Pero el futuro no existe, ya lo dijo el emperador Marco Aurelio.
Ando estos días caminando sobre el perfil que dibuja un posible precipicio: del hospital a casa y de casa al hospital.
Es la vida, me digo. Y todo lo que en ella ocurra forma parte del viaje, añado.
Así que me esfuerzo para mantener limpia la mente, un buen tono físico, alimentarme sano; sonreír siempre, incluso cuando hablo con los amigos del dolor que puede atenazarnos.
No me parece tan complicado entender esto. Y si lo entiendo me llega la paz.
Uno no puede hacer gran cosa salvo estar ahí, sereno, dispuesto, diligente…
Pero nada más.
Y, sin embargo, son muchas las voces y gritos que no aportan nada, muchos los juegos malabares con palabras que solo saben hablar de futuro (de ese futuro que no existe, se dijo), mucha la angustia que ellos tienen y que a ti solo te provoca fatiga porque son sus problemas, no los tuyos.
Porque tú, tranquilo como el pájaro que eligió hacer el nido en medio del estruendo de la catarata, vas y vienes todos los días, entregado y sereno, a enfrentarte a la realidad del viaje que ahora toca realizar.
Es el viaje, insisto; no pasa nada.
Vivir es viajar… Viajar hasta que el azar o quien sea te avisen de que has llegado al destino. Pero, mientras tanto, nunca se sabe, puede que aún quede tiempo de ir al Perito Moreno o Nueva Zelanda, por ejemplo, nuestro próximo proyecto.