Nos preocupamos por ese trozo de tela que llamamos bandera, a la que le damos un valor imaginario que, en la práctica, no nos sirve para nada ni nos aporta valor añadido a la vida; aunque reconozco que a algunos les excita un montón, incluso se dan casos en los que los individuos se vuelven idiotas.
Nos preocupamos por unos muñecos a los que le atribuimos poderes extraños (vírgenes, santos y santas, les llaman).
Nos preocupamos porque unos mozalbetes en calzoncillos metan o no el llamado peloto o balón en un agujero; dícese también «portería».
Nos preocupamos, ¡de verdad!, ¡pero cómo nos preocupamos! por mil estupideces… como que la artista o el artisto de turno se enamore o desenamore, haga pipí cuando le toca o se haya hecho un lifting.
Y NO NOS PREOCUPAMOS…
No nos preocupamos por la mierda que nos venden en los supermercados, por ejemplo. Que nos estamos envenenando lentamente… ¡Y ahí se nos ve tan contentos!
No nos preocupamos porque hay empresas que están contaminando los ríos o arrancando los árboles de los bosques, que son la principal fuente de vida para la Tierra. Ejemplos concretos: en el Amazonas o… ¡Los miles de encinas arrancadas en Salamanca con el único objetivo de enriquecerse unos pocos!
No nos preocupamos por los ladrones que han constituido una casta y que ahora nos gobiernan.
No nos preocupamos por las mentiras que nos cuentan en la TV; al contrario: nos las tragamos como si fueran las hostia aquellas que el cura nos daba en la comunión, mientras cerrábamos los ojos para ver si entrábamos en trance, veíamos a dios y nos transportaba a los cielos, etcétera, etcétera.
Tampoco nos preocupamos de ser solidarios, buena gente, de que haya un poco más de justicia para todos; que la justicia no esté solo a favor de los poderosos.
En cambio SÍ nos preocupamos por las decenas de chorradas que se inventa el Poder a diario para mantenernos entretenidos y les dejemos en paz.
Las banderas no abrigan.