De todos es sabido que hay un tipo de moscas, las que vulgarmente se conocen como cojoneras, que en cuanto barruntan algo de humedad, ya sea en el belfo de un caballo, ya en el morro de una res o en el lagrimal de un humano, allá van a lamer, picotear o chupar como un vampiro, sin que haya rabo, oreja, movimiento de cabeza o abanico capaz de quitárselas de encima. Ayer fue uno de esos días… Menos mal que al final, no sé si el calor o el destino, terminó librándonos de ellas.
Por lo demás, los 9 correcaminos que acudimos a la cita nos dimos una buena jupa, que diría mi madre, o sea, pateamos andurriales, –piedras arriba y abajo, durante siete horas– para cerrar un círculo… con gran placer, después de haber sudado lo inimaginable, alrededor de las seis de la tarde en las inmediaciones de Benaocaz.
Como siempre, el ritual de este grupo de entusiastas montañeros se repitió con la precisión de un reloj suizo: cita a las 8,45 horas, salida a las 9 en punto y desayuno opíparo en la venta de Las Piedras para los que se levantan corriendo, sin tiempo de tomar un tentempié en su casa o, sencillamente, porque disfrutan degustando los manjares que ofrecen los mil y un templos gastronómicos de este tipo que hay repartidos por todos los caminos que surcan Andalucía.
Ya en el punto de destino observamos que el día prometía achicharrarnos. ¡Ni una nube en el horizonte! Y el terreno más seco que una mojama olvidada al sol. Como dice Antonio Barros, Grazalema necesita otra vez agua; suplica que llueva.
Primero nos acercamos al Ojo del Moro, un agujero en la roca caliza con reminiscencias medievales donde, seguro, en algún tiempo remoto había un punto de observación y hoy tiene toda la pinta de ser un albergue de cabras. Luego, dejando a nuestra espalada Benaocaz, remontamos hasta las planicies de Sierra Alta, buscando el Salto del Cabrero, precipicio asombroso por los cortados que presenta –como si alguien, obcecado, hubiese tirado de serrucho para cincelar la verticalidad de la roca– y que según el amigo Fernando, presidente de este club de impenitentes montañeros, fueron los chinos, aburridos como estaban, los que en una visita relámpago a Andalucía en tiempos de Maricastaña, descubrieron la belleza del lugar y con imaginación y destreza arrancaron las piedras que faltan en el Salto del Cabrero y se las llevaron a China para construir la Muralla… en un exceso de imaginación de los chinos, por supuesto, y de nuestro ínclito presidente, está claro.
Por el camino encontramos algún que otro grupo aventurero que también buscaba el Salto… Nos agrada a los correkas que haya gente que salga a descubrir la gran belleza de la Sierra de Grazalema. Subimos, bajamos, volvimos a subir y al final penetramos en el corazón de ese cañón, desde el que emprendimos el descenso hasta el nacimiento del rió Hondón, donde celebramos el almuerzo, regado con agua fresca, acunando la fatiga a posteriori con una buena siesta.
Pero hasta llegar aquí, al sosiego de la siesta, tuvimos que reptar, literalmente, para salvar unos bardales que cada año que pasa se hace más difícil atravesarlos. Cierto es que consideramos este evento de la excursión celebrada puro entrenamiento por si algún día nos llamasen a filas… aunque ya no tengamos edad para ello. Aunque, cierto es, tal es el caos que vive el mundo que ¿quién sabe?
Durante el almuerzo nos acompañó un gato anónimo que apareció por allí y que se entretuvo enredando con Fabi, el perro de Aurelio, del que he de decir que se porta estupendamente. Ni ladra siquiera el animalito… Aunque yo creo que el silencio que mantiene es porque llega a un punto que se harta de nosotros y de subir y bajar piedras.
Recuperados de la fatiga y agradecidos al manantial del río Hondón por habernos refrescado el cuerpo y el espíritu, además de arrullado el descanso con sus aguas cristalinas canturreando entre los rollos, emprendimos la vuelta a Benaocaz.
Remontamos el valle, salvamos praderas y alambradas (¡que manía de encerrar siempre los campos!), nos entretuvimos hablando con algunas vacas que, sorprendida, nos miraban como si fuésemos extraterrestres. (Las pobres, están tan flaquitas…; y es que no tienen ni una brizna que llevase a la boca, tal es la sequía que impera por allí) Y finalmente alcanzamos otra vez ese collado en el que han situado el Mirador del Moro desde el que se alcanza a ver medio mundo, exagerando un poco… Para llegar, finalmente, al lugar de partida después de pasar sobre el punte medieval, de piedra, con un solo ojo; un puente que según lo pasas te susurra las historias de seis, siete… quizás de una docena de siglos.
Grazalema y los pinsapos, Los alcornocales…..los tengo apuntados en mi memoria cercana y ojalá pueda patearlos con ese grupo de correkas
👍👍👌👌