El sábado, 3 de febrero, la excursión a la Sierra de la Silla resultó ser un entrañable juego de equilibrios. Convivencia y diversión. En la cumbre, mientras Marta le hace fotos al grupo, este, a su vez, la fotografía. Nada altera esa armonía que esta piña de amigas y amigos celebra en lo más alto. Antes (y también después) cada uno ha ido e irá a su bola. O como puede. O siguiendo los pasos de alguien, que, piensa, es la mejor referencia para no perderse.
No hay pastor que valga ni quien guíe a esta bandada de anarcomontañeros. Imposible. Un claro ejemplo, fue la experiencia vivida al alcanzar el último collado, antes de hacer cumbre.
Aurelio, Herri, Luís… subieron como cohetes sin darse un respiro, mientras Antonio, Alfonso, Manolo y varios más optamos por “hacer una excursión” al Adrión, primero, y luego regresar para, con calma, subir a lo alto de la Silla. En medio, el resto del grupo que llegaba por el flanco sur…
Por el collado iban y venían los que volvían a subir, los que bajaban o los que se asentaban en la ladera para empezar a comer. Y allí sí, todos a una compartimos el tiempo de manduca que duró lo que dura el ejercicio culinario que Manolo, alegre y ocurrente siempre, practica para calentar el potaje (o lo que sea) en el camping-gas que heredara de alguna extravagante pitonisa.
Pero, como corresponde a aves que se precien, algunos enseguida levantamos el vuelo para buscar un refugio, un campo verde, horizontal y protegido de los vientos, en el que echarnos la siesta. Y nadie se inmutó por ello, ni los que se quedaron pidieron explicación por el abandono a los que partían, ni los que se fueron la dieron.
Tras el sesteo, que no duró tanto como hubieran deseado algunos… volvió el grupo a reunirse en un encuentro festivo, para disgregarse, poco después, en la bajada hacia el camping de Tavizna, donde habíamos dejado los coches. Algunas chicas (más Bernabé y un servidor) optamos por la comodidad del sendero trazado; otros, los que incontenibles y siempre tentados por esa atracción que tiene la montaña, invitando a explorar sus entrañas más allá de lo conocido, eligieron bajar en línea recta, en dirección al embalse de los Hurones.
Lo importante es que todos gozamos del bosque de quejigos, exuberante y dorado al atardecer. La luz se filtraba por el espeso ramaje y un juego de luminarias, asombroso, nos prometía un final feliz.
Efectivamente, al final, otra vez todos juntos, comenzó el tiempo de contarse las historias. El juego de equilibrios, un día más, había sido perfecto.
Fantástica , si señor.
Qué fotos tan bonitas Joaquín
Buen artículo. Gracias por compartir.
magnificas fotos,casi mas bonitas que la realidad