Bajas del coche y el silencio es tan fuerte que su abrazo te rompe. Lo mismo ocurre con el aire, que, al respirar, te produce rasguños y dolor porque los pulmones no están acostumbrados a tanta pureza.
Tres grados de frio a la puerta de casa. Dentro, catorce.
Subes las persianas y el horizonte está ardiendo. El sol destila el último instante, un suspiro de luz.
Luego la rutina: enciendes la calefacción y la chimenea; deshaces el equipaje y ordenas la compra en el frigorífico.
La casa ya arde. Veintiún grados en apenas un cuarto de hora
La mecedora está ahí, me acoge…
Me dejo encantar por el fuego… y me pongo a escribir.
Ya, entre dos luces, aparecen los sueños; aquellos días de infancia…
¡Cuántos recuerdos!