Como dos avezados tahúres, Carles Puigdemont, presidente del Gobierno de Cataluña, y Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España, marcan sus cartas, ensayan estrategias, juegan con trucos y nos hacen creer que piensan hasta la extenuación en la jugada siguiente, provocando en todo el mundo desazón y dolor de cabeza. El objetivo de este totum revolutum es evitar caer por el precipicio. Ambos saben que el primero que caiga al abismo habrá concedido al contrario cierta ventaja, es decir, la iniciativa en esta partida malévola en el que nos han metido a todos, incluidos los catalanes, que, aunque lo nieguen, ni ellos mismos saben ya lo que son… Porque también podrían ser aragoneses, ¿no es cierto?
En cualquier caso, es curioso como la realidad de la vida lleva a los seres humanos por caminos ni siquiera soñaron. ¿Quién le iba a decir al ínclito Rajoy que por no aflojar la cartera, el tahúr Puigdemont (y con él, los que representa) le iban a poner el cuchillo al cuello con la intención de: “O nos das la pasta, o nos levantamos de la mesa de juego y nos vamos”. Qué tiempos aquellos en los que sus homónimos predecesores se cogían de la mano, se daban besos en la boca… O se volvían parlanchines de lengua suelta como el siempre recordado José María Aznar, cuando se atrevió a afirmar que “yo, en la intimidad, en círculos reducidos, hablo también catalán”. “Porque el catalán es una de las lenguas más completas que conozco”, añadía, lanzando besos, abrazos y flores al mundo.
Pero, ¿qué ha ocurrido para que estos dos “monstruos” (dicho en el sentido más positivo del término) de la política llegaran a colocarse, cada uno a su modo, con pie y medio fuera de la realidad y a punto de caer al vacío y llegar a las manos. ¡Ay, probablemente habría que remontarse a la Edad Media para entender todo esto… Pero basta, creo yo, con recular al siglo XIX y ahí se ve como una España “liberal”, “progresista” –con el “puritano” O´Donnell como paradigma y uno de los actores principales de aquellos anhelos liberadores de la España común– fue incapaz de articular un discurso real, sólido y alternativo a aquella otra España cavernícola, reaccionaria, gobernada por militares y curas, miserable, con una monarquía que negociaba los asuntos de Estado en la cama… Lo cuenta muy bien Isabel Burdiel en su ensayo Isabel II Una biografía (1830-1904). De los pechos de aquella Derecha (con mayúsculas) se nutren ahora los Populares, incapaces de entender la modernidad –liberándola de los principios y comportamientos atávicos que enredan, todavía, a este país– como un medio de cambio y de desarrollo para un país plural, ahora troceado en reinos de Taifa autonómicos, pero que, sin embargo, ellos siguen considerando “su” España “una, grande y libre” –“suya”, insisto– e “intocable”, como si fuera su finca o cortijo. Y, mientras tanto, la izquierda dale que te pego, peleándose unos con otros y montando algaradas.
Dicho esto, volvamos al presente. ¿Qué esperamos que ocurra ahora? Cada parte juega sus cartas con toda la audacia de que es capaz, con el objetivo, comprensible, de alcanzar el fin que persigue. Hasta este momento, en esta partida, se mire por donde se mire, el tahúr Edward G. Robinson Puigdemont y sus asesores parece que se están llevando el gato al agua, mientras Steve McQueen Rajoy –protagonistas del film The Cincinnati Kid, 1965– suda la gota gorda, al tiempo que maquina para ver cómo endereza el rumbo de unos acontecimientos que, aparentemente, le son desfavorables.
Fronteras allende, se dice por ahí… “Que España es una dictadura que oprime a los pobres catalanes y hay que ayudarles a liberarse del opresor” ¡Pobrecitos, los ricos! Sí, pobrecitos. España les oprime… ¡Tendrán cara! ¡Menuda pinta de pobre tiene Edward G. Robinsón Puigdemont, verdad!
Para ricos, ellos. Y no el resto de españoles; y entre estos, esa masa de emigrantes que ha financiado con sus manos obreras muchos de los caprichos catalanes. Todo por mor, entre otras cosas, de una casta política egoísta, que no pocas veces ha pactado con Cataluña medidas que no atendían al interés general, sino a intereses partidistas.
Esos que “les compadecen” en Europa o en el resto del mundo, deberían informarse mejor. Y no estoy diciendo con esto que deba negársele al pueblo catalán su derecho a plantear su deseo de independencia. No. Pero deberían comprender que si Europa ha llegado hasta aquí y superado episodios crueles, de extrema violencia, ha sido porque ha entendido que dialogando y unidos se vive mejor… Aunque a la vieja Europa le sobren defectos por los cuatro costados, es verdad, todavía le queda rédito para seguir apadrinando el progreso. Lo que sí parece ya claro y está fuera de toda duda (dicho de esta Europa de la que no renegamos) es que por las malas no se va a ningún sitio.
El ser humano es maligno, me asegura un amigo. En cuanto se le presenta la ocasión aflora en él lo peor, añade. “Nos falta tiempo para alegrarnos de las desgracias ajenas”, concluye. De modo que, según él, es comprensible que haya grupos por ahí jaleando la juerga de los independentistas catalanes como si fuera propia. ¡Que se joda España!, parece que repiten. Sí, que se joda. Y mientras tanto, los de aquí, los de este lado, con Steve McQueen Rajoy al frente del equipo pensante… piensa que te piensa para ver cual va a ser el siguiente movimiento.
Ya he dicho antes que esto no es de ahora. Al PP le ha tocado gestionar este muerto como le podría haber tocado al PSOE. Tanto recular, tanto recular… Pues eso, que llegas de culo al borde del abismo y ¡ay, ay, que me caigo! Pero, claro, caerse… caerse, no lo quiere nadie. No lo quiere Edward G. Robinson Puigdemont, que no le gustaría quedar como un mal jugador (porque políticamente, creo, ya está acabado, así al menos lo dice el guión de la película), ni lo quiere Steve McQueen Rajay, que quisiera ganar la partida, aunque sin avallarle. De todas formas, Steve Rajoy sabe que por ahora esta guerra la tiene ganada, pues, para eso, os recuerdo, se ha escrito un guión.
En fin, la partida del “procés” catalán, como en el citado The Cincinnati Kid –El rey del juego en la versión española– sigue avanzando hacia el amanecer, mientras los tahúres de ambos bandos afinan cuchillos y concitan estrategias. Se harán todas las trampas que puedan hasta el final, de eso no cabe duda. Y mientras tanto, los que asisten expectantes a este incalificable espectáculo, se caen de sueño algunos, otros andan borrachos, y los más, la mayoría del público, siguen ahí, escuchando sus mentiras y fantasías… sin poder levantarse del sillón porque están atrapados por los speaker de los medios y sus arengas. ¡Como si en esta vida no hubiese otra cosa que hacer!
¡Qué pena! ¡Pero qué pena…! Porque, en este juego malévolo del independentismo y su negación, los perdedores ya se sabe quiénes van a ser: los desheredados, como siempre.
A mí no me gusta jugar a las cartas, aunque reconozco que hubo un tiempo en el que jugaba bastante; tampoco voy mucho al cine… ¡Pero fui un cinéfilo! Y los recuerdos de entonces me sirven para ver el lio que se traen Edward G. Robinsón Puigdemont y Steve McQueen Rajoy como una película de suspense.
Finalmente, quiero recordar una vez más que me es indiferente que Cataluña se independice o deje de hacerlo. Si es lo que quieren… Allá ellos. Pero no renuncio a ser un buen ciudadano ni a ser solidario, alguien que lucha para que el mundo mejore. En ese sentido, y desde esa perspectiva: ¡No soporto la insolidaridad catalana y el egoísmo de los que quieren irse sin más, de un proyecto que debería ser colectivo! Por eso voy a intentar desconectar de este tema… aunque no sé si podré conseguirlo del todo. En cualquier caso, tengo encima de mi mesa de trabajo una Rana Verde que me traje de México hace quince años, que alucina con lo que está ocurriendo mientras toma nota de todo… Quizá algún día os haga ella una crónica. Sería interesante, ¿verdad? Sería interesante saber cómo se las apaña una rana para contar la película… Porque no se olvide que, aunque parezca real, esto no es más que una película. Los actores lo saben. Lo que ocurre es que el film, al ser como la vida misma, puede acabar dejando profundas heridas y damnificados. Pero, el final, que nadie se engañe, está escrito. ¿O no? Que nos lo cuenten los actores… Que don Mariano Rajoy Steve McQueen y don Carles Puigdemont Edward G. Robinsón nos adelanten la última escena, porque, ellos, seguro, llevan meses ensayándola. Solo falta que nos la representen. Y acabemos de una vez con este malévolo juego.
Bueno, Mayordomo… tu artículo me deja esta vez un sabor agridulce. Muy bien escrito, como siempre, y con observaciones precisas, inteligentes e interesantes.
Pero… esa equidistancia!… Este es un asunto en el que no vale ya la equidistancia. El que Rajoy y Puigdemont sean personalmente de la misma calaña (de hecho, ambos representantes de la misma derechona corrupta) no implica en absoluto que las posiciones en este asunto sean equiparables.
No se puede transigir con el rico que intenta no pagar impuestos porque benefician a «los pobres», ni con la región rica que quiere quedárselos con idéntico argumento.
No vale esa equidistancia de ..»me es indiferente que Cataluña se independice o deje de hacerlo. Si es lo que quieren». Y no vale por la sencilla razón de que la secesión (que no «independencia», que es un témino impropio e interesado) implicaría quitar derechos a la mayoría de los ciudadanos; nada de «unidades intangibles» ni «leyes inamovibles», es simplemente una cuestión de democracia, de igualdad y de derechos de todos. Es por eso que no solo Rajoy y el PP, sino también otros partidos lo han entendido así.
Mucho mejor que yo, lo explica esta magnífica intervención de un diputado navarro: https://youtu.be/trc8eAiha6o
Muy buen post, muy recomendable! Saludos.