Después de un paciente ejercicio de documentación, leer y escuchar opiniones de todo tipo de comentaristas y politólogos, todo apunta a que Vladímir Vladímirovich Putin ha manoseado la historia a su antojo y, durante dos décadas al menos, a medio planeta; muy especialmente, a los dirigentes del llamado Primer Mundo.
Hasta tal punto ha sido hábil en su práctica de onanismo exhibicionista, que, disfrazado de comunista (o vete tú a saber de qué) los últimos años se los ha pasado haciendo manitas con los que, en teoría, deberían ser sus enemigos al liderar países democráticos. Sin embargo, dejando de un lado su affaire con los líderes europeos demócratas, con quien hace ya tiempo que está a partir un piñón es con la extrema derecha mundial. Esa derecha que exhibe el baboso morreo del líder ruso con Donald Trump o disculpa el idilio con el medieval caballista Abascal mientras adora por debajo de la mesa a la oscura Marion Le Pen. Y, a todo esto, al vendedor de tornillos… que es lo que parece Matteo Salvini, no le quita ojo, mientras… ¡ya es el colmo!, al encargado del garito de de apuestas brasileño, un tal Jair Bolsonaro, le mete mano con ademanes corteses sin cortarse un pelo.
Se ve que Vladímirovich siempre aprovechó bien el tiempo; veinte años copando el poder en la “madre” Rusia lo acreditan. Después de que en Dresde –cuando estuvo a punto de ser asaltado en la sede de la KGB por un grupo de manifestantes– “su Rusia” le dejara con el culo al aire, cuentan los que le conocen, que ese día se juramentó para dedicar sus esfuerzos y vida a la salvación o restitución de la grandeza del alma rusa y, por ende, del Imperio. Un Imperio –el que él imaginaba– que soñaba cada noche y que tenía, mezclando eclecticismos diversos, componentes medievales, mesiánicos, comunistas, fascistas y hasta el alocado liberalismo económico de Trump… En esto es en lo que ha empleado las últimas décadas.
Accidentalmente fue taxista, tras pasar por la KGB. Y quizá fue en ese tiempo sin límite y sin horario cuando pensó en los muchos beneficios que podría reportarle convertirse en masturbador de Occidente. Insisto, veinte años dándole por ahí a la vieja Europa y a todos sus gobernantes sin distinción, que han practicado el compadreo con él complacidos, lo acreditan. Veinte años atrancado en una relación de amor / odio con la OTAN, o manteniendo frecuentes cuchicheos en reservados exclusivos con los sucesivos presidentes de Francia bajo lámparas de araña relucientes, mientras degustaban, ensimismados, bocaditos de caviar regados con el dorado elixir del champán. Veinte años de “amistad peligrosa” con el Reino Unido, con la City para ser más exactos, desde donde, con sabiduría de tarántula, algunos oligarcas rusos fueron regando de dinero el fútbol inglés, al que han considerado siempre un magnífico escaparate para futuras glorias imperiales (rusas) como ahora Putin se empeña en demostrar y de otras hazañas, estas inconfesables, de los gobernantes ingleses. Veinte años a partir un piñón con Alemania… ¡Sí señor! “Yo te doy gas y tú a mí lo mejor de tu industria manufacturera”. En definitiva, veinte años de un hermoso y aseado Putin manteniendo un noviazgo interruptus con Europa, con promesas de boda a la vista… Promesas que nunca acababan de hacerse realidad, frustradas cualquier tarde de domingo tras el paseo anodino por la plaza del pueblo, y un amanecer tormentoso el del lunes, cuando el presidente ruso aparecía ojeroso enumerando caprichos y desplantes por los tejemanejes que se traían los EE UU con la ampliación de la OTAN a países con los que Rusia comparte frontera o por un quítame de ahí esos gaseoductos que no me interesan. Veinte años de amor, sí, de amor embobado, para llegar a los actuales desgarros. ¡La guerra!
Lo curioso es que, de alguna forma, Europa intuía lo que iba a suceder. Se sabía en Gran Bretaña, en Francia, en Alemania… Todos sabían, a estas alturas, que con Putin el amor no podía florecer ni sería para siempre; todos intuían que en cualquier momento el ruso podría traicionarles… La obsesiva fantasía de “sanar” el alma rusa y devolverle la grander que tuvo antaño, le delataban. Pero nadie hizo caso al diagnóstico y en la Unión Europea creyeron (por poner un genérico) que con buenas palabras y lujos podrían seducirlo y con ello atraer a la Rusia de siempre (o a la imaginada) al redil europeo.
Muy mal lo debe haber hecho Europa en estas dos décadas de puterío que llevamos del siglo XXI porque Putin se queja, prácticamente a diario, de que le han ningunea hasta hartarse y por eso, dice enojado, ha invadido Ucrania. Pero muy loco debe de estar, mantienen los europeos, si piensa que montar un pollo de tal magnitud le va a permitir salirse con la suya, cuando lo correcto, insisten en Europa, es superar el enésimo enfado mutuo y volver a yacer dulcemente, juntos, en la camota Unión Europea-Rusia, como han venido practicando en los últimos años.
Pero, parece ser que lo nuestro con Rusia, piensa Occidente, es un amor imposible y cuando Europa ha querido darse cuenta, Putin, ya ciego de furia y rencor, ha apretado el botón de la guerra. El de la guerra convencional por ahora, pero vete tú a saber hasta donde está dispuesto a llegar. Porque cuando hay sentimientos heridos por medio y el alma se alimenta de despecho, la cosa puede complicarse más y más.
Es verdad que a los europeos nos conviene enredarnos con Rusia para hacer frente a China y, de paso, darle un toque de atención a los EE UU. Pero, por ahora, todo nos está saliendo mal. Rusia se ha llevado al huerto a los chinos y EE UU nos ha montado una avispero a la puerta de casa del que él anda lejos y, al menos de momento, está saliendo mejor parado que nosotros. Y encima sigue atizándolo el fuego…
He tirando del hilo de Vladímir Putin para poder ofrecerle, a quien llegue hasta aquí, retazos de un texto, escrito hace once años, que me ha perturbado, provocándome asombro. El texto es de Emmanuel Carrère, ganador del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2021. Casi al final de su novela Limónov (1), Carrère dedica dos páginas y media al actual presidente de Rusia. Las escribió hace once años ¡once años! pero son premonitorias. Y al leer esos párrafos se me ocurre pensar que si los líderes europeos hubiesen leído y reflexionado sobre lo que ahí se dice, probablemente hubiesen tomado medidas precautorias para impedir lo que ahora está ocurriendo en Ucrania, y quien sabe si no se extenderá a toda Europa.
Pienso mucho en Putin al terminar este libro… [Escribe el autor francés] (…) Para la campaña electoral de 2000, publicaron un libro de entrevistas con Putin titulado “En primera persona” (…) Dicen que habla el lenguaje estereotipado de los políticos: no es cierto. Hace lo que dice, dice lo que hace, cuando miente lo hace con un descaro que no engaña a nadie. Si uno repasa su vida… (…) Padre suboficial y madre ama de casa, un montón de gente hacinada en una habitación de kommunalka. Niño enclenque y arisco, Putin creció en un entorno de culto a la patria, a la Gran Guerra Patriótica, al KGB y al miedo que inspira a los cojones blandos de Occidente. De adolescente fue, según sus propias palabras, un pequeño maleante. Lo que le impidió convertirse en un golfo fue el judo, al que se entregó con tal intensidad que sus camaradas se acuerdan de los chillidos feroces que salían del gimnasio donde se entrenaba solo los domingos. (…) Desconfió de la perestroika, aborreció que unos masoquistas se rasgaran las vestiduras por el gulag y los crímenes de Stalin, y no solo vivió el fin del imperio como la catástrofe más grande del siglo XX, sino que todavía hoy lo afirma sin rodeos. En el caos de los primeros años noventa estaba en el bando de los perdedores, los engañados, y se vio obligado a conducir un taxi. Llegado al poder, le gusta que lo fotografíen con el torso denudo, musculoso, en pantalón de faena, con un puñal de comando en el cinto. Al igual que Eduard [el protagonista de la novela] es frío y astuto, sabe que el hombre es un lobo para el hombre, solo cree en el derecho del más fuerte, en el relativismo absoluto de los valores, y prefiere inspirar miedo que sentirlo. (…) Desprecia a los lloricas que consideran sagrada la vida humana. Ya puede la tripulación del submarino Kursk tardar ocho días en morir de asfixia en el fondo del mar de Barents, ya pueden las fuerzas especiales rusas gasear a ciento cincuenta rehenes en el Teatro Dubrovka y masacrar a trescientos cincuenta niños en la escuela de Beslán: Vladimir Vladímirovich comunica al pueblo noticias de su perra, que ha tenido cachorros. la camada está bien, se alimenta bien: hay que ver el lado bueno de las cosas. (…) Es el amo. (…) Cuando Europa le provoca al reconocer la independencia de Kosovo, declara: “Como quieran, pero entonces Osetia del Sur y Abjasia también van a ser independientes, vamos a enviar carros a Georgia y si no nos hablan educadamente vamos a cortarle el grifo del gas”.
(…) Pienso que Putin [Continua Emmanuel Carrère] es un hombre de estado de gran talla y que su popularidad no solo se debe a que la gente está descerebrada por los medios de comunicación a sus órdenes. Hay algo más: Putin repite en todos los tonos algo que los rusos tienen una necesidad absoluta de oír y que puede resumirse así: “No tenemos derecho a decir a ciento cincuenta millones de personas que setenta años de su vida, de la vida de sus padres y de sus abuelos, que aquello en lo que creyeron, por lo que e sacrificaron, el aire mismo que respiraban, que todo eso es una mierda. El comunismo ha hecho cosas horribles, de acuerdo, pero no era lo mismo que el nazismo. Esta equivalencia que los intelectuales occidentales exponen hoy como obvia es una ignominia.”
Estas son algunas de las pinceladas que, 11 años atrás, nos dejó el autor francés Emmanuel Carrère sobre Vladímir Vladímirovich Putin, al que ahora gran parte de la humanidad considera el peligro público número uno. Ahora, inmersos en medio de una guerra en la que cada día que pasa se obstruye más la salida, las palabras de Carrère invitan a pensar.
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(1) Limónov, de Emmanuel Carrère. Editorial Anagrama. Primera edición, 2013. Decimoctava edición, 2021.
Querido Joaquin, estupendo como siempre. No recirdaba el párrafo de Limonov que citas pero en estos días he pensado mucho en esa novela por la dureza de la realidad cotodiana que retrata. Mucho tenemos que enmendar los europeos y ojalá que sea a tiempo
Magnifico análisis Joaquín. Pero que tristeza!!