Como si una mariposa hubiese batido las alas, provocando una tempestad al otro lado del mundo, así ocurrió el pasado sábado, cuando la excursión habitual del club Correcaminos derivó en el caos más extraño que jamás se haya visto por las tierras altas del Parque Natural de Grazalema.
Se anunciaba un día gozoso y de encuentros. Algunos volvíamos al club y a sus aventuras después del largo y caluroso verano. Todo eran parabienes. A las 8,45, la cita en Santa Justa. A las 9 en punto, partida hacia la ruta. Pero a las nueve menos diez cayó sobre la explanada en la que nos habíamos reunido una nube negra, malaje, que, destilando veneno, parecía dispuesta a sembrar la discordia. Malos presagios, dijimos, cuando la nube envolvió a los reunidos con un olor a infierno.
Pero, estábamos tan contentos de volver… –éramos 21– que pusimos buena cara al mal tiempo. ¡Y partimos!
Paramos, como es habitual, en la venta Las piedras (Montellano) a desayunar. Y ya en ese tiempo de zurrapa y tostada, café con leche y abrazos, se barruntaba que el día andaría revuelto, extraño, raro. Pero, ¡ay!, estábamos tan felices de encontrarnos… Además, lucía un sol espléndido y el campo ¡por fin! reverdecía amoroso después de las lluvias.
Tras el irrenunciable refrigerio salimos hacia el punto de partida, el puerto del Boyar. Isabel, ufana y entregada a la causa, había propuesto ¡ella sola! la ruta de Puerto del Boyar – Nacimiento del río Guadalete – Arco gótico – Túnel Coargazal – Salto del Cabrero – La Catedral – Casa Dornajo y vuelta al Puerto. Unos 16,72 Km. de recorrido, 847 metros de desnivel y 9 horas y 27 minutos de marcha que en la reseña de Wikiloc se calificaba de “difícil”.
Pero ¿qué era esto para nosotros? ¡Nada! Somos caminantes y nos encantan (a algunos) las piedras; y, sobretodo, lo que nos gusta es perdernos. ¡Perdernos! Y esto fue lo que ocurrió: que, a nuestro modo, unos por hache, otros por be, todos acabamos “perdidos”.
Como si se tratase de una torta de pan, que, a la menor, se hace migas, así el grupo de 21 componentes se rompió en tres, cuatro… cinco grupos distintos, todos danzando sobre el inabarcable lapiaz de la Sierra del Endrinal o por las atormentadas crestas calizas que hay en la zona, enredados en un sube y baja permanente, mientras la ruta programada se iba al carajo, por decirlo de algún modo.
Claro, Isabel se enfadó y con razón; sin perder la sonrisa, eso sí. “¡Maldito el respeto que le tienen a una!”, protestó. “Y no sólo me molesta que no se me haga caso, sino que, encima, nadie me informa por dónde andamos ni a dónde vamos…”, se quejó, después, a la hora del bocadillo y la siesta (que en esta ocasión no la hubo), repuesta ya del cabreo.
Y es que, desde el principio, en el mismo puerto del Boyar, las cosas empezaron a ir mal. Porque dos de los coches –en uno de ellos venía Isabel, “nuestra guía” de este día– se retrasó un poco. Pero la impaciencia nos pudo y empezamos a caminar sin esperar a estar todos juntos y, por supuesto, sin tener en cuenta quién había propuesto la ruta y, por tanto, quien iba a ser el faro-guía; es decir, ¡la gran Isa!
Obviamente, a partir de ese instante fue todo lío, barullo, descoordinación. Pero sin perder la alegría. Y en todo momento la risa, ¡cómo no!, y, por supuesto, las cuitas y nuevas que uno traía que iba contando… después de tanto tiempo sin vernos…
Sí, perdidos y todo, cada grupo en su lío… ¡El club de correkas campeaba feliz!
Por supuesto que estuvimos en el arco Gótico. Hay fotos que dan fe de ello; aunque los que se habían retrasado no llegaron a tiempo para posar todos juntos. Luego bajamos del arco y un grupo de cuatro excelsas damas decidió hacer, por su cuenta, una circular más fácil y asequible, desgajándose definitivamente del núcleo principal. El resto aún pensábamos cumplir con el programa previsto.
Obsérvese ya, que, en ese instante, los 21 correkas que nos habíamos dado cita en Santa Justa, aparecíamos repartidos en tres grupos. Mas la cosa no quedó ahí porque en esto de “no, no, es por allí” o “sí, sí, es por aquí”, Clemente, Rafael y Lola, con muy buen criterio, y siguiendo el track acordado, salvaron el laberinto que precede al túnel Coargazal y se fueron por su cuenta y riesgo agujero abajo. ¡Y ya no volvimos a verles el pelo en todo el día! ¡Acababa de configurarse un cuarto grupo! Pero poco después nos abandonó Chema… ¡Este se fue solo! ¡Cinco grupos!
Los que quedábamos retrocedimos un buen trecho, gateamos lapiaz arriba y llegamos al túnel, y de allí, en lugar de pasar por ese agujero que se había «tragado» a Clemente y compañía para seguir la ruta acordada, nos dio por crestear sobre las rocas desnudas y bajar hasta un valle recoleto, escondido en la umbría, donde tomamos el almuerzo.
Hasta ese momento habíamos dado ya vueltas y vueltas… El objetivo inicial empezaba a antojársenos lejos; de hecho asumimos que si lo hacíamos volveríamos de noche. ¡Imprescindible contar con linterna! ¿Quién no se ha traído el frontal? Y ahí empezaron las dudas…
Reemprendimos la marcha. Subimos, bajamos, fuimos hasta la pila de piedra, una especie de pilón bautismal esculpido en lo alto de una roca, en un paraje precioso, para avanzar luego hacia el Salto del Cabrero con la intención –todavía– de completar la ruta que con “tanto amor” había programado Isabel.
A estas alturas nuestro grupo había vuelto a perder la mitad de efectivos… En concreto, en ese momento sólo quedábamos siete. ¡Siete!
Como todo eran dudas, decidimos ir en busca del resto y rescatarlos de la obligación de cumplir con la ruta planteada por Isabel. Cuando les encontramos todos estuvimos de acuerdo que lo mejor era regresar hasta donde habíamos dejado los coches; llevábamos ya más de siete horas danzado sobre rocas y riscos y no era cuestión de obligarnos a andar por el monte de noche… La decisión que tomamos fue volver por el camino más corto.
¡Ya, ya, el camino más corto! Eso, en este club de seres libérrimos y ácratas no cuela. Así que mandamos a nuestro presidente honorífico, Fernando, 77 años, con su escudero, El Señor de los Bosques, por el carril del cortijo de Albarrán (aún a riesgo de que les recibieran a tiros o les atacasen los perros) y el resto acordamos abrir “nueva vía” subiendo campo a través por un monte a la derecha y luego faldear por una garganta hasta alcanzar un collado que nos condujo, a la postre, a la puerta-angarilla que cierra el círculo con el camino de partida, tal como se recoge en el track.
Efectivamente, el nuevo recorrido resultó estimulante y apuntado queda para nuevas hazañas. Y aunque la niebla, en la última hora de marcha, lo cubría todo ya, no fue impedimento para que, ya entre dos luces, llegásemos al punto de partida sin mayor novedad, sanos y salvos.
Si os mostrase lo andado que aparece en el track del ir y venir que mi grupo practicó este sábado, os volveríais locos con las vueltas que dimos. Pero, ¿eso qué importa? Fuimos felices porque la montaña es la mejor medicina. Y felices fueron todos los que luego contaron cenando en el comedor de El Cortijo (Algodonales) las hazañas vividas. También la luna se sumó a la fiesta y al regocijo del caos, que esa noche lució “llena” y hermosa, en todo su esplendor.
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Nota.- La foto de portada es de A. Barros
Querido, luna llena con eclipse parcial… como parcial ha sido el sendero recorrido!! Gracias por tus crónicas… lo cierto es que si… a pesar de todo lo pasamos bien.!!
Se te ha olvidado añadir, Joaquin, que esa noche hubo un eclipse parcial de luna… que los que nos demoramos en la carretera pudimos contemplar comprendiendo ahí todos los sucesos… 😉
Sois de traca! Enhorabuena al relator y al incontrolable grupo que, a pesar de todo, se mueve!