SOBRE LAS ELECCIONES DE ANDALUCÍA

Pensando en Gabón

A las 7,55 horas de ayer, 2 de diciembre de 2018, ya estaba esperando en la puerta de colegio electoral en el que a partir de las 9 de la mañana podría depositar mi voto.
La Administración me había elegido, además, como “Suplente 3º de Vocal 2º”. Esto es lo que ponía al menos en la hoja de nombramiento que me entregó, en carta certificada, el cartero. Tenía que estar preparado para formar parte de la mesa electoral X en el caso de que fuese necesari. Aunque, de las 12 personas implicadas para cubrir el puesto de presidente y los dos vocales en la mesa que me habían asignado, yo era el último, es decir: ¡el número 12!
Así que acudí confiado, pensando que mi presencia sería un puro trámite; no me imaginaba que los nombrados para ser titulares ni los suplentes que me precedían iban a faltar. Mi condición de “Suplente 3º” me permitía sentirme tranquilo.
Aún así me había leído con calma el manual que la Administración me envió. Entendí que debía informarme sobre el proceso de votación… ¿Y si, por un casual, llegaba el turno hasta mí? Podía surgir un imprevisto, por ejemplo que se produjese un cataclismo tras el cual fuera yo el único superviviente. Es un decir. Lo cierto es que en ningún momento pensé que llegaría a tocarme estar en la mesa electoral. ¿No es este un país de ciudadanos responsables, maduros, que saben cumplir con sus obligaciones cuando las circunstancias lo exigen?

A las 8,00 horas, en punto, se abrieron las puertas del colegio electoral. Margarita (nombre supuesto), que parecía tener experiencia en organizar eventos de este tipo, invitó a que pasáramos todos los que estábamos esperando para entrar. Varios policías velaban por el orden y la seguridad.
Primero llamaron a las personas nombradas para ocupar la titularidad de presidente y dos vocales en cada mesa.
—Los suplentes que esperen —dijo un policía.
De las seis mesas dispuestas para las votaciones, cada una con su urna, sus sillas y su panel, en cinco, prácticamente, no hubo problemas. Todos los titulares estaban presentes. Sin embargo, junto a la sexta —¡la mía!— no se colocaba nadie.
“¡Y esto cómo es! ¿Pero qué pasa aquí? ¿Nadie ha venido?”, pensé alarmado.
Al rato llega un señor mascullando palabras inconexas, con prisas…
—Soy… Yo soy el suplente de la presidencia de esta mesa.
“Ah, bueno, al menos no tendré que ejercer de presidente”, me salió del alma, aliviado.
Poco después, agobiada, llegó una señora.
—Sí, sí; yo soy la presidenta —le dice a Margarita, que está en todas partes.
“Bueno, al menos tenemos presidenta”, digo para mí.
Pero de los vocales ni rastro.
Más tarde aún, aparece otra señora relajada y sin prisas, a pesar de que llega veinte minutos tarde. La acompaña un chico joven.
—Usted para qué esta nombrada? —le pregunta la mujer policía.
—No sé, porque no me he traído las gafas…
¡Esto es kafkiano! Estoy empezando a ponerme nervioso. Ya mosqueado, le pido a la señora que, por favor, me muestre el nombramiento que trae, y veo que es “Suplente 1º de Vocal 2º”. ¡Eureka, ya me he librado!, celebro sonriendo, porque yo era “Suplente 3º” de ese mismo vocal.
Pero ni del “Vocal 1º” ni de sus suplentes hay señales…

Margarita, a todo esto, le dice al suplente de la presidenta que ya puede irse. Margarita hace y deshace. Parece que es aquí la autoridad. La mujer no da abasto yendo de un lado a otro aclarando las dudas.
Poco a poco todas las mesas van quedando constituidas; todas menos la X, que la presidenta espera a que aparezca el primer vocal o alguno de sus suplentes.
“Tendría que haber aquí tres personas al menos…”, me digo.
Pero por allí solo se ve a ese chico que ha venido con la señora que dice haber olvidado las gafas; el chico se ha ido a un rincón discretamente y no para de hablar por teléfono.
Margarita empieza ya a meter prisa. “Venga, que son las 8,25 y a la media la mesa debería estar constituida”, apura en plural. “Usted va a tener que quedarse”, me dice con pena.
Ay, en ese momento me siento como un naufrago, perdido. No me imaginaba que me iba a tocar… ¡Pero si soy el último de 12! Aún así pongo cara de bueno… Si hace falta echar una mano… se echa. Aunque reconozco que estoy deseando marcharme.
—Bueno, pues si no aparece el Vocal 1º, ni ninguno de los tres suplentes nombrados, lo siento mucho, tiene usted que quedarse —me insiste Margarita, otra vez.
—Cómo? Yo he sido nombrado para ser suplente del segundo vocal, no del primero… ¿Qué dice la ley al respecto? ¿Se me puede obligar? —protesto sin saber cómo ni por qué, pero me sale espontáneo.
Margarita me mira y se encoge de hombros. Acude la policía. Viene también un apoderado del PSOE con la tarjeta que le identifica colgada del cuello.
—La ley electoral dice bien claro que si no están los titulares, cualquiera de las personas que han sido nombradas como suplentes pueden ocupar el puesto que no haya podido cubrirse por la no comparecencia de estos —explica el apoderado socialista de corrido, muy seguro de sí mismo.
—Pues nada, si lo dice la ley… Nada que objetar. De acuerdo. Una experiencia más —me resigno.
Me siento en la silla… y me dispongo a darle mis datos a la presidenta, que por fin ya tiene bolígrafo. Y de pronto: “Oiga, y ese chico… Ese señor también es suplente… ¿por qué tengo que ser yo? —pregunto sin mucha convicción, ya entregado a la causa de tener que estar todo el día pegado a la urna.
—A ver, venga usted para acá —llama Margarita al susodicho que sigue en el rincón hablando por teléfono—. A ver, cuál es su nombramiento.
—“Suplente 1º del Vocal 1º”
—Este hombre es la leche, se estaba escaqueando! —exclamo— ¡Es a él a quien le corresponde ocupar la vacante del Vocal 1º, no a mí!
—Es que como la señora dijo —habla ahora la mujer policía, señalando a la que ha olvidado las gafas, pero que ya está sentada a la mesa en el puesto de Vocal 2— Es que como la señora dijo —repite la mujer policía— que era su hijo y que venía para sustituirla a ella…
—Es que hoy tiene un compromiso…! —se justifica la señora madre que sigue buscando las gafas.
—Ya, pero eso no cuenta —digo yo.
—Todos tenemos hoy compromisos —concluye Margarita, muy digna.

Ya liberado, y después de constatar que abundan los tramposos en todas partes, observo, con tristeza, que la presidenta de la mesa se ha presentado sin haberse leído el manual y con nulo interés por el tema electoral. No parece importarle, asimismo, demasiado el trabajo que le han asignado.  —“¿Y esto qué es? ¿Y ahora que hago?”, le oigo preguntar—; tampoco muestra la menor preocupación por los pasos a seguir: constitución de la mesa, apertura de urna, firma de actas… ¡Ni siquiera se ha traído un bolígrafo!
Observo, también que la madre y el hijo (o eso ha dicho ella que son) han querido meterle un gol y engañar a la policía y a Margarita y, en consecuencia, liarme a mí.

Al irme me despido con un gesto amable de los dos policías; uno de ellos se me acerca y me dice:
—Ha hecho usted bien en protestar, porque usted tenía razón. Nosotros estamos aquí para poner orden, no para corregir las irregularidades que otros cometen. Margarita es la conserje del centro, pero menos mal que echa una mano; se desenvuelve… Sin embargo, el representante de la Administración no ha aparecido todavía, ¿comprende usted? Nadie de la Administración ha dado aún señales de vida.
Miro el reloj: ¡Las 8,40! ¡Margarita es la conserje del centro escolar, madre mía! Y yo que pensaba que era la autoridad, la representante de la Administración. Un representante que, por cierto, hoy cobrará una dieta por estar aquí, no por llegar tarde. ¡Que vergüenza! Miro el reloj: las 8,42.
Antes de salir a la calle me vuelvo y dirijo la vista a la que hubiera sido “mi mesa”. Sobre la cabeza de la presidenta se me ocurre que hay un piloto rojo de alarma. Pero ahí está ella tan tranquila, afanándose entre un mar de papeles mientras le pide a Margarita que le traiga un rotulador. A su lado la dama que no encuentra las gafas tiene el teléfono pegado a la oreja; más allá, al fondo, en el rincón más alejado, el hombre joven que se quería escaquear siguen dale que te pego hablando con su móvil.
Miro el reloj otra vez; no puedo evitarlo. ¡Las 8,45! Joder, y yo que pensaba que esto ocurría solo en las elecciones de Gabón.

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DOS NOTAS FINALES

(1) Cuando estaba terminado de editar este texto, la Junta Electoral avanzaba los primeros resultados electorales de los comicios. El relato costumbrista que hago sobre la experiencia vivida en el colegio electoral se me antoja una premonición. Andalucía hace aguas… Y, después de releer varias veces lo escrito, no me extraña.

(2) Salgo a dar un paseo y saludo al señor que barre habitualmente mi calle: “Buenos, días; hoy es un día triste, ¿no?” “¿Por qué?” “Hombre, por el resultado electoral…” “No, bueno, ¿qué más da? Total, son todos unos chorizos”.

2 comentarios Añade el tuyo
  1. Joaquín, cuanta razón tienes! Tenemos los políticos que nos merecemos. Los representantes de la Administración (dos para seis mesas) tenían que haber estado allí a las ocho como muy tarde, al igual que todos los designados para formar parte de las mesas. Además, al menos los titulares, deben conocer y saber el manual de las votaciones, lo que no hace la mayoría. No sé cómo esto sale medio bien. Ya te contaré mi experiencia de este domingo. Un abrazo

  2. No estoy de acuerdo con la frase «tenemos los políticos que nos merecemos» o aquella otra «todos son unos chorizos»,; en realidad tenemos la sociedad que nos merecemos, la que nosotros mismos hemos construido. ¡Ya está bien con echarle a los políticos la culpa de todo! Los resultados de Andalucía es el producto de una izquierda que está por encima del bien y del mal y se ha quedado en casa, que no ha sido clara en la cuestión catalana, en la de los emigrantes, que habla a las estrellas, que no está en la calle, en el trabajo. En cambio, la derecha y la extrema derecha ha recogido el voto oculto de la calle y es disciplinada. En fin, ha ganado la derecha porque la izquierda ha perdido estrepitosamente

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