El engorde de las ocas desconcierta a los políticos

Salgo a la calle y no puedo pensar en otra cosa. ¡Solo veo ocas! Somos como aquella media docena de ánades que la abuela Florence empapuzaba en el pueblito de Chérac, en la Charante Maritime. La imagen me persigue desde entonces, cuando tenía 19 años y el amor de una blonde de Libourne me arrastró hasta allí. Luego vendría el desamor y la complicidad de la abuela que, para distraerme, me pedía que fuera a coger setas con ella los domingos y a darle de comer todos los días a las ocas.
Aquellas ocas que Florence cuidaba con mimo solo vivían para cebarse de pienso. De entonces me quedó la impresión de que a estos animalitos ni les interesaba el estanque que tenían en el prado ni las puestas de sol; menos aún la belleza de aquel entorno bucólico de viñedos cabalgando sobre lomas pintadas de verde encerradas en marcos de arcilla grisácea u ocre. ¿Relacionarse con el resto de animales de la granja? Ni hablar. A las ocas solo les apetecía comer, comer y comer. Y a la abuela Florence, que se cebasen, claro, cuanto antes mejor. “Ale, ale, mes petites, que nous allons bientôt faire le foie.”
Pues igual ocurre hoy en este extraño mundo en el que andamos inmersos. Al Black Friday le sucede la campaña de Navidad que dura dos meses; y a esta, las rebajas de enero y luego viene febrero con su quincena de oro o de lo que sea. Cuando irrumpe la primavera hay que renovar el vestuario: desde el cepillo de dientes hasta la ropa interior. Porque la astenia primaveral puede acabar con nosotros si no compramos. Cualquier disculpa es buena para comprar. Porque el placer es comprar, no disfrutar de lo que se ha comprado. Algún día veremos contenedores a la salida de los centros comerciales donde podamos tirar lo que hemos comprado poco antes. Pantone, por ejemplo, ya ha elegido un color para el próximo año: el rojo coral… ¡Que se agarre el que no lo consuma! Que puede ser excluido de la comunidad más cool, que es la que marca la pauta y la que nos guía en la búsqueda de la felicidad.

En algún lugar de Marruecos./ Foto J.M.
En las inmediaciones de Esauira (Marruecos)./ Foto J.M.

Pero espera, no hemos llegado al verano todavía y las ocas tenemos que seguir cebándonos. Entonces cogemos el montón de bañadores y bikinis, los miramos, y al fin concluimos que no nos sirve ninguno, que están pasados de moda y hay que comprar al menos otro par. Casi sin darnos cuenta se despide el estío y lo que toca ahora es renovar por completo la vida; el vestuario y el cuerpo. Porque… a otoño nuevo, vida nueva. Todo tiene que ser chic, fashion o diez tonterías más, si quieres salir con buen pie de la depresión post vacacional en esas fechas de tránsito que van de la holganza veraniega a la rutina del trabajo.
Pero, oiga, oiga, no corra usted tanto, que estamos aún en Navidad. Hoy, exactamente, es viernes 14 de diciembre de 2018, y en la calle, de donde he vuelto hace una hora, solo he visto ocas. ¡Una marabunta de ocas corriendo de acá para allá!

En Mouley Bousselham (Marruecos)./ Foto J.M.
En Mouley Bousselham (Marruecos)./ Foto J.M.

Aquí, en Andalucía, ha habido elecciones y no hemos salido aún del shock. Pero hay más… Los españoles tendremos pronto varias citas con las urnas y andamos sumidos en un mar de dudas. Mientras tanto, la Política camina confusa, revuelta, mirándose el ombligo. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo solventaremos esta obligación con las urnas, los ciudadanos, si no tenemos tiempo de pensar, si estamos todo el día cebándonos?
Somos ocas. Ocas en proceso de engorde permanente palmoteando en la charca del consumo. Ocas atolondradas por miles de ofertas que nos persiguen día y noche, sin descanso. Así que no me extraña nada que los políticos anden despistados con nosotros, sin saber a qué atenerse. Se habían creído que con invitarnos a votar cada cuatro años sería suficiente para asegurar su poltrona. Y “el resto del tiempo”, imagino que pensaron, “que se ceben, que alimenten su fe en los templos del consumo, que se empapucen con la TV basura y sigan los partidos de fútbol hasta en sueños”. Sí, eso es lo que sus señorías o, para ser más exactos, lo que los distintos gobiernos del mundo acordaron con el Dinero. ¡Consumo, consumo y consumo! ¡Hay que darle a la Humanidad el caramelo del consumo! “Lo que la gente necesita es consumir; así se piensa menos…”, coligieron.
El Dinero (con mayúsculas) le prometió a los políticos crear cientos de empleos, siempre y cuando se tratase de fomentar el consumo; lo que no les dijeron –aunque ellos lo sabían, pero se hicieron los locos– fue cuántos pequeños comercios, industrias, oficios… tendrían que cerrar a cambio; cuántas familias de los centros urbanos se quedarían sin futuro.
Pero, ¿qué importaba esto si a cambio las ocas se cebaban?  Qué importa el futuro si sus estudios de mercado les han dicho hasta ahora al menos que el negocio va viento en popa y la masa de ocas consume sin rechistar, a buen ritmo y con regularidad.
Mas, ¡ay! parece que se ha producido un cortacircuito en el cerebro de las ocas y ahora desvarían. Ahora votan cosas raras. Han perdido su identidad de animales racionales  y confunden valores, carecen de principios y andan escasos de ideología… Y así, resulta que ocas que trabajan de sol a sol, por sueldos de miseria, apoyan a individuos que aspiran a esclavizarlas aún más, incluso a destruirlas. Ocas que aplauden a rabiar a su enemigo… ¿Cuándo se había visto eso? Por esta razón los políticos viven sumidos en el desconcierto.

En algún lugar de Vietnam./ Foto J.M:
En los arrozales de Vietnam./ Foto J.M:

Ciertamente, las ocas han empezado a votar cosas raras o, como me dijo hace unos días el barrendero de mi calle: “¿Para qué voy a votar si todos son unos ladrones?”. “Pero, discúlpeme usted, que tengo prisa…», añadió mientras barría hacia el recogedor. «He quedado con mi señora en el centro comercial porque vamos a comprar una tele para al chico… ¿Sabe?, estamos hartos de pelearnos con él. Siempre quiere ver sus cosas. Ahora tendremos cada uno la nuestra; se acabaron las peleas. ¿Mi mujer? Esa es de tele 5; le gustan los que gritan. ¿Mi hija? Rara, rara… ¡La verdad es que no se qué ve! ¿Yo? Yo el fútbol, ¿qué voy a ver si no? Y Adrián, mi hijo… Él ve no se qué del nerfrix ese. Que nos tiene fritos… ¡Ea, pues se acabó! A partir de ahora todos contentos, ¿verdá usté?”
Sacudió al fin la escoba, recogió el resto de bártulos y se fue empujando el carrito. Y yo allí me quedé… Igualito que un pasmarote. Cnfundido y mirándole; con la sensación de estar también atrapado… Atrapado como las ocas de la abuela Florence. Igualito.

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