Hoy, 30 de septiembre. Domingo, 13,30 horas. Un sol de justicia, 32 grados más o menos. Arde la ciudad.
Estoy escribiendo un artículo sobre las montañas de basura en las que chapotea nuestro país y me llega el retumbar de tambores, trompetas, trombones; tachán, tachán, tachán…
Me asomo a la ventana y descubro a un grupo de hombres embutidos en trajes de corte impecable, de ceremonia, hablando amigablemente entre ellos, ajenos al cortejo que viene detrás; parece… Como si vinieran de una reunión de la mafia; portan insignias, pulseras, relojes de oro; prendedores de corbata con piedra que luce como si fuera un diamante; reliquias colgadas del cuello… Les acompañan varios guardias civiles con uniforme de gala, enguantados de blanco; también individuos con extraño vestuario medieval, con una parafernalia ornamental que solo de verlos se arranca a sudar… (Creo que son curas). Delante, adolescentes y jóvenes atrapados en trajes que hace ya tiempo que se les quedaron pequeños que, despistados, caminan portando estandartes, incensarios, cirios y palios; niñas repollo con vestidos de los años 60; mamás que miran y le dan a beber agua a los retoños.
Hay también hombres fornidos, en camiseta, tatuados algunos, coronados de un lienzo que es el sello que les distingue como mozos de carga; son personas trabajadoras que prestan su fuerza a los hombres trajeados de la mafia, supongo.
No falta nada ni nadie.
Mientras tanto, los guiris llegan arrastrando maletas… Las sueltan y se ponen a hacer fotos. Se frotan los ojos y miran a ese templete barroco y dorado en el que se cimbrea una estatua. ¿En donde estamos?, parecen preguntarse. La gente les sonríe y algunos adoptan posturas para salir elegantes y más guapos. Alguien de los que emulan al medievo apremia a los que van por delante, pero un señor trajeado con vara de mando le dice que espere. Que espere.
La orquesta sigue tocando: tachán, tachán, tachán. La polícía municipal ha cortado el tráfico.
Es mediodía, domingo, centro de Sevilla.
Una ambulancia activa sus luces de urgencia; viene a recoger a un enfermo. ¿Por dónde paso?, le pregunta el conductor al enfermero que hoy le acompaña. Un ciudadano, que paga sus impuestos, llega de un largo viaje cansado y con ganas de entrar en su casa, pero le toca esperar o darse la vuelta. Un profesional va a su trabajo y casi es seguro que también llegará tarde. La madre que abraza al bebé porque lo observa indispuesto, ha llamado por teléfono y no puede llegar nadie a su casa, abre el portal y sale corriendo en busca de un taxi…
Año 2018… ¡Sevilla!
Y, a todo esto, la humanidad pensando en llegar en un cohete hasta el cielo, quiero decir, a Marte.
Mientras tanto, el tachán, tachán, tachán… va alejándose.
Los trajes son los mismos ,la luna ,la misma ,yo no.
Solo el tiempo no para,joder.