La defensa de La Manada –esos animales de bellota que tan bien se retratan ellos mismos en las fotos y comentarios que muestran en sus móviles– ha creído que ganaría enteros para la causa que defiende (que la práctica de sexo fue consentida por la chica, ¡qué horror!) si le ponía un detective privado a la chica violada y así podría probar que esta, si tenía algún desliz (en el fondo es lo que piensan: puta, puta, puta), confirmaría que es “ligera de cascos”, como se dice vulgarmente y, en consecuencia, no habría habido violación sino una fiesta.
¡Y el juez va y acepta el informe del detective! Es decir, el juez piensa (esa es la impresión que tengo), como el encausado que encargó el informe, que a las mujeres lo que les gusta es que las follen. Y si no se dejan, se les viola y punto.
Lo peor no es que (supuestamente) lo piense el juez o al menos lo dé a entender al aceptar tal documento, lo peor tampoco es que lo piensen los miembros de La Manada y su abogado defensor, no; lo peor es que lo piensan miles de hombres. ¡Miles de hombres!
Los hombres creen que la mujer no tiene autonomía para decidir sobre su cuerpo y así ocurre que incluso en el matrimonio ella no puede decir no. Y cuando se dice no, no… ¡Es que no! Pero ellos creen que con zalamerías y coacciones, cierta presión física y etcétera… terminarán consintiendo. ¿Ten difícil es entender que una mujer (aunque sea la esposa) pueda decir que no? Pues sí, parece que los hombres no entienden que las mujeres tienen el mismo derecho que ellos a practicar sexo cuando y con quien quieran.
Ay, señor juez, sospecho que usted anda todavía empantanado en el chapapote que dicta la testosterona. Discúlpeme.