Los resultados electorales del 10 de noviembre de 2019 invitan a una reflexión que va más allá de los números y su análisis; independientemente, también, de que PSOE y UP hayan llegado a un acuerdo “exprés” para formar gobierno.
Pienso que ha llegado el momento de centrar el análisis en el campo de las emociones e indagar en el comportamiento de unos y de otros para explicar, primero y en lo posible, estos resultados y, segundo, con qué pautas ha de abordarse el futuro y con qué garantías. Porque, ¿errores?, seguro que cada partido está analizando ya los suyos…
Sin embargo, ahí andan dándole vueltas, todos, a lo mismo… ¡A los números! Como si los números no fueran una mera ecuación, consecuencia del manejo que líderes, partidos y candidatos han hecho del mapa de las emociones; es decir, del mapa de una España atrapada, cada día más con más virulencia, en el horno candente en el que pertenencias, apegos, sentimientos, filias y fobias se cocinan con pasión.
Mientras el PSOE se mira el ombligo, UP sueña con Jauja
El PSOE, por ejemplo, se preguntará por qué ha perdido tres diputados cuando estaba convencido de que la convocatoria electoral le daría un respaldo mayor; este partido daba por hecho que no pocos electores moderados o de izquierdas, hartos de tanta inestabilidad, le apoyarían ya que anhelaban (supuso) que la calma volviera a política. Pero se equivocó; y ni siquiera dudó de que el nudo gordiano catalán (pura emoción) o el hartazgo del “pueblo” ante su “calculada actuación” en las negociaciones mantenidas con Unidas Podemos, iba a dejar “fríos” a muchos votantes que en otras circunstancias sí lo hubiesen apoyado. El ser humano es poco pragmático. Y la libertad de pensamiento escasea; al contrario, abunda la visceralidad; antes que el cerebro, nos gobierna el ombligo.
Hoy, al PSOE, todavía, le cuesta aceptar que ha perdido la patente que tenía en los años gloriosos de la socialdemocracia. Han sido demasiadas renuncias en perjuicio de los más débiles mientras afloraban, cada día con más detalles, los privilegios de una casta política en la que, también, los socialistas se habían instalado. “Ya de socialistas tiene poco”, se oye por ahí. De modo que, efectivamente, ese órdago a la grande, que Pedro Sánchez echó convocando elecciones, ha concluido en fiasco.
Y otro tanto podría decirse de UP. Porque cuando Pablo Iglesias se pone “estupendo”, Pedro Sánchez le responde como si fuera un disco rayado; y así no hay manera de entenderse. A Iglesias le sobran fantasías políticas, seguramente; no porque no tenga razón en lo que dice, no, sino porque en el espacio real en el que España compite y con los vientos que soplan, se antojan irrealizables. A estas alturas ya debería haberse enterado de que una gran mayoría de españoles no encajan en la España de sus sueños “revolucionarios” ni quieren más líos. Que UP colabore, incida, exija o se esfuerce… para que haya mejoras sociales, sí; pero nada de ponerlo todo patas arriba. De modo que tenemos a Pedro y a Pablo perdidos, otra vez, en medio de la cacharrería emocional de un país al que, tengo la impresión, ninguno de los dos acaba de entender. Porque, si lo entendiesen, la mejor respuesta a su fracaso el 10 N hubiera sido su dimisión. Pero ya ven, no solo no dimiten sino que se dan el abrazo del oso dispuestos a seguir arañándose, seguramente, los próximos años.
Es verdad que la encrucijada en la que el conflicto catalán les ha situado no se lo ha puesto fácil, pero seguro que hay fórmulas para resolver la ecuación. Si ellos no las han encontrado, es que no sirven; y lo mejor es que vengan otros con nuevas ideas a intentarlo.
Ciudadanos, el narciso naranja
Y de Ciudadanos, ¿qué puede decirse? Pocos partidos del parlamentarismo moderno lo han tenido tan fácil para consolidar un proyecto político y, sin embargo, en cuatro días, han dilapidado ese capital. Ciudadanos venía, se dijo, para impulsar un país devorado por la corrupción, atrapado entre prebendas y privilegios autonómicos, enredado en un mar de fondo en el que los herederos de una “cruzada” que tuvo lugar hace ochenta años todavía mangonean a su antojo.
Sin embargo, el que parecía haber hallado una vía nueva para reconvertir la España más rancia en un país moderno, la ha pifiado y ha convertido en erial el territorio emocional que estaba llamado a gestionar; un territorio que era rico en propuestas de equilibrio, que deseaba colaborar; un territorio que reunía a miles de personas dispuestas al pacto y la conciliación. Todo esto parecía ser la esencia de Ciudadanos pero, sin que se sepa por qué exactamente, a su líder, Albert Rivera, se le nubló la mente y empezó a querer sustituir al PP para salvar a España de las hordas separatistas, comunistas, etcétera. Igual que lo intenta a diario, ¡todos los días! el PP.
Sería interesante conocer al gurú que le inoculó a Albert Rivera este patriotismo visceral, hasta llegar a creer que solo él sería capaz de acabar con los males de los españoles. ¡Con lo que prometía este chico!, claman ahora sus ex-seguidores. En fin, de ser el primer adalid de una España… de derechas, sí, pero más civilizada y moderna, de ser la esperanza de esas clases medias que no querían líos ni barullos; de erigirse en representante de los que se dicen “de centro”, pasó a ser un narciso impenitente, un talibán desnortado de la política… De postularse para ser el representante del espíritu de la modernidad europea en España, Albert Rivera pasó a subirse al caballo del Cid (¡oh, qué ironía!) dispuesto a acabar con todo lo que se le resistiera, incluidos los socialistas.
Vox y PP, un matrimonio a la greña
De estos polvos –de los errores de PSOE, PP y Cs– vienen muchos de los lodos que gestiona ahora Vox. En un país donde parece que todavía no ha terminado la guerra, con banderas por doquier, utilizadas como si fueran fusiles apuntando al contrario, tirando de testosterona, de corridas de toros y de escopetas de caza, sacando a don Pelayo del armario y a la Santina de su cueva, la España más rancia ha aflorado; y lo triste es que cuando oyes hablar a los voxitas… hasta parecen coherentes.
Si el PP no se aclara –Ciudadanos se ha visto ya que no–, ¿cómo se le explica a la gente que España necesita modernidad, bienestar, acabar con la corrupción… y no a Vox, que lo único que desea es atenazar al país con el miedo e imponer sus consignas totalitarias? Los animalitos, es sabido, cuando se asustan se encrespan, reculan hacia la madriguera y enseñan los dientes. Y esto es lo que parece que ha ocurrido en España en esta convocatoria electoral del pasado 10 de Noviembre. Guiados por unos voceros sin escrúpulos, prometiendo lo que les es imposible cumplir, salvo que lo hagan con violencia; asegurando beneficios inalcanzables o prometiendo medidas que hoy por hoy se antojan inviables, tales como acabar con la emigración, abolir la ley del derecho al aborto, reducir a la mujer a mero florero, justificar la violencia de género y tantas otras barbaridades, se han llevado al huerto a un pueblo crédulo… ¡Y, mientras tanto, el PP mirando para otro lado!
Si España no desea volver al pozo medieval (¡reserva espiritual de Europa y otras tonterías!) el PP deberá cambiar de discurso y hacer pedagogía; explicarle a esa media España que está dispuesta a seguirles que para promover políticas de derechas no hace falta envolverse en banderas, ni empuñar espadas. Y es que, mientras los populares no cambien de registro, España seguirá inmersa en una guerra larvada que dura demasiados años ya. El Partido Popular debe asumir que ser de derechas no obliga a atrincherarse. Sin duda, ha de modernizar su discurso, insisto, colaborar en la gestión de una sociedad trasversal y plural, que se siente europea, y olvidarse de esa obsesión por ser el “guardián” de valores eternos y gestas imperiales. El PP debería, de una vez por todas, integrarse en esa Europa racional, sensata, que tiene una ideología y una práctica política de derechas, sí, pero eliminado de su ideario la actitud fundamentalista que en España mantiene.
Olvídese usted, Pablo Casado, de ese “nosotros o el caos” y sea constructivo, interprete correctamente el mapa emocional que le corresponde gestionar (que es mucho y complejo) y haga pedagogía entre los suyos, porque si no, ya sabe cómo se las gasta Vox. Y España no se merece ir para atrás; porque, afortunadamente, la guerra ha terminado. ¿O no lo creen ustedes así en el PP?
No sé qué me ha gustado más, si el relato sosegado, realista, inteligente o las ilustraciones. Estupendas reflexiones. Si nuestros popes disfrutaran de la mitad de este talento, España sería Alemania.