Foto J.M.
Paisaje a la puesta del sol./ Foto J.M.
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