Una pausa en la batalla

Sobre los tejados de Sevilla al amanecer./ J. Mayordomo
Sobre los tejados de Sevilla, al amanecer./ J. Mayordomo
Mientras llega el resto de la mudanza que salió de Tánger a primeros de julio (anda por Zaragoza, creo) subo, bajo, abro cajas… y escucho campanas. “¡Pues a mí las campanas me gustan!”, oigo decir a mi espalda. “Toma, y a mí. Y también el canto del muecín, que parece que reza un responso mientras escapa de la ultratumba”, comento. Es decir, cada uno tiene sus gustos. Nada que objetar. Pero son muchos los que andan por ahí… en nombre de un Dios que, en mi modesta opinión, no existe a pesar del esfuerzo que hacen los creyentes (no importa de qué religión) para acumular montañas de fe hasta envolver la Tierra en una telaña de «¡porque sí, porque lo digo yo!» y especulaciones, mientras nos fastidian la vida con su intolerancia y rechazo a los que no pensamos como ellos.
Entre tanto, arreglo persianas, sustituyo bombillas fundidas, limpio el cuarto de baño, barro el patio o podo algunas plantas y trato de reanimar a otras que, pobres, parece que fenecieron. Hay un par de rosales, las buganvillas o el castaño gallego que milagrosamente ha vivido 17 años a la sombra de una escalera, en la terraza, que están así, así…; malheridas. Y sigo oyendo las campanas. ¡Pero qué pesaditos!
Al fondo, la Giralda./ Foto J. M.
Al fondo, la Giralda./ Foto J. M.

Es verdad, tiene razón la voz que se oye a mi espalda: «Las campanas son más alegres, no suenan a horas intempestivas (a las tres de la madrugada, por ejemplo), ni perturban el sueño de la gente que duerme; no vociferan mensajes ni repiten consignas».

Pero ¡qué obsesión con tocar las campanas en Sevilla!
Sevilla, que inició su viaje al futuro cuando era centro del mundo (siglo XVI), pero que hoy parece varada como un barco viejo en un reservorio en el que hay demasiado pensamiento casposo; y de fondo… ¡Ese redundante soniquete de trompetas, tambores y ecos que aburren a un muerto!
No os entretengo más. Sólo quería saludaros, daros las gracias por ese afecto que me dejáis en el Face y anunciar que ando “en ello”; es decir, preparándome para no darle tregua al enemigo en el curso que empieza.
A ver si terminan de una vez de pasear mis enseres por ahí y me llega la vida que metí hace un par de meses en cajas.
Este capitalismo salvaje que todo lo mide en términos de low cost provoca esperpéntos como este: que una mudanza, ¡y las rutinas más íntimas que se confiaron a ella!, den la vuelta a España antes de llegar a casa. ¡Salud!
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