Me llamo Fabi y soy un perro. Cada sábado salgo al monte por las sierras de Aracena, Grazalema, Ronda…, donde se tercie, que nunca se sabe cómo pueden acabar las excursiones que programa esta gente del club de los Correkas, a las que mi dueño Aurelio me lleva.
Siempre hay un circuito previsto, un camino a seguir… Pero tengo compro-bado que a la menor le da un ataque de explorador a alguien y propone que oteemos nuevas vías y territorios: “¿Por qué no vamos por allí?” “¡Esto es tan aburrido…!” Y ya está el lío.
El sábado pasado estuvimos caminando por el valle del Genal. Un paraíso. Los castaños, avisados por los dioses que íbamos, se habían vestido de gala para recibirnos. Un arco iris de colores ceñía el valle y la montaña cuando llegamos. Los pueblos de Parauta, Cortajima, Igualeja, Pujerra aparecían como chispazos entre la inmensa luminaria. Las hojas amarillas, rojizas, arrobadas de color, caían mansamente a nuestro paso, desnudando cada árbol como si estuviesen prepa-rándose para un rito nupcial.
Estoy exagerando, lo sé. Pero es que me emociono como buen perro montañero que soy. Y aunque perro ¿qué quieren que les diga?, también tengo mis sueños y hago mis pinitos literarios…
Al principio eran 23, bueno, 24 si me cuentan a mí. Luego nos quedamos 21 porque dos, los muy ladinos (él y ella) se nos “perdieron” enseguida. Más tarde el grupo se dividió, como las células, en dos: cinco se fueron por su lado, temiendo que el tiempo y la aventura se alargase demasiado, y el resto (además de un servidor) por otro. Luego nos juntamos en Igualeja para hacer los cinco últimos kilómetros a Parauta todos juntos. Parece que el afecto que el grupo se profesa (y a mí, lo reconozco) ejerce como un imán para acabar reuniéndonos.
Caminamos, como siempre, subiendo y bajando cuestas; salvando el río Genal, donde hubo que descalzarse; sorteamos barranqueras y al final, campo a través, intentamos descubrir algún sendero perdido.
Entre los que vinieron había gente nueva, como Rosa, a la que compadecí al comien-zo pues la vi marchar remisa, rezagándose en las cuestas; luego acabó entre las primeras, tan cam-pante. Espero que repita. ¿Y qué decir de Eliseo? Me pareció un tipo curioso. Nada más verme me hizo una carantoña y me hablo de su perro, al que, dijo, lleva al parque María Luisa a pasear cuando hace footing. Ahí saqué yo pecho y le hice ver enseguida que no es lo mismo pasear en plan señorito, que trepar por andurriales como si fuera uno una cabra. Porque una cosa es solazarse en los jardines –intenté explicarle con los ojos, pues mi lenguaje perruno es muy cerrado–, y otra muy distinta, le insistí, es tener que salvar ríos, torrenteras, desniveles imposibles para mi corta estatura, o abrirse paso en una selva, cien veces más alta que yo, y tan tupida que hasta a las hormigas les cuesta. Y no le hablé, por no aburrirlo, de cuando correteamos por las cumbres y el suelo es un campo minado de calizas que cortan como cuchillos… En fin, que le dejé bien claro que si estoy en este club es porque tengo lo que hay que tener… Mucha voluntad y preparación física.
Él es médico, me dijo; especialista en Medicina Deportiva. ¡Ozú! Y al parecer me entendió pronto porque me aremolinó el pelo y volvió a hacerme carantoñas.
También me llamó la atención Marco, un discreto italiano, científico, que habló poco, pero que prometió contarnos cosas otro día. Aunque nunca nos contará tanto como Angelito, que siempre está explicándonos el mundo según su particular evangelio. Ni como Manolo Calderón, que emulando al celebre literato que honra su apellido, famoso por sus autos sacramentales, también habla lo suyo… pero con las manos, que hay que tener cien ojos si no quiere uno quedarse sin el plátano, el bocadillo, el móvil o la cámara de fotos. ¡Y no hablemos ya del chocolate, que ese vuela! Eso sí, luego, como el bueno de Pernales, todo lo que la urraca recoge lo reparte.
De las ilustres damas correkas ya me ocuparé otro día o lo hará alguno de esos otros cuentacuentos que también hay en el club.
Y ahora lo importante, que ya estaréis pensando que de qué va esto. ¿Pues de qué va ir si no? ¡De amor! ¡Ay, mi corazón, cómo sufro! Subiendo hacia Igualeja nos cruzamos con varios perros domingueros. Ya sabéis como son: coquetos, remilgados, de pitiminí… De mírame y no me toques. Venían de punta en blanco, como si fuesen a una fiesta. Recuerdo ahora al perrazo de melena inmaculada, nívea, al que nada más verle la jeta se me aflojó el esfínter y levanté la pata… Pero, prudentemente, me reprimí… (Me sacaba doce cuerpos) ¡Cómo le hubiera puesto! Me pareció un chucho ridículo… Vestido así, en el campo; presumiendo de melena y manicura… Le enseñé el colmillo un poco y me dí media vuelta. No hay mejor desprecio que no hacer aprecio, pensé. Lo mío es la montaña, ya sabéis.
En esto apareció una perra linda, también caniche, la misma talla, igual estatura… ¡Una monada! ¡Venía tan aseadita…! Tirabuzones, mechas… ¡Menuda pija! Olía a melocotón, no como yo, que debí olerle a tigre en adobo. Pero me hizo chiribitas con los ojos y me hipnotizó. Y ahí me volví bobo y desde entonces no duermo.
Lo que es esto del amor, ¿verdad? Te entra por un ojo, te ofusca el alma, y aunque sea con una perra que no piensa más que en ropa de marca y en restaurantes con estrellas Michelín, tú te derrites y renuncias a los bocatas alternativos de mortadela, te vistes de tontaina con corbata y allá vas… ¡A hacer el gili!
Después de los dieciocho kilómetros y medio (18,5 km) recorridos y de pasar un día glorioso (como siempre), volví a casa hecho un lío, atontolinado. Y lo peor es que sigo aún; esto va a peor. No dejo de pensar en ella. Aún no se me ha ido la tontuna por ese amor perruno que me ha inoculado la caniche. ¿Dónde andará ella? ¿Dónde?
Espero que a vosotros, amigas y amigos, no se os ablande el cerebro y os entreguéis al primero que llegue con fuegos artificiales. Que después se sufre mucho.
En fin, que el sábado tuve un día de perros.
NOTA.- En la categoría FOTOGRAFIA pueden verse más fotos sobre esta excursión al valle del Genal.
Joaquín, te he leido en voz alta para que mi amigo Aurelio y Gema vea lo que has escrito de mí, le ha gustado mucho y a mí más. Gracias amigo Joaquín, te moveré mi rabito nada mas verte .
Joaquín, como dijo Julio Iglesias, Fabi es un truhan y un señor. Me ha encantado tu crónica.
Joaquin, dile a Fabi que algún día conocerá a Kiko, el corredor del Parque que no está tan entrenado como él pero que Le encantaría que Le enseñas a disfrutar de la montaña. Un guaau muy grande