Él cree que no, pero en la vida todo deja huella. Y esa aguja que a hurtadillas le ha colocado el Marqués de Mio Cid en el sillón presidencial le deja, de momento, con el culo al aire y una chaza (*) en la nalga de tres pares de cojones; deseemos que no se le infecte. Más tarde le llegará hasta el tuétano y algún día, cuando quiera secarse la aguja oxidada de su gelatinoso trasero, se encontrará con que en la herida habita una colonia de gusanos de vox y el sursum corda chapoteando en litros de pus; y no habrá nada que hacer; y ya no tendrá salvación… Si es que ésta existe.
Porque los hombres como él, construidos a basa de material desechable, es decir, con materiales de derribo y obsoletos… –Un poco de franquismo por aquí, argamasa de la Transición por allá, algo de puterío juvenil al estilo machirulo, desprecio al esfuerzo y dolor de cabeza si alguien le habla de trabajo… Un revoltijo de retales, en resumen– Los hombres como él, dicen los expertos politólogos, pueden con todo y bailan como los derviches, dando vueltas sobre sí mismo, hasta que caen redondos de viejos y de ahí al crematorio.
Mírenle bien, porque no tiene aristas. Incluso en el gesto que hace al sentir la punzada en la nalga, es un gesto redondeado y pomposo, de niño más bien consentido.
Mas, ¡ojo!, no le resten importancia: estos son los hombres que triunfan. Son aquellos que a todo le ponen buena cara mientras palpan su magra billetera al tiempo que saludan como el Papa o el Rey porque todo el mundo conoce a su papá. Es esta subespecie humana la que se lleva la vida de calle y arrasa en la política; salvo contadas excepciones, claro. Que así lo atestigua la historia. Véase, si no, el elenco presidencial de los USA; allí esta subespecie abunda más que la de los bisontes que cazaba Búffalo Bill.
Sí, porque de sobra es sabido que cuando el político es un crisol de principios, cuando es audaz, cuando es fuerte y con carácter o encandila con su verbo y con su gracia… entonces, enseguida, se activa la conspiración en su entorno y empiezan las zancadillas. Pero cuando es de aspecto jabonoso, es decir, que le da todo igual, lo mismo ocho que ochenta, balbucea al hablar, carece de principios ideológicos… o si los tiene no se atreve o no es capaz de expresarlos… entonces, un enjambre de moscones golosos le jalea, le rodean los chupópteros y todos, juntos, le encumbran al altar del Olimpo, haciendo realidad, una vez más, el Principio de Peter.
Pues sí, ahí le tienen. ¡Todo un triunfador! He aquí el Hombre de moda y adalid de la Nueva Época triunfal. Aunque la palabra liderazgo no esté en su vocabulario; y la de compromiso, tampoco. A él le basta con solemnizar la lectura de unos folios en los que las letras de espuma solo sirven para transcribir ideas de niebla. Nada de nada mientras todo se disuelve. Solo la aguja permanece sólida y erguida. Ni siquiera en el evento de su entronización soltó algunos hurras ¡Hurra, hurra! ¡Un poco más de pasión, señor mío! Algo que aliente y encianda el corazón castellano. Pero nada. ¡Nada de nada! Solo esas maneras de monaguillo aspiránte a presbítero.
Y es que a la realidad la ve como más le conviene: como si fuera un convite, una fiesta con globos para que podamos jugar todos.
Sí, es cierto que cuando sale en las fotos, la impresión que nos da es de que podría sonar la flauta. El muñidor tiene presencia, no cabe duda. Pero cuando le quitan el traje o le pinchan, como le ha hecho su socio, el Marqués de Mío Cid, todo se reduce a una pompa de humo infecto que explota. Luego, cuando le invade el hedor, pone cara de ángel y sonríe agradecido.
“¡Ay, ay, que me estoy yendo! ¡Que se me escapa un pedo!”, concluye finalmente, al acomodarse en el asiento. (Pero con la aguja dentro)
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(*) Chaza. Según la lengua de Perniculás, mi abuela y mi madre empleaban este término para designar una “desgracia” menor. Por ejemplo: “¡Vaya chaza que te has hecho! ¿Pero dónde te has metido?”, me decía mi abuela si aparecía por casa con un siete en la pernera del pantalón y varios rasguños. O “¡Anda, que menuda chaza tienes! ¡¿Pero quién te lo ha hecho?!”, sentenciaba mi madre cuando volvía a casa llorando con la rodilla en carne viva o sangrando con una pitera.
Pitera: dícese de la brecha en la cabeza provocada por un palo o una pedrada.
Preciso retrato de la persona que llega a la política sin principios, sin compromiso y si ética. Un daguerrotipo aplicable a un porcentaje muy alto de los políticos españoles, sobre todos a esos que presumen de demócratas y de liberales, aunque lamentablemente también entran es esta descripción políticos de la izquierda.
Muy agudo Joaquín… como siempre que te metes en política