Los ojos del burro denotan paciencia; comprensión; son, de verdad, los que al fin me cautivan. “¿Qué pinto yo aquí, en este secarral, tirando de un extraño artilugio en una vía muerta desde hace más de un cuarto de siglo?”, parece preguntarse el noble animal, mientras espanta a las moscas abriendo y cerrando los ojos, moviendo las orejas. Y sin embargo la causa es tan justa…, tan necesario defenderla, que Luno no rechista. Luno cede a los requerimientos del amo y recula hasta encajarse en las varas que el dueño, hábilmente, ha acoplado al volquete para que burro y vehículo “circulen” por esa vía muerta de tren…
“Las ruedas las conseguí en una mina abandonada en León”, comenta Jesús del Arco, Chuchi, que ha tenido que esperar 32 años para ver circular otra vez un “vagón”… inventado, en este caso, por él. Los oxidados raíles chirrían al paso del convoy y los presentes jalean y celebran su invento.
El ferrocarril que une La Fuente de San Esteban (Salamanca) con Barça de Alba (Portugal) reúne elementos de ingeniería de primera: puentes y viaductos de hierro imitando a los diseños de Eiffel… Y una espiral que, en los 16 kilómetros últimos, salva un desnivel (Los Arribes del Duero) de más de 300 metros, con 20 túneles y 13 viaductos. Los 77,5 kilómetros de este recorrido fueron declarados por el Gobierno español monumento BIC (Bien de Interés Cultural) el 24 de noviembre del año 2000. Pero eso fue todo. Porque, a partir de ahí, lo espectacular del paisaje, los riscos y precipicios que sortea la vía, la exuberante naturaleza que cruza o la belleza de los pueblos por los que pasa, no han sido suficientes para promover su conservación, aunque fuese como una “vía verde” en la que las personas, a pie, en bicicleta… o en burro, disfrutasen de este regalo de la naturaleza. El Burrotrén de Jesús es el penúltimo intento para que la vía férrea resucite; o al menos no acabe enterrada del todo bajo la maleza. O saqueada. De ella la gente se ha ido llevado sillares y estructuras de andenes y estaciones, la piedra de sus muros, las traviesas, los postes del teléfono…
Un vagón reversible
El pasaje está listo. Una decena de amigos, entre los que destacan las niñas y niños que celebran con jolgorio el viaje, se ha acomodado en las banquetas dispuestas por Jesús en lo alto del remolque. “¡Atención, se inaugura el invento!” “¡Paso al Burrotrén!”, jalea el centenar de personas que ha acudido a la convocatoria de la inauguración. Y Luno, ante la mirada impasible de Rubio, Mono, Rucio, Solo y Oreja, la “cuadrilla” de asnos que participarán también de la fiesta, turnándose para arrastrar el vagón, emprende la marcha sobre las traviesas podridas, los guijarros y los restos de maleza que aún persiste, pese a la limpieza a conciencia que ha hecho Jesús de un par de kilómetros. Allá va el pollino tirando del invento, reivindicando la vida en una tierra que agoniza surcada por una vía muerta. “Lo bueno que tiene mi tren”, explica el bogajense, “es que cuando lo saco de la vía puede circular por cualquier otra parte con sus ruedas de goma. El mío es un tren reversible”.
El acontecimiento tiene lugar en Bogajo (Salamanca); un pueblo olvidado como tantos otros, “perdido” en esta región salmantina que abarca El Abadengo, Campo de Vitigudino y Campo del Yeltes. Pueblos varados en el tiempo, ensimismados con su negro destino; pueblos que han aprendido a vivir aceptando que el Poder les ignore, mientras la gente se muere de vieja, sin un una generación que la releve. Como este ferrocarril, que, aunque no tenga futuro como medio de transporte, lo tiene, ¡seguro!, a poca voluntad que se ponga, como vía que vertebra la región, con el valor añadido, además, de que une a dos países. También puede ser una fuente de salud. Sí, de salud. Porque, a la riqueza medioambiental que atesora esta comarca de montes y ríos, atravesada por el viejo camino de hierro, ahora intransitable, pero recuperable si se quiere, se podría fácilmente sacarle partido. Una riqueza que, sin embargo, la empresa australiana de minería Berkeley está dispuesta a destruir abriendo una mina de uranio a cielo abierto en la comarca, violando la normativa europea que protege los ríos y riberas de la región, llevándose por delante la flora y al fauna, el agua y el aire, además de envenenar la convivencia entre las familias que aún quedan, dividiéndolas, comprando su voluntad y su vida con dinero, ofreciéndoles sueños.
De bailarín a hacer queso
La tarde se muere. El sol, como si quisiera retrasar su partida, regala sus últimos rayos de luz líquida a los entusiastas viajeros y a Rucio, el pollino al que le ha tocado cerrar la jornada inaugural. Rucio regresa a buen paso tirando del volquete cargado de amigos que celebran eufóricos el acontecimiento. “Los dos kilómetros que ha limpiado Jesús le han devuelto la vida a esta vía muerta; esperemos que sean suficientes para llamar la atención de las autoridades, además de dejar bien claro qué queremos”, comentan algunos. “Llevo 32 años soñando con la resurrección de la vía…”, resume el inventor del Burrotrén. “A ver si es verdad…”, se oye en un eco. “A ver si es verdad y este sueño, como otros de Jesús, se hace realidad”, escucho a mi espalda.
Los muros derruidos de la vieja estación de Bogajo, el hangar semienterrado entre zarzas, las retamas y carrascas de dos metros, las plantas silvestres acumuladas en 30 años de abandono, las viejas encinas y robles… Todo contribuye a conformar ese cuadro realista, sin marco, que se pierde en el horizonte, y que parece estar ahí para denunciar el olvido. Un cuadro triste –a pesar de la fiesta que hoy se celebra en Bogajo– que invita a la desesperación.
Mas para evitarlo está el gran Chuchi. Jesús del Arco y sus sueños; 54 años de vida y de lucha. Él, que fuera pionero en la reivindicación de su tierra; que fundara, junto a un grupo de amigos, en los años 70, Alborada Charra, grupo importante en su época, recopilador e impulsor del folclore salmantino; él, que con poco más de 20 años decidió abandonar Salamanca para instalarse en su pueblo y dedicarse a criar ovejas; que luego, junto a su mujer, Sara Hernández, terminaría “inventándose” una quesería artesanal de gran éxito, con premios internacionales, como la medalla de bronce obtenida en 2012 en el certamen más importante de quesos del mundo, el World Cheese Awards, celebrado en Birminghan (Inglaterra), en el que participan cada año más de 3.000 productores de 30 países.
Él, Jesús del Arco, que conserva aún la fuerza suficiente para limpiar con sus manos una vía abandona de ferrocarril, BIC (sí, BIC, ¡pero muerta!, no se olvide), sueña con lograr en su tierra lo que los camboyanos de Siem Reap han logrado con los templos de Angkor: ¡hacerlos revivir!
Grande Chuchi. Enhorabuena por conseguir tu sueño.
Magnífico. Aplaudo a los entusiastas de la tierra, a los emprendedores que luchan con todas sus fuerzas porque nuestro rincón sobreviva al olvido.
Un saludo.
Me encanta . Q grande eres!