Sobre el olivar se vio la lechuza volar y volar

No vimos lechuzas pero, ¿olivos? ¡Por miles! Quizás, Antonio Machado, autor del poema que da pie a esta crónica, las viera… Incluso puede que se comunicara con ellas, cuando anduvo por Baeza, entre 1912 y 1919, imbuyendo a su alumnado la pasión por el conocimiento y la belleza. Quizás… Pero, hoy, de ese curioso animalito de ojos redondos, que mira sorprendido con un gesto tierno, ¿qué queda? ¡Nada! ¡Ni rastro!

La nuestra fue una experiencia prosaica; mucho menos poética que la que viviera entonces don Antonio, cuando escribió el poema. Aunque nosotros tampoco descuidamos el halo poético, esa cualidad que acompaña al trepador heroico mientras gatea subiendo montañas para alcanzar las cumbres.

Vista general desde el Hacho, en primer término La Salada./ Foto J.M.
Vista general desde el Hacho, en primer término La Salada./ Foto J.M.

Mas no todo ha de ser lírica y ver las lechuzas volar y volar en bandadas… sobre el olivar; puede responder a un arrebato de ingenio, a la desbordante fantasía o, como debió de ocurrirle a don Antonio Machado, a la eclosión de su imaginación al coincidir con su genialidad.

Tras el esfurzo, el recuerdo./ Foto J.M.
Tras el esfurzo, el recuerdo./ Foto J.M.

Nos encaminamos al Pico del Hacho, al lado de Lora de Estepa, con la idea de que aquello iba a ser pan comido; demasiado fácil, para nosotros, pensamos. Pero elegimos la cuerda más difícil, que no era otra que gatear por las rocas, entre espinos y carrascas. Podíamos haber ascendido sin apenas esfuerzo, faldeando tranquilamente, pero entre los correkas, ya se sabe, siempre hay alguno que tira “por donde sea”, explorando… ¡Y los demás van detrás! No importa que emule a las cabras… El adagio ha de cumplirse: ¡la cabra siempre tira al monte!

En la cumbre del Hacho, Lora de Estepa, Andalucía, España./ Foto J.M.
Celebración en la cumbre./ Foto J.M.

Lechuzas no vimos ni una, pero ¿cartuchos? ¡Por docenas! A ver cuando le imponen a los matabichos (cazadores) la obligación de recoger los restos de la munición utilizada. ¡Qué da asco encontrar por esos montes tantos restos de guerra inútil!

Mirando desde arriba hacia la inmensidad de la llanura, entre los pueblos de Lora de Estepa, Casariche, La Salada, Herrera, El Rubio, Osuna…, los olivos se perdían en hileras más allá del horizonte, firmes y alineados como soldados de un ejército. Y entre la espesura, los romanos.  No resultó muy difícil, desde lo alto de la roca, imaginarse cómo estos antiguos pobladores se movían por estas tierras… Allí estaban, vestidos con la característica túnica y sandalias o abarcas, que tanto da, espoleando a la yunta mientras sostenían la mancera del arado con el que roturaban la tierra para surtir de trigo y aceite a la metrópoli, la grandiosa Roma.

Estepa, Andalucía, España./ Foto J.M.
Estepa./ Foto J.M.

No habían elegido un mal lugar, desde luego, los hijos del Imperio para establecerse. Se tienen noticias de que están por aquí desde el siglo III a. C; la tierra era entonces y sigue siéndolo muy fértil y ocupa el corazón de Andalucía. La comercialización del aceite, cereales y vino debió ser muy fácil; no demasiado lejos de aquí, pasaba el espinazo del mapa de comunicaciones de la Bética.

Cueva de Peñarrubia, Sierra del Puntal, Lora de Estepa./ Foto J.M.
Cueva de Peñarrubia./ Foto J.M.

En la falda del Hacho hay terrazas, ahora cubiertas de maleza, de las que un observador avispado podría discernir que en aquel tiempo, en ellas, además de cultivos, había villas romanas. Los restos de cerámica y los muros de fina mampostería, así lo acreditan. Todo está ahora, sin embargo, hundido en la tierra; las canalizaciones y los pozos también han desaparecido.

Recostados al sol agridulce de febrero, siguiendo la inclinación de la ladera, y aguzando el oído, aún puede oírse el bullicio que se genera en el ágora los día de mercado, el ruido de los carros con ruedas de madera traqueteando por las viejas calzadas de piedra, los trinos musicales del aulós, del conu y de la lira.. Incluso si se cierran los ojos pueden verse y oírse conversaciones de negocios, discusiones familiares o el disertar de los filósofos.

¡Que hermoso lugar para contemplar e imaginarse la vida!

Descendimos. Los seis que acudimos a la cita de este sábado nos fuimos a Lora de Estepa, un pueblo limpio y aseado, de 831 habitantes, blanco como la nieve, en el que toda la gente a esas horas (mediodía) debía estar almorzando pues apenas vimos un alma por la calle.

Se humedece la roca, se humedece la tierra, brota vida./ Foto J.M.
Se humedece la roca, se humedece la tierra, brota vida./ Foto J.M.

Ya por la tarde, caminamos hasta la ermita de San Marcos y subimos desde allí a la cueva de Peñarrubia; un boquete que se abre asomándose al este, en el acantilado de la Sierra del Puntal. Probablemente aquí se guarecieran, antaño, no solo las lechuzas de Machado, sino también cientos de murciélagos, rebaños de cabras y ovejas y, mucho antes –cuando vivir no significaba otra cosa que cazar, mirar al horizonte y esperar que amaneciese otro día– decenas de mujeres y hombres, pobladores de estas planicies en aquel tiempo inmemorial.

Entramos en la cueva, hicimos fotos y observamos como desde la roca húmeda el simple rezumar de unas gotas de agua alienta la vida; en la tierra seca de siglos habían ido brotando delicadas plantas verdes que intentaban sobrevivir apurando la luz que les llegaba desde el exterior.

Se escurría el sol a la espalda de Estepa, y la autovía A 92 era una serpiente parda reptando entre olivos y reflejos dorados. Por sus entrañas iban y venían, como gusanos hambrientos, automóviles rugiendo, ansiosos por llegar a alguna parte.

¿Y así va a ser siempre?, pensamos.

¡Qué pena! Porque si el ruido devora al silencio… días de sueños y juegos como este, de imaginación desbordada, de trepar por las rocas en compañía de los pájaros, no volverán.

 

 

 

5 comentarios Añade el tuyo
  1. Joaquín eres una agradable caja de sorpresas, en cada inetervención tuya se descubre una nueva faceta de tu buen hacer. Es un lujo, como diría un porteño «por favor no te mueras nunca». un fuerte abrazo para todos. Carlos arrojo

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