Alcaldes contra el ‘lobo Australiano’

Australiano es un lobo que no se anda con bromas. Recuerdo un alcalde que un día me dijo, muy al principio, cuando empezaba esta guerra: “Nosotros no podemos hacer gran cosa contra la apertura de la mina; si Australiano se empeña –este el nombre de urgencia que le he dado a la fiera protagonista de este cuento–, no habrá nada que hacer”. “Oye… Y si nos dan algo de dinero por adelantado”, añadió aquel alcalde, “bien venido sea; eso que hemos ganado”. “Podremos atender algunas de las necesidades del pueblo”, remató.

Vista general del río Yeltes a su paso por Perniculas. / Foto J. Mayordomo
Vista general del río Yeltes a su paso por Perniculás. / Foto J. Mayordomo

Era al comienzo, cuando el lobo acababa de llegar a la comarca y empezaba a amedrentar a pastores y ovejas. No es que les metiese miedo ejerciendo violencia, amenazándoles, no, no; lo que hacía Australiano era tirar de chequera, prometer el oro y el moro, dar las cosas por hechas y asegurar que el Poder estaba con ellos. Así, las cosas, ¿quién iba a enfrentarse a tan forzudo Goliat?

Los primeros días de aquel año fueron muy dulces. Algunos ayuntamientos recibían dádivas generosas del lobo y no salían del asombro al ver tanto oro entrando en sus arcas. Empezó entonces Australiano a pastorear por los campos y, como si fura el rey Midas, repartía aquí y allá promesas y dinero. Campeaba entre las encinas hermosas y olfateaba como un sabueso el subsuelo con la perversa intención de robarle la vida a los árboles y a la tierra. A las personas les tocaría morirse después, cuando ya no tuviesen nada que perder y sus posesiones estuvieran tan muertas que sería imposible plantar nada en ellas.

Cigüeña blanca. / Foto J. M.
Cigüeña blanca. / Foto J. M.

Mientras el lobo escarbaba para justificar su existencia, afilaba las garras y acondicionaba la guarida en la que se había establecido, las encinas empezaron a desconfiar. ¿Quién iba a decirles, se quejan ahora, años después, que serían arrancadas con saña y por miles? Jamás lo hubieran creído si alguien se lo hubiese dicho. Si les hubiesen contado que apenas les quedaban meses de vida, su carcajada se hubiese escuchado hasta en Portugal. Encinas que tienen cien, doscientos, trescientos, cuatrocientos… años, que son la riqueza más preciada con la que cuenta esta tierra olvidada, están siendo masacradas por cientos y lo serán por miles si el lobo no se va de aquí. Y esto ocurre en Europa. ¡En la civilizada Europa, a la que se le llena la boca con la protección del medioambiente! Un bosque mediterráneo esquilmado en una tierra dejada de la mano del Poder, y sumida en uno abandono secular que no tiene nombre, pero que, ahora, afortunadamente, conforma uno de los espacio medioambiental más valiosos del viejo continente.

¡Arboricida!, le gritan al lobo Australiano las encinas ahora, cada vez que lo ven merodear entre ellas, para ver si desiste de su empeño de exterminarlas. Mas no ha lugar, el sigue destruyendo la tierra y sus bosques, pues lo único que le importa es el dinero, aunque, para conseguirlo, tenga que matar.

Mas volvamos a esos alcaldes que se han erigido en guardianes de gentes y ovejas. Al principio hubo alguien que no se conformó con el ordeno y mando del Poder, ni aceptó las bravuconadas de Australiano que iba pavoneándose por ahí, mostrando sus garras en aquellos lugares de moda, dónde le entrevistaban y hacían fotos, mientras prometía El Dorado para la región.

 

Vista general del balneario de los Baños de Retortillo; en primer plano el río Yeltes. Foto J. M.
Vista general del balneario de los Baños de Retortillo; en primer plano el río Yeltes. Foto J. M.

Los que no se creyeron su cuento empezaron a informarse y a informar a los demás. ¿Cómo era posible que el lobo Australiano no respetase la fuente termal de los Baños de Retortillo?; un manantial que, desde hace dos mil años, desde los romanos, viene dando vida y salud a miles de personas. ¿Cómo era posible que la mina de uranio fuese a acabar con la riqueza de las dehesas de la comarca? ¿Qué sería del cerdo ibérico, la vaca morucha o de las ovejas churras o merinas que viven en ellas? No, no era posible. Lo que estaba sucediendo era una pesadilla. ¿Cómo había conseguido el lobo Australiano obtener permisos para abrir una mina, atravesada por el río Yeltes, que está protegido por las leyes europeas, pues en sus aguas viven especies endémicas como la sarda salmantina, en sus riberas aves en peligro de extinción y de su cauce beben varios pueblos? ¿Quién estaba detrás de ese anhelo perverso del lobo?

Todas estas preguntas calaron en la gente, en los alcaldes. Y estos empezaron a analizar la presencia del lobo en sus municipios y las consecuencias que esto tendría. Se produjo una pausa, hubo una profunda reflexión y los regidores descubrieron que el lobo era perverso y malvado, tramposo, egoísta y que solo perseguía su beneficio sin importarle lo que ocurriera en el futuro con la gente… Descubrieron que arrasaría el encinar, que donde diera sus dentelladas no volvería a crecer una brizna de hierba. Descubrieron que obtenía con astucia y dinero el favor de los poderosos y de los medios de comunicación a cambio de insertar propaganda en sus páginas y espacios informativos; descubrieron que el lobo Australiano tenía tanto dinero que no le importaba contar mentiras que parecieran verdades, aunque para ello tuviera que pagar cien veces su precio. Se descubrió algo tan necio, que, si no fuera por que resulta dramático, podría tildarse de chiste: el lobo Australiano organizaba certámenes fotográficos para retratar la naturaleza, cuando estaba arrancando a diario miles de encinas. ¿Cómo se puede ser tan cínico e inmoral?

Sí, los alcaldes se dieron cuenta de que la mina sería el fin de sus pueblos. Entendieron que el lobo les estaba tomando el pelo, trataba de embaucarles, frente a una realidad muy distinta: ¡La mina sería la muerte definitiva de su tierra!

Vista general del río Yeltes; río, que si se abre la mina, probablemente será envenenado. / Foto J. M.
Vista general del río Yeltes; río, que si se abre la mina, probablemente será envenenado. / Foto J. M.

No habría más turismo rural, ni más bosques sanos, ni más cerdo ibérico, ni más vacas en las dehesas… Todo estaría poseído por la contaminación radioactiva. El agua acabaría envenenada y envenenándolo todo; y las personas, enfermas.

Y termino: ¿qué lección puede sacarse de lo que ocurre ahora en pueblos como el de Retortillo, Boada, Villavieja, Villares, El Cubo de Don Sancho…? La lección es sencilla: cuando se defiende una idea y asiste la razón, el miedo se pierde; se rompen las cadenas… En el salmantino Campo Charo la gente está ya dispuesta a combatir al lobo Australiano; pelea para echarle. La Justicia (la de verdad) esta con  la gente y a sus regidores; aunque ya se sabe qué hay otra justicia que aplican los hombres… Pero eso no hará más que retrasar el éxito. La batalla puede ser larga, pero la razón al fin se impondrá y las encinas y robles que sobrevivan a la masacre seguirán enriqueciendo el paisaje y la vida de la dehesa salmantina.

La verdad está con quienes se postulan en contra de una mina que no aporta riqueza ni a España ni a ninguno de los pueblos afectados. La mina no traerá más que desgracias e hipotecas de mala salud para las generaciones venideras. Eso lo sabe también el lobo Australiano, aunque lo niegue. Sí, la fiera tendrá que irse de esta rincón de España, joya medioambiental, porque la verdad y la justicia, insisto, asisten a estas gentes que, si bien no se quejan de no recibir ayudas que mejoren sus vidas, si exigen al menos que les deje en paz.

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