Berlín, esa energía que fluye

Como suelo decir, todo viaje es interior, personal. De modo que un viajero se nutre de pequeñas anécdotas, ocurrencias, encuentros casuales, miradas, sonidos, extraños descubrimientos que le propicia el azar… Hay cosas que ocurren alrededor del viajero, que tienen un significado capital para él y que el turista ni siquiera percibe.
De mi viaje a Berlín recuerdo la mezcolanza de pueblos y razas; la modernidad que, incluso, se palpa; la armonía calidoscópica en las amplias avenidas en las que conviven tranvías, bicicletas, automóviles y la gente en relativo silencio. Y también recuerdo la energía que fluye por sus calles, provocada por esa juventud que ha llegado desde todas las partes del mundo.
«Pero Berlín es mucho más que ese trágico pasado que lo ancla en la vieja Europa y en la historia; también es la ciudad de la arquitectura que asombra, el lugar del encuentro entre pueblos y culturas y de quienes se creen ciudadanos del mundo; Berlín es ese territorio, pionero, en el que la ecología y la defensa del medio ambiente son práctica obligada y objetivo primordial. Descubrimos al lado de casa un supermercado “bio” y al degustar sus productos me sentí por un momento transportado a la cocina de mi abuela, a los olores de sus guisos y las verduras de su huerta, al sabor indescriptible de los huevos fritos que ella, a veces, me preparaba en el pueblo», escribo en el texto que a continuación os enlazo.

Reportaje publicado en cuartopoder.es

 

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